Viajar, viajar y viajar

Viajar, viajar y viajar. Si compartes esta pasión, aquí hay una muestra de algunos de esos rincones que aparecen en las guías de viajes, pero también de otros que se muestran ocultos a nuestros ojos. Bienvenido...

miércoles, 6 de diciembre de 2006

Atrapados en los icebergs


Y lo vimos. La excursión ‘Todo Glaciares’ es irrepetible, un sin parar de navegar por en medio de amenazantes icebergs que flotan sin rumbo aparente. Punta Bandera es el puerto de partida. Con un tímido sol escondiéndose entre unas nubes cada vez más numerosas en el cielo, iniciamos la travesía sobre el cómodo y bien dotado Upsala Conection. Tras cruzar la Boca del Diablo, el sector más angosto, sorprenden los primeros témpanos de la marcha. Las cámaras fotográficas, preparadas para captar esas formas caprichosas que se desplazan silenciosamente sobre el agua, resultando frecuente ver fragmentos de hielo desprendiéndose, así como coincidir con el giro de forma inverosímil de una de esos enormes bloques de hielo azulado a la deriva. Resulta un espectáculo increíble. Incluso cuando no se ven, se oye el ruido seco del hielo al quebrarse, sonido al que uno se acostumbra con cierta rapidez, aún a pesar del asombro que nos ocasiona a los que éramos primerizos en estos climas.

No en vano, estábamos surcando el Canal de los Témpanos, un campo minado de hielos en movimiento. Parece perdurable, permanente, pero en realidad todo el paisaje puede cambiar constantemente. Lo que parece muy sólido, pude estar desmembrándose y puede que en diez años donde estuvimos sea parte del hielo. El hielo empuja. El capitán disminuyó la marcha y permitió que los viajeros saliesen para proseguir con la sesión fotográfica. El barco efectúa tantas paradas como sean necesarias para ‘congelar’ las mejores instantáneas. El fotógrafo oficial del barco, por un precio de 20 pesos, te fotografía aquí y allá, y te ofrece un DVD con las mejores ‘postales’ de la zona.

Los témpanos van adquiriendo mayor tamaño a medida que se acerca el Glaciar Upsala, máximo responsable de este espectáculo de hielos rotos. Son tantos los hielos ‘expulsados’ que nos impide acercarnos a esa lengua de hielo de 50 kilómetros de largo, diez de año y varios cientos de metros de espesor. Una pena. El barco haría un segundo intento más tarde.

Proseguimos en dirección hacia el Glaciar Spegazzini, pero antes llegó la mayor de las sorpresas. Los viajeros enmudecieron: un témpano enorme cerraba el camino. Era azul, de un azul imposible, cristalino, eléctrico, entre amatista y turquesa, más cercano a una piedra preciosa, a un cristal, que a un trozo de hielo convencional. Maravillados, giramos y giramos sobre esa masa, sin poder apartar la vista de este prodigio que acabada de girar sobre su propio eje, ayudado por el viento y las corrientes. Parece mentira. Es tan rato de ver. Quizá pese toneladas. ¿Cómo puede voltearse? Cosas de la ciencia. Sus colores nos indican su procedencia. Los de azul intenso denotan una gran antigüedad, al haber expulsado la inmensa presión el aire interior, lo que hace que el hielo refleje todos los colores excepto el azul. Tanto tiempo sumergido sobre las aguas gélidas del Argentino…

El motor echó a andar y, con sobresaltos constantes, se pasó por el Glaciar Seco. Una lengua de hielo que nunca llegará ya al lago. Su retroceso se lo impedirá. Un poco más allá, el glaciar Spegazzini, el más grandioso. 66 kilómetros de superficie, 25 de longitud y un frente que cubre una altura de 80 a 135 metros. El barco, y los otros dos que acompañan la travesía, jugaban a cruzarse para deleite de cualquier imagen. Era la forma de comprobar con tus propios ojos qué se trata del más elevado de todo el Parque Nacional de los Glaciares. Es sin duda el más encantador de todos. El frío invernal, aunque realmente estuviéramos en primavera, no impedía salir al exterior de la embarcación para deleitarse con esos picos de hielo. Soplaba con fuerza el viento helado que baja del huelo continental. Había que agacharse o guarecerse para no sufrir demasiado.

Un nuevo intento de acercarnos al Upsala, un glaciar que ha retrocedido en cincuenta años 9.5 kilómetros. ¿Por qué? A diferencia del Perito Moreno, que se apoya sobre un fondo de piedra, el Upsala es un glaciar con el frente flotante. Es decir, que toda la masa de sus dos paredes que dan al lago Argentino se apoya directamente sobre agua, lo que le confiere esa vida tan frágil. Segundo intento fallido. Eran tantos los trozos de hielo desprendidos que el acercamiento fue materialmente imposible. Una barrera natural de icebergs nos impedía el tránsito hacia sus pies. No hay que olvidar que estos témpanos pueden acabar de un plumazo con las aspiraciones de cualquier barco. Decepción fue la palabra más repetida en el interior del gran barco. Tan sólo pudimos contemplarlo a dos kilómetros de distancia.

A partir de ahí comenzó una verdadera odisea. Divertida, pero… no podíamos desembarcar en la bahía Onelli, en medio de un bosque encantado, otro de los millones que esconde la Patagonia. El viento era tan intenso que nos obligó a dar vueltas y más vueltas, durante cuatro largas horas, en círculo en medio del lago Argentino, esperando a que las rachas de aire jugaran a nuestro favor y desplazaran los iceberg para que el capitán encontrara un pasillo seguro para poner dirección al puerto. Estábamos ‘atrapados’ en el hielo. Un icerberg, y otro, y uno más allá. Cualquiera merecía una fotografía. La belleza aquí es más que superficial. No había nada más que hacer que dejarse cautivar por esas sensacionales percepciones. Y así lo hicimos, ajenas al frío que el viento y la marcha del barco inyectaba bajo la ropa. El clima no es fácil en toda la región. Cuando sopla el viento, lo hace en serio.

El capital sopesaba la ruta a seguir y la incertidumbre se hacía cada vez más visible entre los viajeros. Marcelo, uno de los guías del barco, no paraba de ofrecerme nuevas noticias, hasta que llegó la definitiva: salíamos. El capitán había encontrado al fin el corredor entre eso muro blanco. Pasamos muy, muy cerca, de esas moles de colores vivos, sorprendentes, imposibles, sin la distancia de seguridad aconsejada en estos casos. Se escuchan crujidos en la parte superior, no es recomendable acercarse. Son millones de toneladas de huelo que caen sobre el lago. Un sordo ruido de rupturas y derrumbes acompaña el movimiento de las masas de huelo que se descongelan y se desploman. A muy pocos metros de cada uno de esos colosos blancos, zarpaba el barco ya sin retorno. Tenés que venir para acá, como dirían los argentinos, y descubrirlo con tus propios ojos.

De regreso a Calafate comenzaría otra nueva aventura. Teníamos que darnos prisa para tomar el autocar que nos llevaría al Fitz Roy, a cuatro horas de distancia por la más pura estepa patagónica.

Por Mar Peláez

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