Viajar, viajar y viajar

Viajar, viajar y viajar. Si compartes esta pasión, aquí hay una muestra de algunos de esos rincones que aparecen en las guías de viajes, pero también de otros que se muestran ocultos a nuestros ojos. Bienvenido...

martes, 5 de diciembre de 2006

Los caprichos del hielo milenario



La aventura llegaría a la mañana siguiente. Las 7.00 era la hora marcada para iniciar esa experiencia única: ver y sentir de cerca el Perito Moreno, el más famoso de los glaciares de la Patagonia argentina, la verdadera esencia del Parque Nacional de los Glaciares, y vaya esencia. 70 kilómetros nos separaban de esa maravilla natural. Comenzamos el viaje por la orilla del Lago Argentino. Huella digital del huelo que hace miles de años cubría gran parte del planeta y moldeaba con su arrastre lentísimo la superficie terrestre. Después de atravesar una franja de estepas áridas, aparecen algunos bosquecitos de lengas torturadas por el viento. Y en medio de la nada, frente al Lago Argentino, nos encontramos con otro de los miles de tours que cada día se acercan a ese lugar. La única diferencia es que en él iba un José Bono (ex ministro de Defensa), extremadamente cordial y amistoso, que no reparó en fotografiarse con grupos enteros de españoles que requerían su presencia una y otra vez. Qué paciencia tuvo.

Al margen de anécdotas, la ilusión de Mariví y la mía, y la de los otros diez viajeros (catalanes ellos), se vio recompensada con la primera ojeada a esa maravilla de hielo. Curva, un recodo de camino más y ahí está. La llamada “curva de los suspiros”, la primera vista del glaciar. En esta oportunidad sólo hubo un expectante silencio como si nos hubiese quitado el aire. La primera visión de esta maravilla deslizante compensó cualquier esfuerzo. Expresar con palabras los miles de azules que encierra el hielo es tarea imposible. Por miles de fotografías que tomes, por cientos de documentales que hayas visionado previamente, por decenas de experiencias que te transmitan otros viajeros, nada es comparable con la realidad. Ese mar de hielo que se abre allá donde mires es difícil de definir. La impresión es la de estar en otro mundo, uno en donde no existen países y fronteras, sólo el mundo natural en toda su potencia. Se siente el aliento del aire helado de la región, y eso que no estaba presente el temible viento de la Patagonia, que llega a provocar dolor de oídos.

Bajaba los escalones en silencio, expectante por llegar al primer mirador del Perito Moreno por un paseo entablillado donde una placa te adentra en el Patrimonio de la Humanidad desde 1984. El frente del glaciar me esperaba. Allí dos atriles informativos explican los procesos glaciarios y la formación de este pedazo de hielo en movimiento. Esa misma mole viva que bramaba, que se resquebrajaba, lo que nos hacía girar la mirada de un lado a otro en busca del pedazo de hielo golpeando con fuerza el agua. No hubo suerte. Era sólo una rotura interna. Y de repente, algo tiembla en el muro azul, y una porción del frente del glaciar se desprende. Torres azules del tamaño de un edificio de veinte pisos se desploman con un sonido atronador que hace vibrar el suelo. Esa masa gigantesca de hielo flota en el agua, gira, se hunde y vuelve a emerger hasta encontrar una posición estable. Es ya un iceberg y va a iniciar su viaje a la deriva por el Lago Argentino. Ese sueño blanco estaba a sólo unos metros de mí.

Casi al alcance de la mano, un juego extraño de dimensiones y percepción para los sentidos. De colores imposibles. De azules eléctricos que se desvanecen con el movimiento de los rayos del sol. De blancos impolutos. De morrenas laterales y horizontales que enturbian ese albo perfecto y le confieren relieve. Por momentos, apacible, inmóvil, que congela la atmósfera y el tiempo. De repente, de nuevo, algún murmullo, un rugido que crece desde lo profundo, y… la sólida pared de setenta metros de hielo sucumbe a la presión, se desprende y derrumba, desgajándose con estrépito. Seguir con la vista el oleaje que forman o observar los casquetes transformados en misteriosos témpanos flotantes. Uno se queda ahí, apoyado en la barandilla, atónito, sin aliento, a la espera de un nuevo desprendimiento. Pasa el tiempo y no se puede dejar de mirar, tratando de intuir dónde será la próxima caída. Es inútil, su majestuosidad sobrecoge y atrapa sin predecirlo. Y pensar que sólo nuestra vista puede acceder al 25% de su grosor. El resto está sumergido en el agua helada.

Cada mirador ofrece una nueva perspectiva. Acepté el consejo del guía de dirigirme siempre a la derecha, escaleras abajo, para descansar. Dos miradores más aguardaban sorpresas de esta maravilla del mundo. El balcón intermedio es el mejor lugar para apreciar el sector norte del glaciar con una muy buena vista del canal de los Témpanos. Hacia la izquierda de este mirador se encuentra el segundo balcón, bien enfrente del glaciar. Lástima que el tercer balcón, el inferior, el más cercano al frente del glaciar, al que se accede tras descender 400 metros, estuviera en reparación.

No deja de sorprender. Sobre las pasarelas que se abren frente al Perito, en la Península de Magallanes, las horas pasan como si fueran minutos. Ni el frío, ni la lluvia intermitente, podían frenar las ganas de estar allí, siendo espectador de ese ruido ensordecedor que se prolonga en el tiempo. Las formas inverosímiles que adopta el hielo, esos picos que lo coronan, esa masa milenaria y su lengua que se desliza y que se pierde en el horizonte, con su frente de cinco kilómetros.

Había tiempo, así que retorne al punto inicial. Y por muchas veces que vuelvas a mirarlo, es como si fuera la primera vez. Marzo había sido el mes en que el Perito Moreno protagonizó su última estrepitosa ruptura hasta la fecha. A diferencia de los demás glaciares, ha exhibido importantes movimientos. Los gigantescos hielos que se desprenden del glaciar caen sobre el canal de los Témpanos. Es tal la cantidad de hielo que se acumula y se desliza hacia el lago que llega a ‘chocar’ con la Península de Magallanes y cerrar el paso al agua del lago. Cuando esto ocurre, se embalsan las aguas de los brazos Sur y Rico del lago Argentino, aumentando su nivel notablemente. La presión del agua hace que el hielo finalmente se rompa y se restablezca el desagüe a través del canal de los Témpanos. Eso pasa cada dos o tres años, así que habrá que volver. Otra de sus innumerables peculiaridades es que es el único que permanece en equilibrio, es decir, toda la masa de huelo que recibe de su cuenca de alimentación en invierno, la va perdiendo de forma gradual en su frente durante el verano. Por eso no retrocede, como lo hacen el resto de glaciares del mundo. ¿El cambio climático? Este glaciar bien se ha ganado el octavo lugar en las maravillas del mundo. Visión, en definitiva, impactante. Estuvimos dos horas allá de pasarela en pasarela por un camino entablado de un kilómetro. No nos hubiéramos ido nunca de allá si no fuera porque el minitreking nos esperaba.

Tomamos un barquito en el puerto Bajo las Sombras, que nos acercó lo máximo posible a la cara sur del glaciar. Navegamos 20 minutos aproximadamente absortos en las caprichosas formas, repliegues y tonalidades de las paredes de hielo de 60 metros de altura sobre el nivel del lago. De nuevo esa paleta de azules y blancos. Sin perder de vista ese privilegio, descendimos por una improvisada escalera de rocas y nos adentramos en un bosquecito de lengas y ñires, para luego llegar por la orilla del lago hasta el borde del hielo. En la playa atendimos una breve explicación sobre por qué se forma un glaciar a menos de 300 metros sobre el nivel del mar y con una temperatura no extrema. Para privilegio nuestro, es una de las pocas formación glaciarias del mundo que se originan a apenas a 1.500 metros sobre el nivel del mar y desciende hasta esos 300 metros, lo que posibilita un acceso y observación irrepetible, no como otros a los que se tiene que llegar tras un largo trekking.

Estaba a punto de cumplir uno de los sueños que me llevó a la Patagonia. Caminar por su gélida superficie que abarca 250 kilómetros cuadrados. Una manera única e irrepetible de sentir el hielo. Apto para todos. Los experimentados guías dividieron el grupo en minigrupos de doce personas y nos calzaron los pertinentes crampones para sujetarnos en ese terreno resbaladizo. Unas breves instrucciones y allí estaba, el glaciar bajo mis pies. La imaginación se despertó.

Emprendimos en fila de a uno el camino, descubriendo y explorando esa increíble extensión blanca. Innumerables grietas, sumideros, pequeñas lagunas y bloques de hielo fragmentados, forman un espacio indómito. Blancos destellantes, azules profundos, cristales de luz, grises de todas las tonalidades. Pequeñas cascadas por debajo nuestro, hilos de agua pura que invitan a beber a cada paso. Maravillados, continuamos, sin dar descanso a nuestras piernas y a nuestro asombro. Había pasado cerca de hora y media, y sin esfuerzo. Queríamos más, no nos resistíamos a que la experiencia acabara.

Sentir el hielo milenario sobre nuestros pies, ver las caprichosas formas que adopta el huelo, subir y bajar por colinas heladas, contemplar esas grietas que se abren hasta el infinito, esas cuevas, esas lagunas interiores, esos azules imposibles, que van desde el añil al celeste... Todo era hielo firme a nuestro alrededor. Atrás y adelante, el glaciar. Esos fragmentos cristalitos punzantes que crujían a cada paso. Ver y, sobre todo, escuchar cómo se resquebraja el hielo y golpea con dureza el agua es todo un espectáculo que hay que verlo, como girar la vista, en el punto más alto, sobre nuestros pasos para ver el camino.

Aunque parezca impertérrito, el Perito Moreno se desliza cada día un metro y medio en su centro y 40 centímetros en sus costados, cambiando su fisonomía día a día y obligando a los guías a modificar su recorrido periódicamente. De ahí que sean ellos los guardianes de nuestros pasos. Imposible caminar por libre. No pierden detalles de nuestros movimientos. El riesgo de caer por grietas imposibles hace aconsejable seguir sus instrucciones.

Queríamos continuar, pero los guías nos indicaron el camino de vuelta. Nos quedamos con ganas de más. Al final del recorrido, una dulce sorpresa: bombones, whisky y hielo picado al instante para brindar por nuestra pequeña travesía glaciar... ¡y por el Perito Moreno! Inolvidable. La experiencia no sólo es única, sino muy divertida. Pero ahora, cómo explicar esa maravilla. Las imágenes grabadas en la cámara son sólo un pálido reflejo de las que mi mente guardará para siempre.

Al regreso, se utiliza una senda alternativa a través del bosque, lo que permite obtener una panorámica diferente del glaciar. Al llegar al refugio, sólo queda descansar la vista en esa mole de hielo y aguardar a que llegue el barco. Algunas recomendaciones: usar botas de trekking, llevar guantes y gafas de sol.

Con ese regalo para la vista y casi sin palabras para describir la emoción de estar donde quería en el momento exacto, llegamos al hostel para tomar fuerzas y empezar el día siguiente con las mismas ganas de descubrir qué paraíso mayor puede esconder esta Patagonia.

Por Mar Peláez

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