Viajar, viajar y viajar

Viajar, viajar y viajar. Si compartes esta pasión, aquí hay una muestra de algunos de esos rincones que aparecen en las guías de viajes, pero también de otros que se muestran ocultos a nuestros ojos. Bienvenido...

miércoles, 13 de diciembre de 2006

Balcón brasileño a las cataratas de Iguazú


Había llegado el momento de conocer la parte brasileña de las Cataratas de Iguazú. Ver con tus propios ojos esa postal tantas veces vista con anterioridad estimulaba la imaginación. Sólo disponíamos de unas horas antes de que nuestro vuelo saliera para Buenos Aires y había que aprovecharlas al máximo. Tomamos, por tercer día consecutivo, un autobús desde la estación central de Puerto Iguazú. Esta vez con destino a Foz do Iguaçu, la primera ciudad brasileña del ‘otro’ lado. Llegados a la aduana, hubo que sellar el pasaporte de salida de Argentina, pero no el de entrada a Brasil. Un sello menos para mi pasaporte. Cometimos un error. Seguimos en el autobús hasta la ciudad, cuando debíamos habernos bajado en un cruce, pero ¿en cuál? Eso hizo que perdiéramos 45 minutos preciosos que nos obligó luego a disfrutar de las cataratas a la carrera.

El Parque posee un servicio al turista excepcional. En el centro de recepción se toma un autobús, con guías en varios idiomas (incluido el español) que tiene tres paradas. La primera es el Macuco Safari, una excursión en vehículos ecológicos y a pie por la selva para observar la flora y fauna autóctona, llegando al salto de agua Macuco y, finalmente, al embarcadero, para tomar una lancha... Ofertan también hacer ‘rafting’ por las paredes del río y un parque de aves. No teníamos opción, así que nos dirigimos sin perder un segundo a las pasarelas. Comprobamos in situ lo que anteriores viajeros nos habían comentado: La parte brasileña pierde el encanto de sentirte en contacto directo con las cataratas, pero gana en belleza. Da la oportunidad de abarcar todos esos saltos con un simple giro de cabeza. Es la auténtica postal; la forma de tener una visión completa de cómo discurre el río, en principio manso y más tarde un perfecto salvaje.

El recorrido por esos viaductos permite tener otra panorámica espectacular de todos esos saltos (Dos Hermanas, Tres Mosqueteros, Mbigua, San Martín…) que ya los dos días anteriores pudimos vivir de cerca. Esa espectacularidad iba incrementándose a medida que avanzamos. El culmen fue, como no podía ser de otra manera, la Garganta del Diablo. Y allí surgió la misma sensación, o más, de majestuosidad que caracteriza este gran salto. La pasarela en este lugar se adentra sobre el río aún más y te coloca justo enfrente de ese chorro inabarcable para deleite de los sentidos. 700 metros a lo largo y 90 metros de alto.

Las prisas hicieron que tuviéramos que echar un furtivo vistazo a esa maravilla, desde el mirador superior, al que se accede en ascensor. De nuevo al autocar de regreso al centro de visitantes. Allí comenzaron las carreras para captar un taxi que nos llevara hasta Puerto Iguazú, y después al aeropuerto.

Desgraciadamente comprobamos que nuestro vuelo salía a la hora prevista (las 15.00 horas) y no a las 13.00 horas como nos había dicho el de la agencia de viajes de Iguazú. O sea que perdimos dos horas en ese aeropuerto pero, sobre todo, dos horas para habernos deleitado con esmero de ese prodigio de la naturaleza. Ahí no acabaron las sorpresas, pero esas llegaron nada más aterrizar en Buenos Aires.

Néstor, nuestro amigo de la agencia de Viajes ‘Colores de Argentina’, nos fue a buscar al aeroparque de Buenos Aires. Nada más aterrizar nos anunció lo que se nos avecinaba. Resulta que dejamos las maletas en su agencia de viajes porque no nos fiábamos del todo de nuestro hostel y, por paradojas de la vida, su agencia fue objeto de un robo el domingo. Después de narrarnos todo el desastre que los cacos habían causado en su negocio, nos comunica que nuestras maletas habían desaparecido. Ufffffff. Y aquí va la sorpresa: Sí, nuestras maletas no estaban, pero sí todas, absolutamente todas, nuestras pertenencias, allí repartidas por el suelo de la agencia. No nos quedaba más remedio, por tanto, que reírnos a carcajadas de la ocurrencia de los ladrones por utilizar nuestras maletas para trasportar sus ordenadores, impresoras, teléfonos… Los peor parados fueron desgraciadamente los jóvenes propietarios de esta agencia que volvería a requerir en el caso de regresar a Argentina y, por supuesto, que recomiendo. Su seriedad está fuera de todas dudas. De hecho, pese a no tener ninguna responsabilidad, nos compraron otras maletas.

Sólo nos quedaba disfrutar de nuestra última noche en Buenos Aires.

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