Viajar, viajar y viajar

Viajar, viajar y viajar. Si compartes esta pasión, aquí hay una muestra de algunos de esos rincones que aparecen en las guías de viajes, pero también de otros que se muestran ocultos a nuestros ojos. Bienvenido...

domingo, 26 de noviembre de 2006

Puerta abierta a Península Valdés

¿Te gustan las grandes distancias y no le temes al ripio? Entonces tu lugar es la Patagonia argentina. Un simple vistazo por la ventanilla del avión da una idea de la inmensidad de esta zona de la tierra. El recorrido desde el aeropuerto de Trelew a Puerto Madryn, unos 60 kilómetros, sirve para constatar que la palabra infinidad cobra un significado pleno. Es la auténtica dimensión de la estepa de uno de los territorios quizá menos poblados del mundo.

Aunque el paisaje desespera por su monotonía, esconde sorpresas y secretos: los que proceden del mar. Las escasas poblaciones que se asientan en las inmediaciones de la Península han sabido sacar provecho del privilegio de contar, entre sus vecinos, con ballenas francas, orcas, elefantes y lobos marinos, delfines toninas y la mayor pingüinera del continente. Pocos pueden presumir de contar en su ámbito natural con tanta cantidad de animales, sus casi únicos habitantes. Es, por tanto, el turismo el cuarto pilar en el que se asienta su economía y no es raro entender por qué todo está enfocado para ofertar al viajero un sinfín de actividades más o menos interesantes. Realmente sólo hay dos excursiones que merecen la pena: el avistaje de ballenas y la pingüinera de Punta Tombo, incluida la navegación con toninas. Eso sí, todo depende de la época en el que uno emprenda el viaje. La mejor: de junio a diciembre.

En el mismo Hostel El Gualicho (25 pesos) decidimos concertar la primera de las actividades: el avistaje de ballenas. Cuando comprendes que los precios que tienen unos y otros no difieren en más de cinco pesos, dejas de comparar. De hecho, todo está preparado para que el turista, al fin, se pliegue y contrate una excursión. Se pierde en libertad pero se gana en ahorro. Y así en toda la Patagonia argentina. ‘Miman’ en exceso al turista.

Pocos atractivos oferta Puerto Madryn en noviembre, un pueblo de calles exageradamente anchas y sin personalidad. A falta de poder ver desde la orilla los saltos de las ballenas, como sí ocurre entre junio y octubre, lo único que queda es pasear por su larga playa o degustar el famoso y sabroso cordero patagónico, el merino argentino. Y es famoso porque, según cuentan, los corderos absorben el agua salada que se esconde a pocos centímetros de la superficie, y es de los pocos animales que pueden adaptarse a las rigurosas condiciones ambientales de la Meseta de Chubut. No en vano, toda la Península estuvo en su día sumergida bajo el mar.

Por Mar Peláez

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