Viajar, viajar y viajar

Viajar, viajar y viajar. Si compartes esta pasión, aquí hay una muestra de algunos de esos rincones que aparecen en las guías de viajes, pero también de otros que se muestran ocultos a nuestros ojos. Bienvenido...

jueves, 30 de septiembre de 2004

Fiesta de despedida


Juntas. Las tres nos fuimos primero a la Ciudadela a realizar nuestras últimas y definitivas compras y a pasear por el Zócalo para despedirnos de la ciudad y de nosotras.

Olga era la primera en viajar a Madrid. Lo hacía a las 8 de la tarde, por lo que nos despedimos de ella a las 17 horas. Mariví y yo, tristes por su marcha, nos quedamos un poco apagadas, pero pronto volvimos a disfrutar de las calles de DF y de la vida de sus gentes. En el Zócalo hablamos con un hombre, con apariencia de indigente, con mucho que contar sobre la situación actual de su país. Nos dirigimos a la Limeddh y desde allí, con Mar, nos fuimos a un bar, relativamente cerca de la casa de Adrián, donde actuaba un hombre que decía haber ganado el festival de la OTI del año 1985 que se celebró en Sevilla. Tras su actuación, cerraron el bar y montamos la fiesta dentro, junto a los artistas y sus amigos. Una buena y divertida borrachera y botellón para despedirnos. ¡Había alguna forma mejor de despedirme de este viaje del que no tengo palabras con que resumirlo!

martes, 28 de septiembre de 2004

Taxco, la cuna de la plata


De Acapulco nos fuimos temprano. Nuestro destino era Taxco, el paraíso de la plata, y queríamos llegar cuanto antes. Un viaje en un buen autocar y por autopista. Todo un lujo de sólo cuatro horas de duración. Llegamos a la parte baja de Taxco. Un taxi nos depositaría junto al Zócalo en un bello hotel, Agua Escondida, que bien merecía un recorrido por su laberíntico interior. Tan laberinto era que buscar la salida se convirtió en una odisea. La habitación muy modesta, pero las vistas inmejorables. Mariví se dejó olvidada una bolsa en el autocar y cuando regresamos a la estación allí continuaba. Otra vez, igualito que en España.

Taxco se caracteriza por caseríos blancos agrupados en las estribaciones del cerro del Atachi, donde destaca la iglesia de Santa Prisca. La riqueza monumental de esta ciudad del estado de Guerrero, debido fundamentalmente a su carácter de destacado centro de extracción minera (en particular, de plata), favoreció su declaración como Patrimonio Artístico Nacional en 1928. En la actualidad, es un destino turístico de nacionales y extranjeros que acuden al reclamo de sus edificaciones de época colonial. Y no es de extrañar porque Taxco es verdaderamente bonito.

El pueblo, grandecillo, está suspendido en la ladera de una montaña. En las calles, tan empinadas como empedradas, millones de tiendas y tenderos vendiendo plata. Nos recorrimos varias callejuelas hasta que nos cansamos de ver tanta plata a precios relativamente baratos. Conocimos a Faustino, un artista mayor que pintaba como los ángeles y al que compramos varias láminas que nos transportan desde nuestras casas al México más lindo. Cenamos en el balconcillo de un restaurante, contemplando la bella catedral de Taxco y hasta una procesión en honor a una ermita, o algo así.

29 de septiembre (miércoles)

Nuestra estancia en México tenía los días contados y cada minuto lo vivíamos intensamente. Tras volver a recorrer las entroncadas, empinadas y peligrosas calles entre los coches que se resbalaban por la lluvia en los cruces, decidimos subir en teleférico para ver una vista general de Taxco. Un teleférico que al parecer construyeron exclusivamente para dar servicio al hotel de cinco estrellas que hay arriba y a una urbanización igualmente de lujo Pensábamos comer por esa zona, pero realmente era demasiado ostentosa y queríamos ser consecuentes con el tipo de viaje que habíamos emprendido. Por eso, simplemente disfrutamos de la impresionante vista, al menos durante los pocos minutos que la espesa niebla nos permitió.

Comimos en una pizzería del centro de la ciudad porque ya íbamos echando de menos la comida conocida. Ultimas compras y para DF. Otra vez cuatro horas por autopista en un autocar de ‘mega’ lujo y llegamos a la capital mexicana. De nuevo, un taxi a la Limeddh, después de abonar el recorrido en una garita con el cartel de taxis autorizados. Como llovía, el tiempo del recorrido se duplicó y estuvimos más de una hora sorteando atascos por una avenida sí y por otra también. Llegamos a una hora perfecta para charlar un poco con Adrián, Malena y Mar y hacerles partícipes de nuestras experiencias durante todo el recorrido por tierras mexicanas. Y a dormir.

Este era realmente nuestro último día entero en México y, además, tendríamos el privilegio de estar juntas. Las tres nos fuimos primero a la Ciudadela a realizar nuestras últimas y definitivas compras y a pasear por el Zócalo para despedirnos de la ciudad y de nosotras.


Olga era la primera en viajar a Madrid. Lo hacía a las 8 de la tarde, por lo que nos despedimos de ella a las 17 horas. Mariví y yo, tristes por su marcha, nos quedamos un poco apagadas, pero pronto volvimos a disfrutar de las calles de DF y de la vida de sus gentes. En el Zócalo hablamos con un hombre, con apariencia de indigente, con mucho que contar sobre la situación actual de su país. Nos dirigimos a la Limeddh y desde allí, con Mar, nos fuimos a un bar, relativamente cerca de la casa de Adrián, donde actuaba un hombre que decía haber ganado el festival de la OTI del año 1985 que se celebró en Sevilla. Tras su actuación, cerraron el bar y montamos la fiesta dentro, junto a los artistas y sus amigos. Una buena y divertida borrachera y botellón para despedirnos. ¡Había alguna forma mejor de despedirme de este viaje del que no tengo palabras con que resumirlo!

lunes, 27 de septiembre de 2004

¿Acapulco?

Salimos escopetadas hacia la terminal de autobuses. No teníamos ningún interés en seguir mucho más tiempo en Pinotepa. La información que nos habían dado el día anterior no correspondía con la de ahora y tuvimos que tomar un autocar hasta Acapulco en clase inferior. La gracia es que el autocar de lujo costaba 108 pesos y el barato 100. Tuvimos que coger el barato porque los horarios nos convenían más. El viaje duró una eternidad, casi siete horas o así. Llegamos a Acapulco un poco desquiciadas. Sólo queríamos una habitación en la que descansar y pasar el día.

El Hotel era el Romano Palace. Como era septiembre y temporada baja, no hubo ningún problema para elegir entre un hotel u otro. Nuestra habitación estaba en la planta 19 y se veía allí abajo una piscina, el mar, la playa y un montón de altos edificios. En realidad, no nos esperábamos nada de Acapulco, así que no nos sorprendió en absoluto. La paradoja es que durante toda nuestra estancia en México habíamos despotricado por la posibilidad de acabar en Acapulco y ahí estábamos. Si no fuera porque ‘pillaba’ de camino…

La parte alta de la ciudad, abarrotada de coches, gentes por un lado y otro y suciedad, contrastaba demasiado con la playa, llena de hoteles, de luces de neón. Ya se sabe las diferencias extraordinarias entre ricos y pobres. Comimos en un restaurante al pie de la playa con canciones ‘modernísimas’ de Julio Iglesias y de José Luis Perales. Al menos tuve ocasión de comerme un rico ceviche. La playa nos esperaba, aunque era de arena áspera y mar sucio. Había masajistas por la playa en busca de un dinerillo y por qué no de un ligoteo barato. Un baño nocturno en la piscina y una cena en una pizzería dio por terminada la noche en el mítico Acapulco. Estábamos cansadas y, la verdad, Acapulco no merecía mucho que sacrificásemos nuestro sueño.

domingo, 26 de septiembre de 2004

Comunidad negra


Abandonamos el hotel Loren y nos dirigimos a la terminal de Puerto Escondido para tomar un autocar que nos llevara a Pinotepa Nacional. Queríamos llegar a la comunidad de negritos, ex esclavos, de Collantes porque al día siguiente celebrarían una fiesta. Tres horas más o menos de viaje en una ‘combi’ aplastadas con nuestras mochilas y la cantidad de gente que íbamos para que al conductor le saliera más rentable. Algunos incluso de pie. Pinotepa nos horrorizó. Después de comer en un restaurante lleno de mexicanos ricos, tomamos un taxi para ir a Collantes. Una hora de viaje en el taxi entre palmeras y de nuevo baches. Al llegar nos dimos cuenta de que estábamos fuera de lugar. Una cosa es ir con una ONG que nos avala y otra ir sola a una comunidad en la que pareces un mero turista curioso a la espera de ver indígenas para inmortalizarlos en nuestras cámaras fotográficas. La sensación de las tres fue la misma y decidimos regresar en el mismo taxi. Día perdido. Dormimos en Pinotepa y adiós.

Por Mar Peláez

sábado, 25 de septiembre de 2004

A la búsqueda del café


Nada más levantarme me enteré que Susana y Noelia habían decidido regresar antes de lo previsto a DF. Nos despedimos de ellas y tomamos un taxi hasta el mercado, donde cogeríamos otro que nos llevaría hasta Nopala para ver un cafetal. El viaje fue largo y tras dar varias vueltas por el pueblo conseguimos al menos ver un vivero. La licenciada y su marido nos acogieron en su casa, sin conocernos de nada, y nos estuvieron hablando de cómo es un cafetal, cómo se cultiva y de los bajos rendimientos que últimamente se extrae del café. Por lo menos pudimos ver una planta y hacernos una idea de cómo era.

Regresamos a Puerto Escondido en un colectivo y comimos en un comedor lleno de meseros (camareros). Acabamos en una playa, la de San Angelito, que también resultó ser un pequeño paraíso. Totalmente virgen, sólo había unas hamacas y un chiringuito para tomarnos algo. Anocheció y el mesero del bar nos esperó, sin que nosotras lo supiéramos, para acompañarnos y que no nos sucediera nada por el camino que teníamos que atravesar hasta la carretera. Nos fuimos andando hasta el hotel. Las tres solas y felices cenamos en la playa, nos tomamos unas copas, charlamos tranquilamente de nuestra vida y a dormir. Al día siguiente nos esperaba otro día movidito.

viernes, 24 de septiembre de 2004

Mis amigas las tortugas


Con mucho sueño me dirigí junto a Mariví y Susana por la playa hasta donde habíamos quedado con los guías del viaje con tortugas. Olga y Noelia habían preferido aprovechar las últimas horas en la playita. Como las olas eran altas, la barca no pudo parar en San Agustinillo y vinieron a por nosotras para trasladarnos a Mazunte. Entre todos, seríamos unos 10 pasajeros, empujamos con gran esfuerzo la barca hasta la orilla del mar. Luis era el ‘tortuguero’, el que se lanzaría una y otra vez al agua cuando llegamos a alta mar para capturar tortugas. Al final cogió a una y todos nos lanzamos al agua para tocarlas y nadar con ellas. El tacto es impresionante, da mucho gusto, pese a mis reticencias iniciales. A una segunda tortuga la liberé cogiéndola del caparazón, introduciéndola la cabeza e impulsándola hacia abajo. Buceé con ella hasta que el aire me faltó. Qué gozada. Hay documentos gráficos que lo atestiguan, aunque creo que nunca llegarán a mis manos.

Arriba la caña no quería pescar. Que afortunada me sentía, poder disfrutar de lo mejor y de lo peor de México. Vimos delfines pero nos fueron muy esquivos. Nos dirigimos luego hasta la roca blanca, donde miles de pájaros depositan sus excrementos y el guano se vende.

Para concluir la larga excursión de casi tres horas de duración bajo un sol abrasador, y tras ver nuestro hotel, San Agustinillo, el antiguo matadero de tortugas y Mazunte, realizamos snorquel. Tuve la oportunidad de coger entre mis manos un pez globo y sentir su tacto. Era el paraíso, inmejorable entorno, buena compañía y experiencia única. ¡Qué más se podía pedir!
Antes de llegar a la playa de nuevo nos tiramos todos al mar y nadamos hasta la orilla. Volvimos a depositar con mucho esfuerzo la barca en la playa. Todo fue perfecto. El problema es que se nos hizo un poco tarde y Olga y Noelia estaban mitad preocupadas, mitad enfadadas, y con toda la razón. Les habíamos condicionado su estancia en San Agustinillo. Luis nos llevó en su destartalado coche hasta el hotel porque no teníamos dinero para pagarle las fotos. Quedamos en que nos las mandaba por correo ordinario a DF, pero nunca llegaron. El cajero más cercano estaba en Pochutla y algunas tuvimos problemas de liquidez, aunque otras sí que tenían.

Recogimos el equipaje, que previamente nos había hecho Olga y Noelia, y fuimos a comer para recuperar fuerzas. Después nos dirigimos en un colectivo hasta San Antonio (15 minutos), allí en medio de la carretera cogimos una camioneta que nos llevó en una hora hasta Puerto Escondido, una ciudad intermedia. Calles en cuadrícula, bastante suciedad y tiendas y puestos callejeros por todos los lados. Un taxi nos condujo a la playa, que es la zona de hoteles. Recorrimos parte de la calle peatonal hasta que nos decidimos por el Hotel Loren. De lujo en comparación con los sitios en los que habíamos estado, pero realmente muy normalito. Pequeña piscina, terraza con vistas al mar. Por fin había un cajero. Para cenar elegimos un restaurante español por aquello de comernos una tortilla de patata, pero la elección no fue muy acertada. Como en el resto del viaje, nadie quería tomarse una cervecita, así que a dormir.

jueves, 23 de septiembre de 2004

En pleno manglar

En teoría nos íbamos de ese pequeño paraíso hacia Puerto Escondido, por eso había que aprovechar. Un madrugón, un paseo reconfortante por la arena fina de la playa y un baño nada relajante. Un chaval que se acercó a nosotras nos habló de la posibilidad de visitar las lagunas de la Ventanilla, muy cerca de allí, y su manglar. Así lo hicimos, un cambio de planes consensuado. Un colectivo nos llevó hasta la entrada a las lagunas. Tras un kilómetro por un camino muy agradable se abrió ante nosotras la playa, llamada así porque las rocas que hay dentro del agua dibujan una perfecta ventana. Pedimos información sobre la visita al manglar y esperamos en la palapa de información a que llegara el ‘barquero’. Anduvimos por la playa negruzca, porque en teoría debajo hay metal, y nos subimos a la barca. El huracán Paulina de 2000 destrozó el manglar y ahora sólo es posible navegar por el canal principal. Están a marchas forzadas repoblándolo. Poco viaje, pero suficiente para hacernos una idea de lo que es un manglar.

Muchos de los pájaros que nos acompañaban eran desconocidos para mí. En medio del manglar se abría una isla, recuperada a base de la repoblación de las palmeras. Descendimos de la barca y vimos cocodrilos de distintos tamaños, desde pequeños en cautiverio a gigantes, que llegan a vivir de 80 a 100 años. Los pobladores de esa islita antiguamente vivían de las cacerías de los cocodrilos, pero una orden gubernamental lo prohibió y ahora han reconvertido su actividad hacia el turismo. Toda una familia vive de eso. Además de los cocodrilos, tienen venados. Nos cortó un coco de agua y comprobé lo insípido que es tanto su agua como su carne.

Regresamos a la lancha y de vuelta nos acercamos mucho a un cocodrilo que en esos instantes comía. El barquero le molestó tirándole agua para que levantara la cabeza y pudiéramos verlo mejor, hasta que el chaval se asustó porque el animal se había sumergido y no salía. Pusimos pies en polvorosa, o mejor dicho remos en polvorosa. Comimos al borde de la carretera y reposamos en unas hamacas que nos sirvieron de cama para dormir la siesta. Viendo que estábamos relativamente cerca de San Agustinillo, optamos por desandar el camino a pie porque era un paseíllo muy acogedor. El Museo de la Tortuga, que teníamos previsto visitar, cerraba a la temprana hora de las cuatro, por lo que nos quedamos con las ganas. A la puerta estaba Jaime, uno de los guías del museo, junto a otro compañero. Charlamos con él un buen rato a la puerta del museo mientras actuaba de perfecto guía turístico de las maravillas que ofrece la zona sur de Oaxaca. Nos habló de la posibilidad al día siguiente de participar en un tour que consistía en bañarnos con tortugas y delfines, pescar y visitar algunos lugares desde el mar. Nos pareció genial la idea y quedamos con él más tarde en nuestro hotel porque en ese momento no teníamos dinero y porque no sabíamos si a todas nos apetecía hacerlo.

De regreso, el sol se estaba poniendo e hicimos una parada en la playa para contemplar la bella estampa. Un sándwich rápido y al hotel. Llegó Jaime que resultó ser un luchador social. Otro luchador social y esta vez en otro contexto. Una ‘linda’ noche en la playa a la luz de la luna y del mar de estrellas, con unas cervezas y un chupito intragable de mezcal, y una conversación verdaderamente interesante. Hablar con alguien que no estaba programado sobre derechos humanos, -los hermanos Cerezo, los Loxichas, los altermundistas-, fue todo un descubrimiento. Me dio la razón cuando pensaba durante todo el viaje que la gente con la que nos habíamos ‘topado’ durante todo el viaje no podían estarnos engañando y dándonos una visión parcial de la realidad. Genial.

Por Mar Peláez

miércoles, 22 de septiembre de 2004

Agusto en San Agustinillo

Llegamos a Pochutla pasadas las 5 de la mañana a una estación fantasma. Deliberamos en su interior cuál sería nuestro destino playero. Un taxi nos aguardaba a la puerta para trasladarnos a San Agustinillo, el que resultó ser nuestro ‘paraíso’. De noche, entre un bosque muy oscuro, recorrimos el camino hacia Puerto Angel. Cambiamos de destino sobre la marcha, porque al llegar a Zipolite y ver lo bravío del Pacífico nos animó a proseguir el viaje hasta una playa más calmada y apta para el baño. Nos comentó los peligros de esas playas y nos informó de que hacía sólo unos días un español había fallecido por el golpe de una ola que le arrojó al mar desde las rocas. Luego nos enteraríamos que el lugar del fatal desenlace era Punta Cometa, un lugar al que intentamos ir pero que desistimos.

Ya era de día cuando ‘aterrizamos’ a San Agustinillo y nos encandiló un hotelillo a la orilla del mar. No tenía ningún lujo, pero después de los lugares donde habíamos dormido, nos pareció un palacio. Las dos habitaciones (para cinco personas) nos costaron 700 pesos cada día, una ganga. La idea original había sido dormir en una cabaña, pero el bajo precio de este hotel nos puso fácil la decisión. Había encontrado mi pequeño paraíso, nombre con el que desde entonces me dirijo a ese minúsculo pueblo en el que la paz y la escasez de entretenimientos hacen que el descanso físico y mental fuera definitivo.

Olga y yo preferimos aprovechar la mañana y nos fuimos a desayunar: un gran chocolate, un nutritivo zumo de naranja y unas tostadas. Nos causó tal impresión que inmortalizamos el momento. Hacía tantos días que no nos dábamos un ‘homenaje’… Comimos en otro chiringuito de la playa los típicos camarones. La comida nos salió por menos de 1.000 pesetas, un lujo. El pueblo era todo paz y calma, justo lo que necesitábamos para recuperar fuerzas. Una mínima carretera dividía al pueblo. Playa a un lado, casas al otro. Dos restaurantes en el pueblo que cerraban a las 9 de la noche y nada que hacer más que bañarnos, pensar, escribir, leer y soñar.

Nos dimos nuestro primer baño en el Pacífico mexicano. El agua estaba muy templada. Allí metes los pies y el mar hace el resto. Es tal la fuerza que tiene el agua que es capaz de arrastrarte, darte volteretas justo al lado de la orilla. No era cuestión de arriesgar, sino de ser prudentes. La playa largísima y de arena muy fina estaba totalmente vacía, toda para que disfrutáramos las cinco. La hamaca que había adquirido Mariví fue todo un acierto y ahí nos pasamos horas viendo la gran tormenta de rayos y truenos que se vislumbraba por detrás de Punta Cometa.

Lamentablemente pronto se hizo de noche. Una cena rápida y a disfrutar de las hamacas de la terraza del hotel, acompañado de unas mini botellas de crema de mezcal. La sensación de bienestar era total, pero el cansancio hizo de las suyas y, tras dudar entre bajar a dormir o quedarme en las hamacas a pasar la noche, decidí que era mejor dormir en una cama, la primera que veía desde el 2 de septiembre en Madrid. Eso sí, no nos pudimos olvidar de refugiarnos bajo la mosquitera de la cama porque las lagartijas y los insectos eran en la playa más ‘pegajosos’ que en las Huastecas, y nuestro grado de prudencia con el relec había desaparecido por aquel entonces.

martes, 21 de septiembre de 2004

Secretos ocultos de Oaxaca

Ese día nos esperaba Hierve el agua, Mitla y el Tule. Nos despertamos a las ocho y antes de desayunar mantuvimos un encuentro con las mujeres de los presos mientras ellas hacían tortillas y las vecinas esperaban su turno para adquirirlas. Tuvimos también la suerte de que nos acompañaran Leonor y Dulce. Juan, que tenía que lavar la ropa e ir a buscar a Miguel al colegio, salió a despedirnos hasta el colectivo-autocar que en una hora nos dejaría en Mitla. Cualquier momento era bueno para conocer gente y en el colectivo también. Aquí te hablan constantemente, qué poco acostumbrados desgraciadamente estamos los españoles a ese tipo de comunicación espontánea.

De Mitla cogimos un nuevo colectivo, esta vez una furgoneta con la parte de atrás abierta. El viaje, de una hora de duración, se prometía muy divertido, pero la realidad es que resultó un tanto pesado, ya que el trayecto era demasiado angosto, con precipicios constantes, charcos enormes que hacía tambalearse al pequeño colectivo de un lado para otro. Las cajas de huevos que un hombre transportaba atrás eran un peligro y había que sujetarlas todo el tiempo. La espalda se resintió por los golpes contra los hierros. Sin embargo, el paisaje borraba todo tipo de incomodidades y mitigaba el ajetreo de un camino sin asfaltar con miles de baches y grandes agujeros causados por el agua. Había que ir bien agarrada para no desestabilizarse, mientras subíamos y bajábamos montañas.

La sorpresa llegó nada más ver Hierve el Agua. Es uno de los paisajes más bonitos que he visto en mi vida. Una cascada petrificada al fondo no era más que una pincelada de lo que nos íbamos a encontrar: unas piscinas naturales de agua de azufre que brotaba de la misma tierra. Bañarse en esas piscinas, contemplando las elevadas y verdes montañas que rodeaban el paraje, fue todo un regalo.

Sin pensárnoslo dos veces, nos dimos un chapuzón en esa agua fresquita. No es una zona muy turística, será por aquello de los accesos, por lo que pocos eran los que curiosos que estaban en la zona. Salimos del baño como nuevas. Nos dio mucha pena irnos y despedirnos de ese paisaje, pero el taxista aguardaba impaciente. De haber sabido como era Hierve el Agua, nos hubiéramos planteado quedarnos a dormir en una de las cabañas que se podían alquilar. Logramos engañar un poquito al taxista y comimos en un chiringuito un bocadillo delicioso.

Al colectivo de nuevo y a Mitla. Desgraciadamente yo estaba en ese momento agotada mentalmente de recibir tanta información y de anotarla en mi tercer cuaderno y opté por quedarme a visitar las ruinas de Mitla en lugar de volver a Oaxaca y conversar con Jessica, la representante de la Limeddh en Oaxaca. Fue una lástima y tardé muy poco en arrepentirme. Caminamos dos de nosotras hasta las ruinas y aprovechamos para hacer múltiples compras en los puestos y tiendas que había en el exterior del recinto,

Las pirámides estaban en peor estado que las anteriores, pero le diferenciaban los frisos que circundaban los edificios. Pudimos entrar en el interior de una pirámide y hacernos a la idea de cómo vivían los zapotecos. Nos tomamos nuestro tiempo y regresamos al colectivo en dirección al Tule, un árbol centenario que tiene una copa de 72 metros de diámetro. La tromba de agua (habitual en las tardes de la época de lluvias) nos impidió contemplar sus dimensiones reales.

Tomamos un autocar, que parecía un bus escolar, que nos llevó de nuevo a la terminal de segunda clase para adquirir el billete para Pochutla. Viaje muy divertido con un conductor medio adolescente que tenía mucha gracia y más guasa. Optamos por un autocar de segunda para ir a Pochutla, que costaba 97 pesos, ya que los horarios nos resultaban mejores y porque el trayecto sólo duraba seis horas, a diferencia de las 8 o 9 horas que tardaba el autocar de lujo –el recorrido era ilógicamente más largo-. De nuevo, otra vez los atascos que provocaban los cientos de autocares moribundos que circulan por la ciudad, con sus tubos de escape contaminantes y sus claxon sonando sin parar.

Cenamos en el albergue y nueva despedida emotiva. Esta vez de Juan y de Leonor, a la que recordaré siempre como una mujer fuerte y con ganas de salir de una situación que le es desconocida. Ojalá en poco tiempo tengamos noticias de que su pesadilla ha concluido y de que los últimos presos de Loxichas están ya donde deben estar: en la calle.

Yo fui con Juan y todas las mochilas en el escarabajo blanco destartalado hasta la terminal de segunda clase. El resto, en taxi. Qué lástima despedirnos de Juan, porque habíamos tenido muy poco tiempo para compartir sus experiencias. El autocar salía a las 23 horas y llegaba a Pochutla a las 5 de la mañana. Como nos esperábamos, el viajecito fue movidito. Las ventanas no cerraban y el aire era muy frío. La noche se hizo muy larga, los asientos iban sueltos y a cada frenazo o acelerón se volteaban y descolocaban. Pesadilla nocturna.

lunes, 20 de septiembre de 2004

Pura Oaxaca

Nos levantamos pronto porque íbamos a ver las ruinas de Monte Albán, a diez kilómetros de Oaxaca. Leonor y Dulce se vinieron con nosotras. El guía era pésimo y estropeó bastante la visita a unas ruinas ubicadas en un paraje montañoso de gran belleza, desde el que podía contemplarse a lo lejos la ideal y colonial ciudad de Oaxaca. Las ruinas en sí son menos espectaculares que las de Teotihuacan de DF, pero la vegetación y el dibujo de las montañas merecen la pena. De los zapotecos supimos de sus dentaduras, de sus piercings, pero poco o nada de la mitología, ni de sus costumbres, ni siquiera de las construcciones que estaban dispuestas en la gran plaza. Terminamos algo asqueadas del guía tras haber pagado 30 pesos por entrar.

Bajamos a la ciudad y paseamos por una cooperativa de mujeres artesanas donde realizamos más compras y nos trasladamos a otra próxima, mucho más colorida. Algunas nos adelantamos para ver rápido la ciudad y, en especial, la iglesia de Santo Domingo, cuyo interior está todo recubierto con láminas de oro. Una ostentación innecesaria.

Fuimos de una tienda a otra, cargándonos de regalos, mientras recorríamos la ciudad. En la oficina de turismo nos informamos sobre los lugares que más merecían la pena visitar en nuestra última semana. Cenamos en una cantina mexicana y el camarero nos indicó varias direcciones para dormir en las zonas de playas a la que iríamos los días siguientes. En la calle hacía frío y sólo dos de nosotras fuimos a por los billetes del día siguiente para Pochutla. Nos tuvimos que enfrentar a la marabunta que se abría tras el silencio de las calles del centro de la ciudad. Salimos de la paz del casco histórico y nos encontramos cientos de coches y autobuses contaminantes, pitidos y caos. Fue como pasar en un instante del paraíso al infierno, por eso nos sorprendió tanto. Sorteamos los puestos callejeros de comida que se disponían en un lado de la calle y logramos entrar en la estación. Suciedad, pobreza, gente durmiendo en el suelo. La compañía que teníamos que coger al día siguiente no operaba ese día, por lo que tendríamos que volver a la terminal. Resignadas, regresamos al albergue. Otra buena noche en esa habitación del albergue, en compañía de nuestra familia ‘adoptiva’.

domingo, 19 de septiembre de 2004

Un día en la cárcel

Llegamos a las 6 de la mañana a la pequeña estación de primera clase de Oaxaca. Al poco tiempo llegó Juan Sousa, un hombre vestido de forma impecable, ex preso de Loxicha y otra persona espectacular que tendríamos la oportunidad de conocer. Ya habíamos tenido ocasión de cruzar unas palabras con él durante la reunión del Comité Nacional de Desarrollo de Indígenas a la que asistimos nada más llegar a México.

Unas en su escarabajo blanco (como muchos de los coches que circulan por México) y otras en taxi llegamos al albergue de los Loxichas donde pasaríamos las dos siguientes noches. Allí nos recibieron, medio dormidos, su adorable esposa, Leonor, su pequeña niña de 17 meses Dulce Aleida, y Miguel, el niño de siete años. Aquí todo el mundo es adorable, da igual con quien hables, encuentras gente maravillosa, amable y sincera. Constantemente estoy diciendo “¿y quién no es maravilloso?”. La despertamos, pero amablemente nos ofreció un desayuno. Igualito que en España.

Resultó estremecedor escuchar a Leonor cómo, con los ojos llorosos, aún recuerda los 25 días en que Juan estuvo desaparecido. Y eso que han pasado más de cinco años de la detención. Esos largos días en que Juan fue objeto de todo tipo de torturas. Secuestrado en una vivienda con la cabeza cubierta y un trapo en la boca, esposado y torturados. Leonor nos comentó todos los pasos que tuvo que dar, ella sin formación y sin ayuda, para hablar con la Procuradoría, hasta que llegó a la Limeddh, que le prestó su colaboración.

LEONOR. “Vivíamos en Puebla y nos dedicábamos al comercio de zapatos por catálogo. El 15 de julio de 1999 íbamos por la calle, él se adelantó porque era tarde para dar de desayunar a nuestro niño y le detuvieron. Serían las 11.30 de la mañana. Salió de la cárcel dos años después, en 2001. Le esperé en la tienda y no llegaba, fui a por el niño a la guardería y me encerré en casa a esperarlo. No sabía qué hacer porque no era normal su tardanza. No me atrevía a decírselo a la familia para no preocupar, pero yo estaba muy asustada. A los seis días interpuse una denuncia. Fue peor, porque antes nadie me cuestionaba y ahora me decían que mi marido me había abandonado. No me proporcionaron la copia de la denuncia, sólo me la leyeron y la firmé. Mis amistades me aconsejaron que fuera a DF a una radiodifusora. Mi familia me ayudó, pero escasamente. Yo tuve que dejar de trabajar para dedicarme en cuerpo y alma a buscarle. Organizaciones de DF me ayudaron. Esperé 33 días hasta tener noticias suyas. Ese día pareció en el periódico la nota donde decían que le habían detenido. Me fui, junto a los familiares de otros cuatro desaparecidos, corriendo a la cárcel de Matías Romero y allí esperé horas hasta que me dieron información. Sólo me dejaron estar con Juan 20 minutos en un lugar minúsculo, sin ventilación. Llevaba ocho días en el penal y como no tenía nada de ropa tuve que regresar a Oaxaca para llevársela. Estaba incomunicado, no le dejaban escribir cartas. Le enviaron a una celda para presos peligrosos. Nosotros reclamábamos al menos su traslado a la cárcel de Oaxaca porque allí es donde estaba el expediente. Esto sucedió a los 13 meses y sin avisarnos. En Oaxaca duró cinco meses y le llevaron a Huatulco y a Moraña”.

Llegó el turno de Juan, que dio el relevo a una emocionada Leonor. El nos narró su odisea en pasado y en presente, porque él se ha prometido que hasta que no salga el último preso de Loxichas no cejará en la lucha. Encomiable. Podría haber renunciado, esconderse, como lo han hecho otros muchos, e intentar tomar las riendas de su vida lejos de esa pesadilla. No lo ha hecho. Sus palabras denotan un resentimiento total con el sistema, y no me extraña, la corrupción policial y judicial llega a extremos insoportables para cualquier persona.
En el albergue viven tres familias de presos de Loxichas. Son mujeres campesinas que toda su vida se han dedicado a su familia y a la milpa y que ahora han perdido sus tierras y no tienen adonde ir. Se nota la diferencia entre la forma de vida de Leonor y la del resto de mujeres. Su casa está limpia, muy limpia, a pesar de que no tiene agua corriente. Fuera hay gallos, perros sin vacunar. Las mujeres hacen tortillas en el patio porque es su único medio para lograr algunos pesos.

Cuando se produjo la detención de los 150 indígenas, sus familias salieron a la calle y protagonizaron un ‘plantón’, al estilo de los de Sintel en la Castellana, durante cuatro largos años. Para que cejaran en el ‘plantón’, el Gobierno les prometió que los alojarían en un albergue provisional para 100 personas, pero sólo les ofrecieron un alojamiento para cuatro familias, unas 15 personas. “A este Gobierno no le va a dar tiempo a cumplir la promesa del anterior”, lamenta Juan.

JUAN SOUSA. “Me acusaron de homicidio por un evento que tuvo lugar en 1997 Huatulco. Allí se enfrentaron la policía preventiva y el Ejercito Popular Revolucionario (EPR). Me ‘fabricaron’ dos expedientes. Uno por homicidio con daños humanos y materiales en 1997 y el otro por homicidio y relación a grupo armado. Cuando sale la Ley de Amnistía no me la aplican, lo hicieron en diciembre de 2000 aunque la sentencia absolutoria no llegaría hasta 2001”.

“La autoridad quería presentar avances de la lucha contra la guerrilla. La única constante entre los 150 presos era que pertenecían a la región de Loxichas. Entre los detenidos figura un periodista, un maestro, un comerciante. A casi todos nos dieron el rango de comandantes”.
Juan pasa a recordar sus 25 días de torturas. “Un carro se paró a mi lado e hicieron el clásico ‘levantón’, ateniéndose a unas determinadas características físicas. Me meten a la fuerza en el carro, me esposan y se sientan encima de mí en el asiento trasero. Me vendan los ojos y me colocan en la boca un trapo, me amarran de pies y manos, al tiempo que se sucedían los golpes. La primera noche me dormía del cansancio y me despertaban a palos. Sin alimentos y sin dejarme dormir, con música atronadora, me obligan a firman hojas en blanco. Durante esos días intentaron convencerme de que firmara papeles en los que me declaraba culpable. Los primeros días permanecí en Oaxaca, lo supe porque se oían los cohetes de las fiestas de la ciudad. Me metían refrescos por la nariz y me amenazaban constantemente con que si no colaboraba me iban a matar. Como consideraban que yo era un preso de alta peligrosidad me trasladaron a un penal de máxima seguridad, a Matías Romero, a ocho horas y 230 kilómetros. Me dicen que iba a salir al juzgado, pero me llevan al aeropuerto. En la avioneta conozco a Felipe Jesús que estuvo desaparecido durante nueve meses”.

“En el penal de Matías Romero me asignan un defensor de oficio que no sirve para nada. No sabíamos nada de derechos humanos. El 29 de abril, coincidiendo con el Día del Preso, me aseguran que me van a quitar los cargos porque estaban temerosos de las denuncias que estaban interponiendo las organizaciones de DDHH. Me llevan al área de mujeres donde también están los presos peligrosos. Allí permanezco ocho meses”.

“El primer expediente se concreta el 8 de diciembre de 2000, gracias a la Ley de Amnistía que permite poner en libertad a los recluidos por hechos que tengan que ver con la guerrilla. Salen 57 presos y se cancelan otras 150 órdenes de aprensión. Pero el segundo expediente continúa hasta el mes de mayo que llega la sentencia absolutoria. El Gobierno apela la sentencia. A los nueve días salgo de prisión y durante ese día se comete el ‘atropello’ de privarme de libertad aunque el juez había dicho que no era culpable. Me envían con custodia a la terminal de autobuses de DF, pero ahí no acaba mi pesadilla. Los primeros días vuelvo a casa con miedo a que me vuelvan a detener. Como nuestros recursos eran mínimos nos vimos obligados a vender la casa y desde agosto vivimos en el albergue”.

“Pero esto no se ha acabado. En este país nada es seguro. La vigilancia es constante por parte de los uniformados y los no uniformados. Sigo teniendo miedo porque he denunciado la tortura a la que me sometieron. Se interpuso hace dos años y puede tardar otros dos años. Pedí incluso un careo con Alvaro, que fue el que supuestamente me delató, también bajo tortura.

Tras esta inicial conversación, Juan, la mujer de un preso y su hija nos acompañaron en autobús al hotel, al penal, donde están recluidos aún 14 presos de Loxichas. Juan nos explicó que cada una debíamos decir el nombre de la persona a la que íbamos a visitar para evitar así los problemas que tuvieron los de agosto. A mí me tocó Abraham García Ramírez, un nombre que creo que jamás olvidaré. Con ciertos nervios, llegamos a la puerta de la cárcel. No se puede introducir nada y los colores de nuestra ropa no pueden ser ni negro, ni azul marino, para no confundirnos con los guardianes. Nos revisaron las mochilas, nos cacheó una mujer dentro de un cuartucho y pasamos al patio para identificarnos (entregamos el pasaporte) y le dijimos a un policía el nombre de la persona a la que íbamos a visitar y el motivo: “un amigo”.

El lugar es lúgubre, sucio. El grueso de las celdas ocupa la parte central, alrededor el patio donde los presos pasean o simplemente están sentados viendo como pasa el tiempo. Todas las celdas, con capacidad supuesta para cuatro u ocho presos, están abiertas. Una rápida ojeada a su interior nos da una idea de las pésimas condiciones en las que viven. La higiene es una utopía. Me estremeció la suciedad con la que conviven y, sobre todo, la humedad que trepa por las paredes y hace irrespirable el aire. No duermen sobre colchones, sino sobre unas maderas que retiran por las mañanas para ganar espacio a la celda y poder confeccionar sus manualidades.

Pasamos entre las rejas alambradas que separaban un habitáculo del otro. En zig-zag. Abiertas de par en par. Todos nos miraban con cara de sorpresa. Los hombres cosían balones con unos largos agujones, otros se dedicaban a hacer cestas, de todos los tamaños, que les proporcionan unos mínimos ingresos para soportar la vida en la cárcel o para ayudar, aunque sea minimamente, a sus familias. Es domingo y los presos han preparado un mini carnaval. Realmente sorprende si nos damos cuenta de que estamos en una cárcel. No se distingue entre los presos y sus familiares que han ido a visitarlos. La fiesta, el baile, los cánticos y los gigantones que se desmontan para atravesar las puertas alambradas que separan un módulo del otro. Las mujeres portan trajes pintorescos, hay orquesta que se pasea por los patios. Es su fiesta, un regalo, si no fuera porque están encarcelados. El problema es que los presos se quedarán ahí cuando las rejas caigan.

Llama la atención, en comparación con España, que el régimen de visitas es muy amplio. Las visitas pueden permanecer de viernes a lunes con sus familiares. Comparten con ellos un espacio minúsculo y aprovechan ese tiempo para ayudarles a hacer las cestas. Eso sí, sólo las mujeres que tienen la suerte de vivir en Oaxaca y visitar a sus maridos con cierta regularidad. Hay presos que no reciben visitas con frecuencia.

Los Loxichas se han ganado su espacio y el respeto del resto de presos y de los propios carceleros. Se les diferencia por sus modales e incluso por el tipo de ropa que llevan. Esperamos a que se sentaran con nosotras y nos narraran sus historias. Yo tenía mucho sueño, pero la forma en que hablaban y las cosas que decían me hicieron despertar. Agustín fue el primero en tomar la palabra. Le tomó el relevo Abraham. Se estremece el corazón ver con que resignación y desesperanza hablan de su historia. Sus ojos nos miran con la esperanza de que podamos ayudarles o de que al menos el mundo se entere de su calvario injusto. Compartimos mucho tiempo con ellos, pero no me hubiera ido nunca porque sus relatos eran muy interesantes.

ABRAHAN. “La historia es amarga. Pedimos que nos liberen porque hace ocho años que estamos aquí encerrados y el Gobierno no ha presentado pruebas. Nos han fabricado delitos. Nos engañaron, nos torturaron, con toques eléctricos y bajo mentiras nos obligaron a firmar hojas en blanco. La historia de nosotros y del resto de los presos es similar. Desde 1996 empezó también la lucha de nuestras familias, que permanecieron durante cuatro años en un ‘plantón’ en el Zócalo. Ahora somos 14 los presos”.

AGUSTIN. “Ellos tienen el poder y nosotros las pruebas de que no participamos en los hemos. Yo era en ese momento autoridad en mi comunidad y tenía por tanto la obligación de estar en la fiesta del día. Mis vecinos declararon que nosotros estábamos en la fiesta, pero ni aún así. Nos acusaron de habernos traslado a más de 400 kilómetros de distancia, colocar los ‘petardos’ y regresar a la comunidad. Eso es materialmente imposible. Lamentablemente, mis vecinos han sucumbido al miedo que les inculca el Gobierno y ya no vienen a visitarnos”.

JUAN SOUSA. “El Ministerio Fiscal tiene autorización para hacer con el reo lo que quiera. Desde el mismo momento de la detención ya se sucedieron las irregularidades. No buscaron realmente a los verdaderos culpables, sino a cabezas de turco. Realizaron detenciones masivas e ilegales. Llegaron a comunidades, donde ni habían visto un helicóptero, rodearon a la población e hicieron una selección de las personas que se iban a llevar y otra de las personas que actuarían de supuestos testigos. Estaban muy recientes los altercados en Chiapas y no querían dejar avanzar al movimiento. Los caciques encontraron pretextos para fabricar delitos a los campesinos que más les habían incordiado con las tomas de tierra. La represión de la región de Loxichas sirve de pretexto para mitigar los movimientos de otras zonas”.

AGUSTIN. “Desde entonces muchas han sido las promesas incumplidas. Trabajamos para que nos concedan el amparo. Si el Ejecutivo tuviera voluntad podría presentar la Ley de Amnistía, pero no la tiene. Eso beneficiaría a aquellos que ni siquiera conozcan todavía que tienen sobre ellos órdenes de aprensión. Calculamos que unos 70.”

Otro de los presos que no recuerdo su nombre nos empezó a hablar sobre cómo pasan las horas en la cárcel. “El día se nos hace pesadísimo. Para matar las horas hay que trabajar desde muy temprano hasta la noche. Ese trabajo es cansado y no nos queda una gran ganancia. Invertimos 25 pesos en el material y lo vendemos por 30 pesos. Tardamos un día en confeccionar las cestas. El trato con funcionarios ha mejorado, antes estábamos muy vigilados, pero ahora vivimos más tranquilos porque se han dado cuenta de que somos pacíficos. Hay respecto y la vigilancia anda por otras zonas”.

Nos levantamos cuando la conversación parecía que iba decayendo. Mientras hablaba con Abraham sobre que España “no es un Estado de los EEUU” como él creía, me avisó de que guardara el papel en el que había tomado estas notas si no quería que me lo requisaran. Al pasar por el módulo de mujeres –que viven aún más hacinadas y recluidas a la espera de que construyan una cárcel exclusiva para ellas- conocimos a Isabel, una indígena analfabeta a la que recluyeron por sorpresa hace ya dos años, los mismos que hace que no ve a sus hijitas. Ellas están al cargo de su hermana, pero ésta en las últimas semanas de octubre se ha puesto enferma y las niñas están desatendidas. Con su cara dulce y su acento indígena nos comenta, en tono de rabia y resignación, que ella sólo es una mujer de campo. Le compramos un bolso. A los Loxichas les di una aportación económica como ayuda. Qué lastima, parecía que se podían venir con nosotros. Esa buena gente no puede ser peligrosa, no.

Salimos sobrecogidas de la cárcel y regresamos a casa de Leonor y de Juan. Compramos la comida del día y comimos todos juntos, en familia. Por la tarde nos fuimos al Zócalo a hacer un poco de turismo y realmente a descansar de tanta historia abrumadora. Allí en una terraza de la colorida plaza central nos tomamos las primeras dos copas de todo el viaje y pusimos en común las experiencias del viaje. Como íbamos a dormir en el albergue y no era cuestión de molestar, volvimos a casa pronto. La habitación donde dormiríamos las nueve personas era pequeña, pero acogedora. Los ladridos de los perros del exterior y las altas temperaturas fueron las únicas notas negativas de la noche.

RESUMEN DEL CASO DE LOS PRESOS DE LOXICHAS. Los indígenas zapotecos de la Región Loxicha han vivido siempre en la marginación y la pobreza, aún así, en 1996 con la falsa acusación de pertenecer al Ejército Popular Revolucionario, la administración del entonces gobernador del Estado de Oaxaca, Diódoro Carrasco Altamirano, inició una despiadada persecución en contra de autoridades municipales y comunitarias en lo que se considera por organismos nacionales e internacionales como una Guerra de Baja Intensidad, pues se realizaron detenciones ilegales y masivas, desapariciones forzadas, tortura, ejecuciones extrajudiciales, violaciones y desplazamiento forzado en contra de hombres, mujeres, ancianos y niños de la región. En dichas circunstancias, fueron detenidos y procesados tanto a nivel del fuero común como del fuero federal, más de 150 procesados, 57 alcanzaron su libertad mediante amnistía local que benefició a más de 200 personas entre sentenciados, procesados y cancelación de ordenes de aprehensión.
Asimismo, a lo largo de este periodo, se han logrado más de 70 sentencias absolutorias, con lo cual se ha demostrado la inocencia de los indígenas loxichas, incluidos quienes fueron llevados al penal de máxima seguridad “La Palma”.

El 2 de diciembre del 2000, en la ciudad de Oaxaca, Fox se comprometió a resolver su situación, un año después, el 07 de diciembre del 2001, en el aeropuerto de esta misma Ciudad de Oaxaca, los representantes de los indígenas se entrevistaron con Fox, quien reafirmó su compromiso de buscar los mecanismos para la liberación de los indígenas de la región Loxicha.

En 2002, en el marco de las movilizaciones para buscar la aprobación de una Ley de Amnistía Federal, se dijo que se había integrado un equipo de alto nivel para la excarcelación de los indígenas zapotecos; el 19 de septiembre de ese mismo año, el maestro Ricardo Sepúlveda se comprometió en la ciudad de Oaxaca a dar los pasos necesarios para la liberación de los presos restantes; un año después, el 24 de octubre del 2003, por intervención del maestro Francisco Toledo y delante de él, de los abogados de los presos, así como de defensores de Derechos Humanos y familiares de los internos, se comprometió a que en el lapso de un mes, se tendría una reunión con el secretario de Gobernación para afinar los mecanismos que darían la libertad a los presos.

No obstante, contrariamente a lo esperado, se realizaron nuevas detenciones por parte de la AFI en contra de dos indígenas que antes habían sido desaparecidos y torturados hasta por nueve meses y posteriormente encarcelados y amnistiados.

Se argumentó después el hecho de que no estuvieran sentenciados seis procesados, pero en apelación se logró la libertad de uno de ellos y se redujeron las sentencias de 4 de ellos de 30 a 13 años de prisión y para uno de 25 a 9 años y diez meses de prisión.

Cumplidos años de encarcelamiento de estos cinco, no hay ningún impedimento legal para su preliberación, aunque hasta ahora no hemos visto el mínimo de sensibilidad y voluntad política para resolver la situación de quienes fueron criminalizados por encabezar un gobierno emanado de los usos y costumbres, pues quienes eran presidente y síndico municipales se encuentran privados de su libertad y sentenciados hasta 30 años de prisión por delitos que no cometieron, haciendo un total de 15 presos del fuero federal, incluidos los 2 últimos detenidos, únicos que están en proceso.

La Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) ha emitido un informe especial documentando las violaciones a DDHH en Loxicha y sugiriendo una atención integral para resolver la permanente situación de violación a DH en la Región. El Dr. Rodolfo Stavenhagen ha emitido la recomendación de una Ley de Amnistía para los Indígenas y no obstante haber actualmente varias iniciativas Fox no hace propia ninguna de ellas.

En las comunidades sigue operando el ejército, policías y paramilitares fomentados por el ex gobernador Diódoro Carrasco Altamirano, que ha originado desaparición y ejecuciones en el último año de más de 11 personas. Aunque contra los autores materiales e intelectuales de delitos de esa humanidad se han iniciado averiguaciones previas por la Fiscalía especial es necesario que desde el ejecutivo se giren las instrucciones necesarias para la consignación y castigo conforme a derecho, pues el pueblo no está dispuesto a perdonar ni olvidar. Es necesaria la intervención de Fox para la integridad física y psicológica de los sobrevivientes, la libertad de los últimos presos, la cancelación de las más de setenta órdenes de aprehensión del fuero federal, un plan integral para el desarrollo y la justicia para los indígenas zapotecos de la Región Loxicha.

sábado, 18 de septiembre de 2004

Los secretos de DF

Mariví y yo decidimos levantarnos antes para coger el bus turístico que nos permitiría hacernos una idea de cómo es México DF ante la imposibilidad de patearse esta macro ciudad de más de 20 millones de habitantes (la mitad de toda la población española). Tomamos el metro en Refinería, como siempre, dirección a Tacuba y de allí en la línea azul al Zócalo (dos pesos cuesta el metro). Entramos en el Palacio de la Gobernación a ver los impresionantes murales de Diego de Rivera que requirieron una explicación para comprender de forma visual la historia concentrada de México. Tan colorista como ilustrativo. Tardó 20 años en realizarlos y lo hizo de forma gratuita. Lástima que su muerte impidió concluir todos los murales que ya tenía preparados.

Al salir del Palacio llegaron las primeras compras en el Zócalo, en la misma puerta de la catedral, y eso pese a que el cura persigue la venta ambulante a sus puertas. “¡Qué quieren, que robemos!”, fue la respuesta de una de las vendedoras. El recorrido del bus turístico, que se coge a la derecha de la catedral, duró tres horas, pero mereció la pena porque así nos hicimos una idea de las dimensiones de esta ciudad. El bosque de Chapultepec, el pijísimo barrio de Polanco, la zona Rosa… Al bajar eran ya las 16 horas, nos comimos unos tacos callejeros y anduvimos hasta la Ciudadela, donde a las 18.30 habíamos quedado con el resto de la expedición, más Malena, Adrián hijo y Mar, una madrileña que ha ido a DF a cooperar unos meses con la Limeddh. La primera visita a la Ciudadela me decepcionó, realmente me esperaba un mercado como los de Perú y no tenía nada que ver. Cambiamos la Ciudadela por el mercado de artesanías de San Juan que, a pocos metros, ofrecía el mismo material a precios más asequibles. Con más bolsas de las que deberíamos, nos fuimos desde el metro Balderas hasta Refinería y de allí, a pocos minutos, a la Limeddh. Una ducha rápida, preparar el equipaje para la segunda parte del viaje y de nuevo a la terminal de autobuses para tomar un autocar hacia Oaxaca (280 pesos y seis horas de viaje). Los autocares en México se diferencian entre clase de mega lujo, lujo, normal, y de ‘batalla’. Los precios de algunos trayectos no difieren demasiado, pero sí en calidad. Como se había suspendido nuestra visita a las comunidades de la Sierra de Zongolica, por altercados que se habían sucedido en la zona, decidimos visitar Oaxaca y a los presos de Loxichas. Un gran acierto.

viernes, 17 de septiembre de 2004

Casos sangrantes de violaciones de DDHH

Al llegar a la sede de la Limeddh estábamos solas porque Adrián y Malena habían pasado el día de la Independencia en casa de su familia. Llegaron a las 9 de la mañana, momento en el que nos levantamos, desayunamos y lavamos toda nuestra ropa. Eso nos llevó casi toda la mañana. Al terminar, y esta vez todas juntas, nos fuimos al barrio de Coyoacán a ver la casa de Frida. Ver previamente la película sobre esta sorprendente mujer ayuda, y mucho, a comprender su obra, sus pinturas y sus dibujos. De la casa azul que compartieron Frida y Diego de Rivera nos trasladamos a la de Trotski, donde nos recibió una hoz y un martillo a los pies de la bandera rusa. Allí contemplamos la habitación donde le habían asesinado, su cocina, su vestuario, su comedor, su despacho. ¡Cuántas conversaciones relevantes escucharían esos muros! Los jardines de la casa eran tan acogedores que decidimos comer en su patio antes de dirigirnos al Zócalo de Coyoacán para callejear. Teníamos poco tiempo para disfrutar de sus calles porque habíamos quedado con Adrián y Malena en el metro Universidad (al final de la línea verde) para ir al Café de la Villa, el de los hermanos Cerezo. En esa línea de metro también habíamos quedado con Jerónimo, un cantautor al que tenía que entregar un paquete procedente de España.


Ubicado en un local social del PRD, el café es un lugar con sabor y mucha historia detrás de cada centímetro cuadrado. De sus paredes cuelgan los cuadros que han ido pintando los hermanos Cerezo durante su calvario en la cárcel. Hay libros que pueden leerse y un cantautor, Ismael de León, que pese a no conocer a los hermanos dedica sus jueves y sus viernes a amenizar la velada, sensibilizado con el caso. Los amigos de los jóvenes estudiantes presos –conforman un comité- se encargan de llevar de forma altruista el café. El dinero que sacan lo dedican íntegramente a pagar los honorarios de la abogada. Mariví se destapó como una buena cantante e hizo los coros a Ismael, que nos estremeció al cantar la canción La Ventana que ha dedicado a los hermanos presos y a Francisco, el hermano mayor encargado del negocio. Café, infusiones, refrescos y bocadillos. Es lo único que se puede consumir, ya que el alcohol está prohibido para evitar que los mexicanos, que toman y toman, se emborrachen, causen problemas y les desalojen del local.

Francisco, el hermano que está libre, nos estuvo narrando, con un humor indescriptible, la historia de un caso estremecedor. Es la manera que tiene, como él mismo aseguró, de superar una historia que ya se prolonga por tres años.

Francisco nos cuenta la historia. “Hace más de tres años en DF explotaron unos ‘petardos’ a los que el Gobierno no dio importancia. Sin embargo, cinco días más tarde detienen a mis hermanos, acusados de terroristas. Se convierten así en los primeros presos de conciencia del Gobierno de Fox”. “A las 5 de la mañana entran en casa de dos de mis hermanos y les mantienen durante 12 horas de interrogatorio, torturándoles para que reconozcan su pertenencia a un grupo armado y firmen coaccionados el acta de la declaración. ‘Secuestran’ todo lo que hay en la casa (250 libros que dijeron que era material subversivo, CDs hasta al perro pequeño). Transcurridas esas doce interminables horas, de golpes amortiguados con bolsas de plástico para no dejar huellas y de amenazas de hacerles ‘desaparecer’ o de matar a su familia, les llevan ante la Procuraduría. En otro lado del Distrito, detienen a otras dos personas. No se conocían de nada. No hay pruebas de que fueran terroristas, pero aún así los detienen”.
“Mi hermana fue la primera que se puso en marcha. Yo me enteré al día siguiente. Había quedado con ellos en la Universidad ese día, pero como no llegaban me fui al cine a ver el Planeta de los Simios. Conocí la noticia al día siguiente en un informativo. Adrián Ramírez, el presidente de la Limeddh, logra entrar en el penal de máxima seguridad al que les condujeron y realizarles un examen para averiguar si habían sometido a torturas”. “Están aislados. De hecho en tres años sólo mi hermana y algún amigo han podido entrar a visitarlos y, lo que es más, uno de ellos únicamente ha podido ver a los otros dos en una sola ocasión. Está asilado en un módulo. Las visitas tienen lugar una vez a la semana y siempre en días diferentes, lo que dificulta a mi hermana acudir, ya que ella tiene que trabajar”.

“Estamos convencidos de que lo que querían era quitarles de las movilizaciones. Los estudiantes de la Universidad de México, sus compañeros, realizaron una gran manifestación y el Gobierno pensó que la UNAM era un nicho de guerrilleros. Tanto, que hubo 300 universitarios expulsados y una ‘chava balada’. Fue un golpe a la universidad. En principio pensábamos que su detención correspondía a su perfil; trabajaban alfabetizando a indígenas”.

“A los tres meses de la detención, mi casa empezó a estar vigilada mediante cámaras de vídeo porque nos habían dictado órdenes de vigilancia tanto a mí como a mi hermana. Pusimos los hechos en conocimiento de la Limeddh. La abogada Pilar Noriega, la primera que cogió el caso, tuvo que retirarse. Posteriormente entra Digna Ochoa, que se ‘suicida’ de tres disparos a los pocos días de entrevistarse con Adrián Ramírez y acordar cómo sería la defensa de los hermanos. A los seis meses entra otra abogada y durante ese intervalo se mantienen indefensos”.

“Son acusados de siete delitos: daños, transformación de artificios, acopio de armas, terrorismo, delincuencia y violación a la ley de delincuencia organizada. Como no pueden probar su relación con la colocación de los ‘petardos’, les quitan todos los delitos, excepto los de terrorismo y violación a la delincuencia organizada. Pero les deberían absolver del delito de terrorismo en la medida en que no pudieron probar su relación con las bombas, pero no ha sido así. En una democracia como la de Fox, la guerra sucia es la más limpia que puede ser”.

“El juicio se celebra por audiencia. Debería haber durado de tres meses a un año, sin embargo tardó año y medio. Les cayeron 13 años de cárcel. Al ser condenados por terroristas, no existen beneficios de reducción de condena, ni salidas ni la posibilidad de abonar una fianza. En un nuevo juicio, les quitaron el delito de terrorismo, no así el de violación a la ley de delincuencia; haberlo hecho supondría que podrían salir bajo fianza. Lo único que se consigue es rebajar la sentencia hasta los 7 años y medio para mis hermanos y cinco años para Pablo (un indígena náhualt)”.

“Hasta el momento nos hemos gastado 250.000 pesos, un dinero que nos cuesta mucho conseguir, más si tenemos en cuenta que mi hermana, que era psiquiatra en el Gobierno Federal y fue despedida. Ahora todo el dinero que conseguimos en el bar, con la venta de café de Oaxaca y con la revista Revuelta es para pagar los honorarios de la abogada. Nos faltan 30.000 pesos para llegar a la última instancia judicial: el amparo. Formulamos esta instancia en abril de 2004 y aunque debería tardar tres meses aún estamos esperando. Confiamos en que salga entre octubre o noviembre, si no exclusivamente queda el trámite de acudir a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Sin embargo, ese trámite es tan lento que muy probablemente se resolverá cuando ellos ya hayan cumplido la totalidad de la condena”.

“Desde hace tres años no sabemos el paradero de nuestros padres porque el Gobierno cree que pertenecen a grupos subversivos desde los años 50. Hasta ahora el Gobierno no ha logrado demostrarlo, sólo han sido rumores. Lo que está claro es que si mis padres aparecen serían detenidos”.

“El expediente consta de 50.000 hojas. En ese paquete han introducido todos los ataques revolucionarios que se han producido en el estado de Oaxaca en los últimos cinco años. Usan pruebas de otros delitos para reforzar la detención. El razonamiento del juez es: aunque la descripción física no coincide y aunque no estuvieron en el lugar de los hemos, son responsables de los actos; así de paradójico”•

Después de esta sobrecogedora historia contada en primera persona nos tuvimos desgraciadamente que ir porque el metro cerraba. Me pasé todo el viaje conversando con Adrián sobre ETA, un tema recurrente en todo México y un tema que causa polémica porque la forma de entender el problema no es el mismo aquí que allí. En ocasiones lo intentan asimilar al problema de los indígenas y a la lucha por conseguir tierras para trabajar.

RESUMEN DEL CASO DE LOS HERMANOS CEREZO.
1.- Mentira: Los hermanos Cerezo son los responsables de los petardos del 08 de agosto de 2001; Los hechos: exonerados jurídicamente por los delitos de daño en propiedad ajena y transformación de artificios, es decir por el hecho material de los petardos.
2.- Mentira: Los hermanos Cerezo son terroristas; Los hechos: Exonerados jurídicamente por el delito de Terrorismo.
3.- Mentira: Fueron detenidos con apego a la ley y en flagrancia; Los hechos: No existía orden de aprehensión, la orden de cateo tenía un domicilio diferente al que llegaron, fueron detenidos a las 5:00 de la mañana y se encontraban en flagrante sueño.
4.- Mentira: Los hermanos Cerezo no fueron torturados, comen bien, duermen bien, se les aplico tres veces el Protocolo de Estambul; Los hechos: La aplicación del instrumento basado en el Protocolo de Estambul duro 10 minutos, fue realizado en el penal de La Palma y estuvo presente por lo menos una persona que también estuvo presente durante la sesión de tortura, además existe un peritaje médico elaborado por la Liga Mexicana por la Defensa de los Derechos Humanos donde se comprueba la tortura.
5.- Doble Mentira: con referencia a los petardos que estallaron en Morelos reivindicados por el Grupo Jaramillista, “Santiago Vasconcelos detalló que ‘todo nos hace indicar que era parte de un grupúsculo de EPR-FARP’, Incluso reveló que ésta célula menor podría tener vínculos con el grupo encabezado por los hermanos Héctor Antonio y Alejandro Cerezo Contreras, que son procesados actualmente por las explosiones en bancos que se registraron en el Distrito Federal a mediados de agosto de 2001.” Los hechos: Los hermanos Cerezo nunca fueron sentenciados por “encabezar” un grupo armado, los hermanos Cerezo no son procesados por las explosiones del 2001 (ver mentira uno)
Hoy nuevamente se intenta, como durante la Guerra sucia de los 70’s, generar supuestos informes y seudo análisis para después filtrarlos a la prensa, intentando generar con esto las condiciones para la detención, la desaparición y/o el asesinato extrajudicial en contra de los defensores de derechos humanos y activistas sociales.
Debemos recordar que por nuestro trabajo de denuncia en el caso de los hermanos Cerezo a partir de diciembre de 2001, fuimos hostigados, amenazados de muerte, vigilados y grabados mediante una cámara de video frente al domicilio de Francisco y Emiliana Cerezo, hechos que fueron precedidos por una filtración a la revista Proceso, dónde sin que hasta la fecha se haya demostrado lo que ahí se vertía, a saber: que los padres de los hermanos Cerezo son perseguidos políticos desde los años 70’s y que además pertenecen a grupos armados.
Hoy nuevamente el Estado a través de su militarizada Procuraduría General de la República filtra a la prensa escrita una nueva mentira con relación a las movilizaciones del 31 de agosto y 01 de septiembre por parte de organizaciones sindicales y populares:
“Cuando hablan de ‘organizaciones fachada’ (del Ejército Popular Revolucionario), los analistas identifican a ocho grupos: el Frente Popular Revolucionario, la Unión de la Juventud Revolucionaria de México y el Comité por la Liberación de los Hermanos Cerezo Contreras.

jueves, 16 de septiembre de 2004

Reflexiones sobre los indígenas

Un viaje a la Huasteca. Corto pero intenso. Me enamoré de los huastecos hidalguense, de su paz, dignidad y humildad. Pisar el laberinto de las comunidades fue todo un placer. Mirarles a los ojos, un privilegio.

Y llegó la hora de la reflexión. Visitamos cinco comunidades, entrevistamos docenas y docenas de simples campesinos, de mujeres, de representantes de las comunidades y autoridades populares. Recogimos material de sus documentos donde reflejan su posición ante los problemas y las denuncias de los atropellos e injusticias, de los engaños y la burla a la que han sido y son objeto por parte del Gobierno. Conocimos muy de cerca una organización campesina que al mismo tiempo que eleva la conciencia de sus miembros, eleva su nivel moral y mejora sus costumbres. El fin del paternalismo, el fin del individualismo. Creen a pies juntillas en la fraternidad del trabajo colectivo, tanto como en la dignidad del indígena.

Todo está limpio, los pisos de tierra bien barridos, las modestas y a veces roídas ropas están también limpias. La actitud es abierta, franca, amistosa; indios puros en su mayoría monolingües de habla náhuatl. No tienen ante nosotras la posición huidiza, recelosa, cerrada del indio ante el blanco. Nos reciben alegres, sonrientes, mirándonos a los ojos, hablando en voz alta, expresándose con franqueza. Nos hemos ganado su confianza en poco tiempo. Pudimos conocer la verdad del indio, que sabe mirar de frente, reír a carcajadas, que entrega su confianza a quien sabe dar. Allí besé a los niños, tomé las manos de las viejas que se acercaban. Viejas no de edad, sino de siglos de sufrimiento. ¿Estos son los bandidos organizados que tanto teme el Gobierno? Ellos lo único que desean es que el resto del pueblo mexicano los conozca y conozca su lucha contra la marginación.

Despertamos en los niños enorme curiosidad. Nos rodeaban sin recato, suplieron rápido su timidez inicial. No acostumbran a ver extranjeros y resultamos un espectáculo insólito. Los niños son los que mejor hablan castellano porque lo estudian en la escuela. Hay escuelas, pero no maestros suficientes. Lo que les sorprendió, y mucho, es que tres de nosotras fumásemos, ya que las mujeres no lo hacen, como tampoco beben. Eso es ‘cosa’ de hombres.

A la vista de esta gente es fácil darse cuenta de la demagogia que mantiene al indio sumido en unas condiciones precarias. Bajos de estatura, los cuerpos delgados, las caras enjutas, la vejez prematura, evidencian los estragos del azote que sufren desde generaciones: la desnutrición. Aún así, los políticos giran la cabeza ante la evidencia.

El mixtamal se muele en el molino, las tortillas se hacen tres veces al día, a mano. Su único acompañamiento: chile y frijoles. Y ahora están felices porque su alimentación mejoró. Desde que tomaron las tierras, al menos comen frijoles. Antes, puro maíz. Beben café muy aguado, compran refrescos, y muchos, en la pequeña tienda cooperativa de la comunidad.

Sus viviendas son chozas de bajareques, palos entretejidos, algunas están terminadas con barro encalado y techo de palma. Un brasero, una mesita, dos o tres sillas, son todo el mobiliario. No siempre hay camas. Muchos duermen en petates en el suelo. El agua se acarrea desde el río porque no conocen el agua ‘entubada’. La luz no llegó hace mucho tiempo, pero las calles siguen a oscuras. En cada comunidad hay una iglesia, tan modesta como las viviendas campesinas. Cruzamos varias veces los secos vados de los ríos, porque no llueve, están deforestando la zona.
Maíz, frijoles y chiles. Chiles, frijoles y maíz. Para desayunar, para comer, para cenar. Beben café muy aguado y compran refrescos en la irrisoria tienda cooperativa de la comunidad. No comen carne, ni huevos. Los escasos animalitos que crían en sus casas -algunas gallinas, un puerco igual de enflaquecido y unos cuantos pavos- los utilizan como mercancía de trueque en ‘la plaza’ para adquirir el resto de víveres de primera necesidad: azúcar, sal, aceite, jabón o café. Rara vez toman leche. Los niños no reciben más dosis de proteínas de origen animal que la leche materna, lo que obliga a muchas mujeres a prolongar el amamantamiento, a veces, hasta los cuatro años de la criatura. No cultivan lechugas, tomates ni ninguna otra verdura. «Son tantos siglos de opresión y de miseria que la gente no sabe sacar partido a lo que tiene a su alcance.
Cerca del riachuelo crecen espontáneamente los plátanos, mangos salvajes, una especie de ciruelas, y no los aprovechan. No conocen la lechuga, la zanahoria ni ninguna otra verdura. Me asombra que no siembren, que no haya huertos. Necesitan capacitadores agrarios que les enseñen y unos métodos menos rudimentarios.

Ellas van descalzas, a veces llevan zapatos de plástico porque son baratos, pero no sirven para el clima de la región ni por la topografía del terreno. Los mejores zapatos los reservan para ocasiones especiales. Ellos sí llevan botas. No conocen otra vida, más allá de la que muestran las telenovelas mexicanas en la recién estrenada televisión, porque no han salido de sus comunidades. Ni siquiera han visto el mar y eso que lo tienen a menos de 100 kilómetros.

Durante las reuniones se mostraron tímidas, como nosotras, pero al poco rato nos rodeaban y se atropellaban para expresar en voz alta y con vehemencia, sus amargas quejas. “No tenemos atención médica, nuestros hijos se mueren, cuando los llevamos a la cabecera del municipio, tenemos que caminar a pie. Los médicos particulares, todos, les hacen esperar largas colas porque primero atienden a los ricos. Ellos tienen más dinero. A veces les dejan sin atención”.

El vocerío queda registrado en la grabadora, con el llanto de algunos niños. No las borraré. Esta grabación y la de la fiesta del Día de la Independencia quedarán en mi archivo personal como un testimonio vivo y emocionante. Superadas las reticencias iniciales, todos quieren ser fotografiados.

El machismo sigue siendo exagerado, aunque algo va cambiando. Ya no beben como antes y como ya no beben, no golpean a sus mujeres. No se prohíbe beber, pero los índices de alcoholismo han bajado desde que la organización trabaja por ello. Aún así los hombres tienen claro que no es posible que sus ‘compañeras’ dejen los quehaceres domésticos y se dediquen a participar. ‘La mujer podrá participar más en la medida del desarrollo de las comunidades’, señalan.

Demuestran un elevado grado de conciencia política. “Antes de que llegaran los blancos, éramos dueños de todo esto”. Pero por su ignorancia se dejaron despojar. A veces los caciques les compraban las tierras por una cantidad miserable y otras las tomaban por la fuerza. Vino la revolución y las tierras volvieron a quedar en manos de los caciques. Cuando venía el reparto de las tierras, les decían a los campesinos que les daban las tierras más altas para que no tuvieran peligro de que la crecida del río las inundara.
Ahora, al menos, tienen esperanza. El miedo a que las tomas de tierras volvieran a crear nuevos ricos, les llevó a pensar en el trabajo colectivo como la forma de organización más equitativa. Aquí todo se hace en colectivo: la milpa, el molino, la tienda. Todas las decisiones se toman en colectivo.

Eligen sus propias autoridades y si no cumplen, les quitan. No hay líderes, son como fuente ovejuna. La Policía y el ejército les buscan porque creen que ellos son los que dirigen las tomas de tierras y la organización. No saben que la necesidad les ha hecho actuar así. “No pueden creer que simples campesinos como nosotros seamos capaces de darnos cuenta de nuestros problemas y actuar para resolverlos”. Ojalá algún día, no muy lejano, la corrupción sea en México un episodio desgraciado pero pasado, y nuestros amigos los indígenas puedan salir del rezago histórico al que se han visto sometidos.


Cogimos un autocar de la Estrella Blanca a las 9.30 de la noche por 170 pesos, lo mismo que nos había cobrado Adrián para la ida. Mi facilidad para dormir en cualquier medio de transporte fue una baza muy importante a mi favor. Llegamos a la estación de Tapo, en DF, seis horas después. En las estaciones de autocares (no hay trenes en México) hay siempre una cabina con un letrero que dice: Taxis autorizados. Como es la forma más segura de viajar, dimos nuestra dirección. Colonia Clavería, avenida Azcapozalco 275 y allí mismo se paga el importe del trayecto. Era de madrugada y el tráfico inexistente, por lo que llegamos en muy poco tiempo a la sede de la Limeddh.

Amarga despedida de las Huastecas

Durmiendo. Mi estómago fue el que dio la voz de alarma, la primera vez desde que llegué a México. Recogimos nuestro equipaje y lo llevamos a la iglesia. Unos buenos cubetazos para despertarnos y a charlar con Pedro. Tener una conversación temprana y tan interesante y encima escuchar de fondo a Maná no tenía precio. En la galera de enfrente muchas personas mantenían una reunión, estaban deliberando sobre qué hacer con los jóvenes que en la noche anterior habían protagonizado unos mínimos incidentes.
El desayuno volvió a ser en la caseta central. Allí recogería las declaraciones de un profesor y de Gabriel, de FEDOMEZ (Frente Democrático Oriental de México Emiliano Zapata)

GABRIEL nos habla del frente. “Nace a raíz de los problemas de 1976 cuando que nos enfrentamos por nuestras tierras. Como indígenas de las huastecas llevábamos nuestras demandas al Gobierno, pero las peticiones no eran tomadas en cuenta. Los pueblos optan entonces por la vía de los hechos. En 1976 tiene lugar en Hidalgo la primera toma de tierras. Hubo intentos de desalojos por parte del Gobierno y de los caciques. Pero los pueblos ya estábamos unidos. En 1976 matan a tres compañeros de 14 de mayo. Luego se forma el OIPU, organización independiente de pueblos unidos de la Huasteca, abajo. Arriba, Campesinos unidos sierra oriental. Luego nace otra en Veracruz, El Comité agrario del norte de Veracruz Emiliano Zapata”.

“Se forma una comisión tripartita, compuesta por Gobierno, caciques y campesinos. El Gobierno intenta soborna a los representantes de los pueblos, pero no lo logra y, el Gobierno mete animales en las milpas. Nos unimos para sacar el ganado y a los vaqueros (pistoleros de los ricos) Todo aquel que lleva un machete corto, lo echan. Si era viejo le echaban. La gente más despierta se defendía y tomaba decisiones y vino la lucha espontánea y los compañeros. Ya éramos 5.000 campesinos. Los ricos reclamaban las tierras, pero la gente se puso en pie de lucha. Fue corto pero muy duro. Hubo perseguidos, torturados, muertos. En 1980 se da represión más fuerte y selectiva. Bajan 20.000 soldados de Hidalgo a reprimir a los psicólogos. Entraron en la comunidad y agarraron a 500 indígenas”.

“Nos abrimos más a nivel político, Invitamos a las universidades, a los colegiales y a medios de comunicación para dar a conocer la represión en la Huasteca. Tuvimos mucho contacto con otras organizaciones. Incluso hubo un representante de DDHH en Francia que se fue a hablar con autoridades en Pachuca. Pasaron entre 6 y 9 meses encarcelados, pero salieron, algunos lisiados. Recuperamos 45.000 hectáreas de la huasteca”.

“Se regularizan las tierras. En 1980 matan a cuatro compañeros en Huautla. Ve que tenemos la fuerza. El Gobierno creó una organización Unión regional de Ejidos de la Huasteca de Hidalgo, para contrarrestar nuestra organización”. La gente no preparada políticamente se dejó comprar por el gobierno, con tractores… No dependemos de ningún partido. No votamos, pero nos dimos cuenta que el pueblo sí lo hacía para que le dieran cosas”.

“Dimos cursos de capacitación para que la gente se uniese. El Gobierno pone trabas porque se dio cuenta de que no podía con el movimiento y viene con programas. Crédito de la palabra. Niños becados, niños en solidaridad, procampo, progresa, oportunidades, procede”.

“La última toma de tierra se produjo en 1984 en Chalma. La represión fue tremenda. Un rico tenía 550 hectáreas de primera y 1.000 cabezas de ganado. La gente los sacó. En ese momento entró el ejército y llegaron los helicópteros”.
“El Gobierno abre su política y comienza a regularizar las tierras. Dieron 23.000 millones de pesos en regadío pero no funcionó. Era el más grande de América. Hacen carreteras por todos los pueblos y clínicas para 700 habitantes. Estaban equipadas, pero se terminaron las medicinas. Mandaron sólo médicos practicantes. Los indígenas no nos lo merecemos. Los niños se nos mueren de diarreas, de calentura”.

“El Gobierno hace todo lo posible por llevarse a la gente, pero no le da recursos. Entrega recursos para llevarse a la gente. Los programas son como una guerra de baja intensidad. Les decimos que cojan todo lo que les dan, pero que no les den nada a cambio”.

“En 1986 se crea el frente. No nos podíamos quedar fuera de los partidos. Podemos apoyar al PRD para no estar aislados, pero sin afiliarnos. Llegamos a lanzar un candidato como PRD pero era de Fedomez. Coincidimos en las demandas, pero no en las formas de hacerlo. Sus demandas son mejores viviendas, legalización de tierras, restitución de los bienes públicos, obras sociales, agua entubada, maestros, galeras públicas, medicamentos y médicos”.

“Vivimos en un ejido de 500 hectáreas. Se usa como bien común, no está escriturado. El Gobierno quería meter el Procede, pero no lo aceptamos porque supondría perder el concepto de ejido y eso desune. Fedomez quiso negociar, pero el Gobierno hizo caso omiso”.

“A partir de los años 80, el Gobierno comenzó a extender una red de espionaje, eran los orejas del Gobierno. El sueldo de un soldado alcanza los 4.600 pesos al mes, mientras que el de un maestro no supera los 4.000 pesos al mes y el sueldo mínimo apenas llega a 1.300 pesos al mes. A 10 minutos, en carro, hay un campamento. Estamos militarizados. Pasan tres veces al día, hacen un retén, te preguntan, te toman las placas, meten miedo a las mujeres. Lo hemos abordado con el Gobierno del Estado”.

Hubiera resultado de gran utilidad haber mantenido esta conversación con Gabriel o con cualquier otro del frente nada más llegar a la Huasteca porque así habríamos tenido una visión global desde el principio. Comenzó en ese momento nuestro dilema. Nos quedaba ya muy poco tiempo en la fiesta y queríamos aprovecharlo al máximo. Debíamos irnos a las 14 horas en el autocar hacia Huejutla porque nuestra intención era llegar el domingo a Oaxaca y poder visitar en la cárcel a los presos de Loxichas. Nos perderíamos entonces el rodeo o jaripeo y los bailes tradicionales. Toda una pena. Pero había que elegir.

Optamos primero por despedirnos y dar las gracias a todas las comunidades que nos habían alojado y dado de comer con tanta generosidad. No encontrábamos las palabras porque era mucho nuestro agradecimiento. Las lágrimas estuvieron en muchos instantes a punto de rodar por nuestras mejillas.

Felipe fue nuestro último interlocutor. El es el médico que hizo posible hace ya seis años el proyecto belga de capacitación en Atención Primaria. Destacaba entre todos los indígenas mucho más que nosotras, tan blanco de piel y pelirrojo.

FELIPE. Este médico belga de Capás llegó a finales de 1997 para ver las necesidades de salud de la zona y realizó un proyecto. Regresó un año después con un proyecto de Atención Primaria. La idea era dar formación a los indígenas. Como no había metodología hecha, lo primero que tuvo que hacer fue elaborar unos manuales que “se fueron mejorando”. El primer manual de atención primaria consistía en conseguir que desde los síntomas se llegara a saber cuál era la enfermedad.

La gente elige al asistente, le paga su pasaje para los cursos, le ayudan en la milpa. Empezaron en nueve comunidades de Benito Juárez, de Madero, de Veracruz y esta comunidad, Tohuaco.

Muchos sólo llegaron al primer curso porque no confiaban en el proyecto. Comenzaron a hacerlo cuando se construyó la primera casa de salud en Juárez. Los cursos duraban ocho días. El primera sobre la enfermedad, el segundo sobre el diagnóstico. El tercer curso versó sobre salud de México y mundial. Cinco días teoría y tres de práctica. El último curso fue de prevención, ya que es necesario que enseñen cosas al paciente. Ahora trabajan 20 asistentes de salud, aunque hay más capacitados que lo han ido abandonando.

“El Gobierno quiere que cada pueblo tenga su casa de salud, pero no es viable”. En la zona de la Huasteca viven 5.000 personas y hay siete casas de salud. Consiguen las medicinas más baratas, pero “el paciente paga por su enfermedad”. “Como Fedomez quiere otro tipo de sociedad, ideamos que hubiera una cuota al año por familia (50 pesos). El primer año se les pidió 20 pesos, el segundo 20 y este 50. Es el primer año que pagan, pero algunos no quieren. Hicimos dos teatrillos para explicar sus necesidades”.

“Necesitamos aspirinas, paracetamol, antibióticos…, lo elemental”. Empezamos como Comisión de salud en colaboración con la Limeddh, pero después de dos años hicimos una asociación civil para estar más cerca de los problemas de estas personas”, concluye Felipe.

Nos dimos una vuelta por la campa para saludar a María Félix, nuestra anfitriona, que en esos momentos había aprovechado para pasar consulta bajo una palapa, y a hablar con dos ancianitos que nos pedían medicamentos porque a su mujer le dolían mucho los oídos. Sólo pudimos remitirles a los asistentes de salud. Y aquí se acabó todo. Al menos todo nuestro contacto con las comunidades indígenas de la Huasteca de Hidalgo. Cogimos las mochilas y caminamos por la misma explanada que hacía tan sólo dos días nos había sorprendido. La fiesta se interrumpió mientras nosotras nos alejábamos hacia el autocar. Fue verdaderamente muy emocionante ver sus caras y ver cómo con sus manos se despedían de nosotras.

Tras unos minutos ensimismadas en nuestras sensaciones, comenzamos a hablar como unas locas. El autocar estaba cochambroso. Costaba 19 pesos. Pedro iba a nuestro lado porque él también tenía que llegar ese día a Huejutla. Una hora después llegamos todos, después de pasar por Huautla, localidad de la que habíamos oído hablar mucho. El calor en Huejutla era insoportable y nos costó mucho llegar a la sede de la Coddhso. Llamamos a nuestras casas (120 pesos una llamada de seis minutos a un móvil). Una ducha maravillosa y a esperar a que llegara Pedro para ver si el carro de Adrián estaba ya arreglado o no. De eso dependía el cómo íbamos a volver a DF. El objetivo era que nosotras transportáramos el coche hasta DF, pero no estaba listo y tuvimos que coger un autocar. Pedro me dio el listado de muertos y desaparecidos en las Huastecas en los últimos 20 o 30 años. Escalofriantes cifras.

La despedida con Pedro fue muy emotiva. Me hubiera gustado expresarle las sensaciones que me había causado haber conocido a ese hombre achuchable. A mis compañeras les dije en varias ocasiones, en broma, que me encantaría llevarme a Pedro a mi casa. Un hombre así en mi entorno sería un buen bálsamo para discernir entre los problemas importantes y las tonterías. Un taxi nos separó de la sede de la Coddhso en dirección a la terminal de autobuses.

miércoles, 15 de septiembre de 2004

La mayor de las fiestas

Llegó el gran día de la fiesta. María Félix nos levantó a las 7 de la mañana porque el Grito sería a las 8 horas (en un principio nos habían comentado que sería a las 6 de la mañana). Enfilamos hacia la explanada en busca del grito, un grito que no se produciría hasta las 10.20 de la mañana. Algún día aprenderemos a ir a su ritmo y a entender que su ‘ahorita mismo’ no significa igual que para nosotras. Nos dio tiempo a desayunar en la caseta central, donde nos encontramos con Pedro y con Francisco. Qué hombres más excepcionales, en especial Pedro, que desprende una ternura fuera de serie, mezclado con sentido del humor y un gran sentido del sacrificio. Francisco se desvivió porque tuviéramos de todo: café, tortillas… Volvimos a tener la ocasión de hablar con Pedro, sobre ETA y la forma que ellos tienen de equiparar los problemas de los indígenas con la de los etarras. Nosotras, durante todo el viaje, dimos nuestra visión sobre el problema del terrorismo en España y sobre las diferencias que encontramos entre uno y otro problema. También nos comentó sobre la existencia de las mafias en las cárceles mexicanas. Allí los que tienen dinero pagan al director pagan al director de la cárcel para que les dejen salir momentáneamente y vengarse de aquellos que los inculparon. Lo suelen hacer los que llevan muchos años en la cárcel y no tienen nada que perder, entre otros motivos porque en México no hay reducciones de condena por buena conducta.

Mientras esperábamos al acto, charlamos con los hombres y mujeres con los que nos íbamos encontrando por el camino. Sobre las 10 de la mañana, la gente comenzó a disponerse alrededor de la cancha de baloncesto. El grito consistía en una proclama sobre el movimiento: el Frente Democrático Oriental de México Emiliano Zapata (Fedomez). Al principio fue un acto muy militar, cinco chavales desfilando con la bandera mexicana hasta que se la entregaron a un hombre, que comenzó a izarla, al tiempo que todos, niños, mujeres y hombres, en posición de firmes y con el brazo sobre el pecho entonaban el himno de México, momento en el que estallaron los cohetes artificiales, y después la Internacional. Fue de las pocas ocasiones en las que entendí y vi sentido real a la Internacional. No en vano estaba cantada por hombres y mujeres que reivindican situaciones muy similares a las que narra el himno. Me emocioné, y no fui la única. Al acto le faltaron los característicos aplausos.

Inmediatamente después comenzaron los deportes –fútbol, baloncesto y voley-. Mientras, las mujeres no paraban de hacer tortillas al ritmo que sonaba la banda. Unas aprovechamos para lavarnos en el pozo que había detrás de la iglesia y otras decidieron ir al arroyo que estaba a varios minutos de la comunidad. Aquí el problema del agua sí es acuciante, sus ríos se secan, lo mismo que sus pozos.

Como tardaban mucho en llegar, nosotras compartimos plática con Pedro y Francisco en la puerta de la iglesia y nos dirigimos de nuevo a la fiesta, donde nos esperaba carne de res. Pedro nos contó su historia y nos dejó boquiabiertas. Al poco se sumaron a la reunión Perla, una estudiante mexicana de Sociología en la UNAM, y nos salimos a la campa a charlar de la situación de la universidad y del entramado de organizaciones que trabajan todas por la misma causa.

Vi como mataban y despellejaban a la segunda vaca. El espectáculo resultó bastante desagradable. Después de hablar con Perla lo hicimos con Dionisio, un asistente de salud de Tepetzintla.

DIONISIO. Este asistente social de Tepetzintla se empezó a formar a partir de 1989 y al año siguiente comenzó a trabajar. Capas les proporcionó guantes, gasas. Trabaja los lunes y los martes y atiende entre 80 y 90 pacientes al mes. A su milpa acude de jueves a domingo. “Manejamos pura pastilla y no recibimos dinero de nadie. En época de lluvias y frío atendemos gripe, sobre todo, infecciones de las vías respiratorias, y los heridos en la milpa, dolores musculares, hipertensión, diabetes.

“Hemos detectado en la mayor parte de las mujeres anemia por falta de hierro. No consumen verduras porque hay que comprarlas. ¿Y por qué no las cultivan? Para eso se necesita agua y aquí no hay. Es difícil y costoso acarrearla desde el río.

Nos interesamos en ese momento por las pensiones. ¿Existe el concepto de jubilación, hay pensiones? “Sólo la reciben algunas personas. En mi comunidad sólo cuatro de los diez jubilados. Ganan 2.000 pesos cada cuatro meses y los que no la reciben tienen que subsistir a base de sus hijos”. “El Gobierno ha querido que tengamos problemas y que nos enfrentemos unos a otros, por eso sólo manda a unos pocos. Los programas vienen contaditos. Pero el Gobierno no ha logrado desunirnos porque somos un pueblo que siempre ha trabajado en conjunto”.

La conversación nos resultó un tanto pesada. Quizá porque la charla se prolongó durante más de dos horas y allí el tiempo pasa muy deprisa y hay que aprovecharlo. Volvimos al río. Nada más salir de la iglesia, donde teníamos los bártulos, vimos un camión con un montón de hombres a los que no prestamos atención. Tomamos el largo camino hacia el río y un hombre nos iba siguiendo.

Pronto entendimos el por qué de esta vigilancia. A los pocos pasos nos encontramos a una pareja que nos explicó que habían llegado los ‘haboneros’, gente del ejército camuflado, cuya misión era recoger información sobre la fiesta y sobre las personas que participan en ella. Los de las comunidades, conocedores de su presencia, los ‘corrieron’. Les pedimos que, en cualquier caso, nos avisaran de quiénes eran para no entablar conversación con ellos. A nosotras nos resultaría muy complicado discernir de entre todos los indígenas quiénes eran los ‘malos’ de la película.

El río fue un descubrimiento. Una mujer nos facilitó los cubos para lavarnos y allí permanecimos bastante tiempo disfrutando de un río con aguas cristalinas y fresquitas, que nos aliviaban del calor dominante que sentíamos. Aunque era momentáneo, al dar dos pasos el sudor volvía a hacer su aparición. Regresamos por el mismo camino hacia la fiesta. Era ya casi de noche y otra vez teníamos que atravesar el cauce del río seco, a oscuras, a tientas.

Pronto nos dieron de cenar un trozo de carne de vaca muy rica. Nos fuimos de palapa en palapa a saludar a nuestras amigas de Xiliteco, 14 de Mayo, Tepetzintla, El Lindero. No era cuestión de que se sintieran celosas. Y es que si hablábamos más tiempo en una papala que en otra, nos preguntaban que si ya nos habíamos olvidado de ellas. Las mujeres, entre risas y tímidos intentos, nos enseñaron más o menos a bailar su trapiche. Los bailes no eran muy difíciles de aprender, pero sí un poco sosos. El resto de comunidades hicieron lo propio. Las risas eran constantes, pero por nosotras que no quedara. ¡Cómo me iba a perder yo eso! Aquí desde que te levantas hasta que te acuestas tienes la misma sensación de plenitud y había que aprovecharlo.

La banda sonaba de forma intermitente desde por la mañana hasta por la noche, pero nadie se atrevía a dar los primeros pasos de baile. Nosotras pletóricas, nos dirigimos a la cancha de baloncesto y comenzamos a dar los primeros giros. Las risas creo que aún perduran en el ambiente. Dionisio, el asistente social, fue el primero en lanzarse al ‘ruedo’ y nos empezó a enseñar. Giros y más giros, la música no paraba y cada baile se hacía eterno. No había alcohol en la fiesta porque su consumo estaba prohibido para evitar peleas entre la gente. “Ya no beben como antes y gracias a que no beben tanto, han dejado de golpear a las mujeres. No se prohíbe beber, pero los índices de alcoholismo han bajado desde que la organización trabaja por ello. Eso sí, el machismo perdura”, comenta uno de los jóvenes que observa desde lejos como la gente bailaba.

Hablan de la igualdad entre hombres y mujeres, pero aún no lo conciben. “No es posible que las compañeras dejen los quehaceres domésticos y se dediquen a participar. Hay que moler el maíz tres veces al día y eso lleva mucho tiempo. La mujer podrá participar más en la medida en que las comunidades se desarrollen”. Esas palabras resonaban con fuerza en nuestras cabezas y nos indignaban, pero era imposible cambiarles de un plumazo de mentalidad. Y si no que se lo pregunten todavía a algún machito español que, pese a la formación e información que tiene a su alcance, todavía se resiste a llevarlo a la práctica. En las comunidades no era cuestión de llegar arrasando, por lo que nuestra única posibilidad era explicar que en España, poco a poco, el concepto de igualdad va calando y que las mujeres, cada vez en mayor número, son independientes y van ganando derechos.

Cuando ya dimos por terminado el baile al son de la música de la banda, nos fuimos de excursión por las palapas. Entre ellas nos encontramos con tres músicos que tocaban sones huastecos (huapangos) y que dedicaron una canción ‘a nuestras amigas españolas que han venido a visitarnos’. Qué emoción. Susana, pese a estar prohibido, se buscó la vida para probar el mezcal y toda la fiesta se enteró de que se estaban incumpliendo las normas.

La fiesta era espectacular. El cansancio ya iba haciendo mella entre nosotras, pero eso no nos impedía disfrutar. A las 24 horas y esta vez sí puntualmente, el chico del sombrero blanco leyó un manifiesto. Ver a toda esa gente, niños, jóvenes, mujeres y hombres, en pie, todos unidos por el mismo fin: prosperar y hacerlo por sus propios medios, resultaba estremecedor. María Félix, desgraciadamente, nos puso el punto final a la fiesta. Dormíamos en su casa y ya había llegado la hora de despedirnos de la gente. Qué pena, hubiera aguantado toda la noche. Estábamos eufóricas y las risas se sucedían.

martes, 14 de septiembre de 2004

Hacia la fiesta de la Independiencia

Nos levantamos en la cancha de baloncesto a las 8 de la mañana, bajo el rocío que se había impregnado en nuestros sacos de dormir y entre los saludos de los niños que se encaminaban a la escuela, sorprendidos por el espectáculo que suponía nuestro despertar en medio de la nada. Desayunamos con Edit y su familia y nos fuimos a la pileta para espabilarnos. Nos encaminamos, de nuevo, a El Lindero para entregar a Daniel las medicinas que habíamos recopilado. Estaba trabajando en la milpa, así que se las entregamos a los profesores de preescolar. Regresamos sobre nuestros pasos a Tepetzintla y compartimos charla con las mujeres en el molino al que acuden tres veces al día para moler el maíz –a las 7 de la mañana, las 13 horas y las 17 horas-.

Como comunidades organizadas que lo son, y mucho, cada cierto tiempo una mujer es la encargada del molino. Son turnos rotativos. Cada vez que van a moler depositan en una bolsa 50 céntimos de peso que sirve para abonar el recibo de la luz de toda la comunidad: unos 500 pesos cada dos meses. Tuvimos la oportunidad de ver cómo se hacen las tortillas en casa de la esposa de Fabián. Ahí constatamos que nos ofrecen los mejores lugares para dormir, ya que, aunque las casas están todo lo limpias que pueden estar, no es precisamente el concepto de vivienda que tenemos. Color grisáceo, olor a fogata, bultos apilados en cualquier mínimo rincón, perros por todos los lados, suciedad acumulada…

Ya no daba tiempo para más. A las 15 horas vendría el camión (autocar) que nos trasladaría a otra comunidad, Tohuaco, donde se realizaría la fiesta de la Independencia del 15 de septiembre. Teníamos que recoger nuestras cosas y hacer las mochilas. Ya sólo estábamos cuatro porque Noelia decidió volverse a DF. Al final, el autocar se retrasó y llegó a las 17 horas. La espera fue divertida porque el tiempo, como ya he dicho anteriormente, se mide de otra forma. Los tiempos muertos se aprovechan hablando con la gente, a fin de cuentas que más da estar en un lado u en otro cuando la gente que vas conociendo es igual de apasionante.

El autocar era blanco, sucio, destartalado, pero era el mejor medio de transporte que ellos disponen y el que les permite trasladarse de un lado para otro. Parecía imposible que todos cupiéramos porque cada mujer llevaba cacerolas de gran tamaño y muchos, muchos, bártulos. Al final, incomprensiblemente, todo entró. Nos reservaron cuatro asientos, pese a nuestra insistencia de que se sentaran ellos. Primero éramos mujeres, después éramos sus invitadas. No teníamos nada que decir. Los chicos más jóvenes serían los que fueran de pie durante las dos horas que duraba un viaje movidito por un camino, de nuevo, sin asfaltar y con innumerables charcos. Las curvas se sucedían, pero lejos de vivirlo como una incomodidad nos permitían contemplar cada cierto tiempo un paisaje a cual más bonito y a los hombres al pie del camino con sus caballos en dirección a casa tras una dura jornada en la milpa.
Llegamos a una gran explanada que posee la comunidad de Tohuaco donde se celebraría durante los tres días siguientes la fiesta de la independencia de México. Nosotras lo festejaríamos con la misma emoción que ellos. Alrededor de la explanada se disponían las palapas que servirían de cobijo para los indígenas. Cada comunidad tenía la suya, donde dormirían. Se juntaron unas 12 comunidades, unos 1.000 indígenas aproximadamente. Aunque la fiesta no comenzaría hasta el día siguiente, ya eran numerosas las personas que habían ido llegando en todo tipo de medios de transporte: tractores, autocares, camiones, caballo… A nosotras nos asignaron la palapa de invitados, cerca de un pequeño y recogido edificio que sería posteriormente la sede de los dirigentes. Después de dejar nuestras mochilas en los bancos debajo de la lona, nos dirigimos hacia las distintas comunidades para saludar a todos. Habían llegado de Xiliteco, 14 de mayo, Tepetzintla y el Lindero. Qué ilusión, tendríamos otra vez tiempo para compartir con esas gentes maravillosas, con esas mismas personas a las que habíamos tomado cariño y a las que pensábamos que nunca volveríamos a ver. A ellos se les notaba contentos con nuestra presencia, nosotras lo estábamos más.

El ‘pinchito’ del sombrero nos indicó que habían encontrado una mejor ubicación para nosotras: la iglesia. Nos dirigimos hacia allí, tras sortear los cantos rodados de un río desgraciadamente seco y, eso que denotaba haber tenido un caudal considerable. Ante nosotras se abrió una nueva comunidad: Tohuaco.

Parada obligada en la tienda para adquirir agua embotellada, refrescos, zumos, yogures, unos víveres que nos supieron a gloria. La celebración no comenzaría hasta el próximo día, sin embargo en la parte trasera las mujeres ya estaban preparando en el horno los bolillos (pan dulce) que venderían durante los próximos días en la fiesta. Otras daban los últimos toques a la cena de la noche. No estaban ni Francisco, ni Pedro, pero nos sentíamos como en casa, como en familia. Nos ofrecieron para cenar la grasa de la vaca que previamente habían matado para consumirla entre los más de mil indígenas.

No sería la iglesia, al final, el lugar en el que pasaríamos la noche. Iba a ser utilizada para una reunión y la galera ocupada por hombres. María Félix, la asistenta de salud de Tohuaco, nos ofreció gentilmente el porche de su casa. Estaba muy limpio y las flores de alrededor desprendían muy buen aroma. Antes de llegar pudimos conversar con las personas que esperaban sentadas en sillas a la espera de que comenzara la reunión en la iglesia.

La mosquitera sobraba, el saco también. Nos desprendimos de ambas ataduras y dormimos sobre el petate que nos facilitó la familia de María Félix. La noche fue muy reparadora. A eso ayudó el maravilloso olor a flores.