Viajar, viajar y viajar

Viajar, viajar y viajar. Si compartes esta pasión, aquí hay una muestra de algunos de esos rincones que aparecen en las guías de viajes, pero también de otros que se muestran ocultos a nuestros ojos. Bienvenido...

sábado, 18 de septiembre de 2004

Los secretos de DF

Mariví y yo decidimos levantarnos antes para coger el bus turístico que nos permitiría hacernos una idea de cómo es México DF ante la imposibilidad de patearse esta macro ciudad de más de 20 millones de habitantes (la mitad de toda la población española). Tomamos el metro en Refinería, como siempre, dirección a Tacuba y de allí en la línea azul al Zócalo (dos pesos cuesta el metro). Entramos en el Palacio de la Gobernación a ver los impresionantes murales de Diego de Rivera que requirieron una explicación para comprender de forma visual la historia concentrada de México. Tan colorista como ilustrativo. Tardó 20 años en realizarlos y lo hizo de forma gratuita. Lástima que su muerte impidió concluir todos los murales que ya tenía preparados.

Al salir del Palacio llegaron las primeras compras en el Zócalo, en la misma puerta de la catedral, y eso pese a que el cura persigue la venta ambulante a sus puertas. “¡Qué quieren, que robemos!”, fue la respuesta de una de las vendedoras. El recorrido del bus turístico, que se coge a la derecha de la catedral, duró tres horas, pero mereció la pena porque así nos hicimos una idea de las dimensiones de esta ciudad. El bosque de Chapultepec, el pijísimo barrio de Polanco, la zona Rosa… Al bajar eran ya las 16 horas, nos comimos unos tacos callejeros y anduvimos hasta la Ciudadela, donde a las 18.30 habíamos quedado con el resto de la expedición, más Malena, Adrián hijo y Mar, una madrileña que ha ido a DF a cooperar unos meses con la Limeddh. La primera visita a la Ciudadela me decepcionó, realmente me esperaba un mercado como los de Perú y no tenía nada que ver. Cambiamos la Ciudadela por el mercado de artesanías de San Juan que, a pocos metros, ofrecía el mismo material a precios más asequibles. Con más bolsas de las que deberíamos, nos fuimos desde el metro Balderas hasta Refinería y de allí, a pocos minutos, a la Limeddh. Una ducha rápida, preparar el equipaje para la segunda parte del viaje y de nuevo a la terminal de autobuses para tomar un autocar hacia Oaxaca (280 pesos y seis horas de viaje). Los autocares en México se diferencian entre clase de mega lujo, lujo, normal, y de ‘batalla’. Los precios de algunos trayectos no difieren demasiado, pero sí en calidad. Como se había suspendido nuestra visita a las comunidades de la Sierra de Zongolica, por altercados que se habían sucedido en la zona, decidimos visitar Oaxaca y a los presos de Loxichas. Un gran acierto.

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