Viajar, viajar y viajar

Viajar, viajar y viajar. Si compartes esta pasión, aquí hay una muestra de algunos de esos rincones que aparecen en las guías de viajes, pero también de otros que se muestran ocultos a nuestros ojos. Bienvenido...

domingo, 19 de septiembre de 2004

Un día en la cárcel

Llegamos a las 6 de la mañana a la pequeña estación de primera clase de Oaxaca. Al poco tiempo llegó Juan Sousa, un hombre vestido de forma impecable, ex preso de Loxicha y otra persona espectacular que tendríamos la oportunidad de conocer. Ya habíamos tenido ocasión de cruzar unas palabras con él durante la reunión del Comité Nacional de Desarrollo de Indígenas a la que asistimos nada más llegar a México.

Unas en su escarabajo blanco (como muchos de los coches que circulan por México) y otras en taxi llegamos al albergue de los Loxichas donde pasaríamos las dos siguientes noches. Allí nos recibieron, medio dormidos, su adorable esposa, Leonor, su pequeña niña de 17 meses Dulce Aleida, y Miguel, el niño de siete años. Aquí todo el mundo es adorable, da igual con quien hables, encuentras gente maravillosa, amable y sincera. Constantemente estoy diciendo “¿y quién no es maravilloso?”. La despertamos, pero amablemente nos ofreció un desayuno. Igualito que en España.

Resultó estremecedor escuchar a Leonor cómo, con los ojos llorosos, aún recuerda los 25 días en que Juan estuvo desaparecido. Y eso que han pasado más de cinco años de la detención. Esos largos días en que Juan fue objeto de todo tipo de torturas. Secuestrado en una vivienda con la cabeza cubierta y un trapo en la boca, esposado y torturados. Leonor nos comentó todos los pasos que tuvo que dar, ella sin formación y sin ayuda, para hablar con la Procuradoría, hasta que llegó a la Limeddh, que le prestó su colaboración.

LEONOR. “Vivíamos en Puebla y nos dedicábamos al comercio de zapatos por catálogo. El 15 de julio de 1999 íbamos por la calle, él se adelantó porque era tarde para dar de desayunar a nuestro niño y le detuvieron. Serían las 11.30 de la mañana. Salió de la cárcel dos años después, en 2001. Le esperé en la tienda y no llegaba, fui a por el niño a la guardería y me encerré en casa a esperarlo. No sabía qué hacer porque no era normal su tardanza. No me atrevía a decírselo a la familia para no preocupar, pero yo estaba muy asustada. A los seis días interpuse una denuncia. Fue peor, porque antes nadie me cuestionaba y ahora me decían que mi marido me había abandonado. No me proporcionaron la copia de la denuncia, sólo me la leyeron y la firmé. Mis amistades me aconsejaron que fuera a DF a una radiodifusora. Mi familia me ayudó, pero escasamente. Yo tuve que dejar de trabajar para dedicarme en cuerpo y alma a buscarle. Organizaciones de DF me ayudaron. Esperé 33 días hasta tener noticias suyas. Ese día pareció en el periódico la nota donde decían que le habían detenido. Me fui, junto a los familiares de otros cuatro desaparecidos, corriendo a la cárcel de Matías Romero y allí esperé horas hasta que me dieron información. Sólo me dejaron estar con Juan 20 minutos en un lugar minúsculo, sin ventilación. Llevaba ocho días en el penal y como no tenía nada de ropa tuve que regresar a Oaxaca para llevársela. Estaba incomunicado, no le dejaban escribir cartas. Le enviaron a una celda para presos peligrosos. Nosotros reclamábamos al menos su traslado a la cárcel de Oaxaca porque allí es donde estaba el expediente. Esto sucedió a los 13 meses y sin avisarnos. En Oaxaca duró cinco meses y le llevaron a Huatulco y a Moraña”.

Llegó el turno de Juan, que dio el relevo a una emocionada Leonor. El nos narró su odisea en pasado y en presente, porque él se ha prometido que hasta que no salga el último preso de Loxichas no cejará en la lucha. Encomiable. Podría haber renunciado, esconderse, como lo han hecho otros muchos, e intentar tomar las riendas de su vida lejos de esa pesadilla. No lo ha hecho. Sus palabras denotan un resentimiento total con el sistema, y no me extraña, la corrupción policial y judicial llega a extremos insoportables para cualquier persona.
En el albergue viven tres familias de presos de Loxichas. Son mujeres campesinas que toda su vida se han dedicado a su familia y a la milpa y que ahora han perdido sus tierras y no tienen adonde ir. Se nota la diferencia entre la forma de vida de Leonor y la del resto de mujeres. Su casa está limpia, muy limpia, a pesar de que no tiene agua corriente. Fuera hay gallos, perros sin vacunar. Las mujeres hacen tortillas en el patio porque es su único medio para lograr algunos pesos.

Cuando se produjo la detención de los 150 indígenas, sus familias salieron a la calle y protagonizaron un ‘plantón’, al estilo de los de Sintel en la Castellana, durante cuatro largos años. Para que cejaran en el ‘plantón’, el Gobierno les prometió que los alojarían en un albergue provisional para 100 personas, pero sólo les ofrecieron un alojamiento para cuatro familias, unas 15 personas. “A este Gobierno no le va a dar tiempo a cumplir la promesa del anterior”, lamenta Juan.

JUAN SOUSA. “Me acusaron de homicidio por un evento que tuvo lugar en 1997 Huatulco. Allí se enfrentaron la policía preventiva y el Ejercito Popular Revolucionario (EPR). Me ‘fabricaron’ dos expedientes. Uno por homicidio con daños humanos y materiales en 1997 y el otro por homicidio y relación a grupo armado. Cuando sale la Ley de Amnistía no me la aplican, lo hicieron en diciembre de 2000 aunque la sentencia absolutoria no llegaría hasta 2001”.

“La autoridad quería presentar avances de la lucha contra la guerrilla. La única constante entre los 150 presos era que pertenecían a la región de Loxichas. Entre los detenidos figura un periodista, un maestro, un comerciante. A casi todos nos dieron el rango de comandantes”.
Juan pasa a recordar sus 25 días de torturas. “Un carro se paró a mi lado e hicieron el clásico ‘levantón’, ateniéndose a unas determinadas características físicas. Me meten a la fuerza en el carro, me esposan y se sientan encima de mí en el asiento trasero. Me vendan los ojos y me colocan en la boca un trapo, me amarran de pies y manos, al tiempo que se sucedían los golpes. La primera noche me dormía del cansancio y me despertaban a palos. Sin alimentos y sin dejarme dormir, con música atronadora, me obligan a firman hojas en blanco. Durante esos días intentaron convencerme de que firmara papeles en los que me declaraba culpable. Los primeros días permanecí en Oaxaca, lo supe porque se oían los cohetes de las fiestas de la ciudad. Me metían refrescos por la nariz y me amenazaban constantemente con que si no colaboraba me iban a matar. Como consideraban que yo era un preso de alta peligrosidad me trasladaron a un penal de máxima seguridad, a Matías Romero, a ocho horas y 230 kilómetros. Me dicen que iba a salir al juzgado, pero me llevan al aeropuerto. En la avioneta conozco a Felipe Jesús que estuvo desaparecido durante nueve meses”.

“En el penal de Matías Romero me asignan un defensor de oficio que no sirve para nada. No sabíamos nada de derechos humanos. El 29 de abril, coincidiendo con el Día del Preso, me aseguran que me van a quitar los cargos porque estaban temerosos de las denuncias que estaban interponiendo las organizaciones de DDHH. Me llevan al área de mujeres donde también están los presos peligrosos. Allí permanezco ocho meses”.

“El primer expediente se concreta el 8 de diciembre de 2000, gracias a la Ley de Amnistía que permite poner en libertad a los recluidos por hechos que tengan que ver con la guerrilla. Salen 57 presos y se cancelan otras 150 órdenes de aprensión. Pero el segundo expediente continúa hasta el mes de mayo que llega la sentencia absolutoria. El Gobierno apela la sentencia. A los nueve días salgo de prisión y durante ese día se comete el ‘atropello’ de privarme de libertad aunque el juez había dicho que no era culpable. Me envían con custodia a la terminal de autobuses de DF, pero ahí no acaba mi pesadilla. Los primeros días vuelvo a casa con miedo a que me vuelvan a detener. Como nuestros recursos eran mínimos nos vimos obligados a vender la casa y desde agosto vivimos en el albergue”.

“Pero esto no se ha acabado. En este país nada es seguro. La vigilancia es constante por parte de los uniformados y los no uniformados. Sigo teniendo miedo porque he denunciado la tortura a la que me sometieron. Se interpuso hace dos años y puede tardar otros dos años. Pedí incluso un careo con Alvaro, que fue el que supuestamente me delató, también bajo tortura.

Tras esta inicial conversación, Juan, la mujer de un preso y su hija nos acompañaron en autobús al hotel, al penal, donde están recluidos aún 14 presos de Loxichas. Juan nos explicó que cada una debíamos decir el nombre de la persona a la que íbamos a visitar para evitar así los problemas que tuvieron los de agosto. A mí me tocó Abraham García Ramírez, un nombre que creo que jamás olvidaré. Con ciertos nervios, llegamos a la puerta de la cárcel. No se puede introducir nada y los colores de nuestra ropa no pueden ser ni negro, ni azul marino, para no confundirnos con los guardianes. Nos revisaron las mochilas, nos cacheó una mujer dentro de un cuartucho y pasamos al patio para identificarnos (entregamos el pasaporte) y le dijimos a un policía el nombre de la persona a la que íbamos a visitar y el motivo: “un amigo”.

El lugar es lúgubre, sucio. El grueso de las celdas ocupa la parte central, alrededor el patio donde los presos pasean o simplemente están sentados viendo como pasa el tiempo. Todas las celdas, con capacidad supuesta para cuatro u ocho presos, están abiertas. Una rápida ojeada a su interior nos da una idea de las pésimas condiciones en las que viven. La higiene es una utopía. Me estremeció la suciedad con la que conviven y, sobre todo, la humedad que trepa por las paredes y hace irrespirable el aire. No duermen sobre colchones, sino sobre unas maderas que retiran por las mañanas para ganar espacio a la celda y poder confeccionar sus manualidades.

Pasamos entre las rejas alambradas que separaban un habitáculo del otro. En zig-zag. Abiertas de par en par. Todos nos miraban con cara de sorpresa. Los hombres cosían balones con unos largos agujones, otros se dedicaban a hacer cestas, de todos los tamaños, que les proporcionan unos mínimos ingresos para soportar la vida en la cárcel o para ayudar, aunque sea minimamente, a sus familias. Es domingo y los presos han preparado un mini carnaval. Realmente sorprende si nos damos cuenta de que estamos en una cárcel. No se distingue entre los presos y sus familiares que han ido a visitarlos. La fiesta, el baile, los cánticos y los gigantones que se desmontan para atravesar las puertas alambradas que separan un módulo del otro. Las mujeres portan trajes pintorescos, hay orquesta que se pasea por los patios. Es su fiesta, un regalo, si no fuera porque están encarcelados. El problema es que los presos se quedarán ahí cuando las rejas caigan.

Llama la atención, en comparación con España, que el régimen de visitas es muy amplio. Las visitas pueden permanecer de viernes a lunes con sus familiares. Comparten con ellos un espacio minúsculo y aprovechan ese tiempo para ayudarles a hacer las cestas. Eso sí, sólo las mujeres que tienen la suerte de vivir en Oaxaca y visitar a sus maridos con cierta regularidad. Hay presos que no reciben visitas con frecuencia.

Los Loxichas se han ganado su espacio y el respeto del resto de presos y de los propios carceleros. Se les diferencia por sus modales e incluso por el tipo de ropa que llevan. Esperamos a que se sentaran con nosotras y nos narraran sus historias. Yo tenía mucho sueño, pero la forma en que hablaban y las cosas que decían me hicieron despertar. Agustín fue el primero en tomar la palabra. Le tomó el relevo Abraham. Se estremece el corazón ver con que resignación y desesperanza hablan de su historia. Sus ojos nos miran con la esperanza de que podamos ayudarles o de que al menos el mundo se entere de su calvario injusto. Compartimos mucho tiempo con ellos, pero no me hubiera ido nunca porque sus relatos eran muy interesantes.

ABRAHAN. “La historia es amarga. Pedimos que nos liberen porque hace ocho años que estamos aquí encerrados y el Gobierno no ha presentado pruebas. Nos han fabricado delitos. Nos engañaron, nos torturaron, con toques eléctricos y bajo mentiras nos obligaron a firmar hojas en blanco. La historia de nosotros y del resto de los presos es similar. Desde 1996 empezó también la lucha de nuestras familias, que permanecieron durante cuatro años en un ‘plantón’ en el Zócalo. Ahora somos 14 los presos”.

AGUSTIN. “Ellos tienen el poder y nosotros las pruebas de que no participamos en los hemos. Yo era en ese momento autoridad en mi comunidad y tenía por tanto la obligación de estar en la fiesta del día. Mis vecinos declararon que nosotros estábamos en la fiesta, pero ni aún así. Nos acusaron de habernos traslado a más de 400 kilómetros de distancia, colocar los ‘petardos’ y regresar a la comunidad. Eso es materialmente imposible. Lamentablemente, mis vecinos han sucumbido al miedo que les inculca el Gobierno y ya no vienen a visitarnos”.

JUAN SOUSA. “El Ministerio Fiscal tiene autorización para hacer con el reo lo que quiera. Desde el mismo momento de la detención ya se sucedieron las irregularidades. No buscaron realmente a los verdaderos culpables, sino a cabezas de turco. Realizaron detenciones masivas e ilegales. Llegaron a comunidades, donde ni habían visto un helicóptero, rodearon a la población e hicieron una selección de las personas que se iban a llevar y otra de las personas que actuarían de supuestos testigos. Estaban muy recientes los altercados en Chiapas y no querían dejar avanzar al movimiento. Los caciques encontraron pretextos para fabricar delitos a los campesinos que más les habían incordiado con las tomas de tierra. La represión de la región de Loxichas sirve de pretexto para mitigar los movimientos de otras zonas”.

AGUSTIN. “Desde entonces muchas han sido las promesas incumplidas. Trabajamos para que nos concedan el amparo. Si el Ejecutivo tuviera voluntad podría presentar la Ley de Amnistía, pero no la tiene. Eso beneficiaría a aquellos que ni siquiera conozcan todavía que tienen sobre ellos órdenes de aprensión. Calculamos que unos 70.”

Otro de los presos que no recuerdo su nombre nos empezó a hablar sobre cómo pasan las horas en la cárcel. “El día se nos hace pesadísimo. Para matar las horas hay que trabajar desde muy temprano hasta la noche. Ese trabajo es cansado y no nos queda una gran ganancia. Invertimos 25 pesos en el material y lo vendemos por 30 pesos. Tardamos un día en confeccionar las cestas. El trato con funcionarios ha mejorado, antes estábamos muy vigilados, pero ahora vivimos más tranquilos porque se han dado cuenta de que somos pacíficos. Hay respecto y la vigilancia anda por otras zonas”.

Nos levantamos cuando la conversación parecía que iba decayendo. Mientras hablaba con Abraham sobre que España “no es un Estado de los EEUU” como él creía, me avisó de que guardara el papel en el que había tomado estas notas si no quería que me lo requisaran. Al pasar por el módulo de mujeres –que viven aún más hacinadas y recluidas a la espera de que construyan una cárcel exclusiva para ellas- conocimos a Isabel, una indígena analfabeta a la que recluyeron por sorpresa hace ya dos años, los mismos que hace que no ve a sus hijitas. Ellas están al cargo de su hermana, pero ésta en las últimas semanas de octubre se ha puesto enferma y las niñas están desatendidas. Con su cara dulce y su acento indígena nos comenta, en tono de rabia y resignación, que ella sólo es una mujer de campo. Le compramos un bolso. A los Loxichas les di una aportación económica como ayuda. Qué lastima, parecía que se podían venir con nosotros. Esa buena gente no puede ser peligrosa, no.

Salimos sobrecogidas de la cárcel y regresamos a casa de Leonor y de Juan. Compramos la comida del día y comimos todos juntos, en familia. Por la tarde nos fuimos al Zócalo a hacer un poco de turismo y realmente a descansar de tanta historia abrumadora. Allí en una terraza de la colorida plaza central nos tomamos las primeras dos copas de todo el viaje y pusimos en común las experiencias del viaje. Como íbamos a dormir en el albergue y no era cuestión de molestar, volvimos a casa pronto. La habitación donde dormiríamos las nueve personas era pequeña, pero acogedora. Los ladridos de los perros del exterior y las altas temperaturas fueron las únicas notas negativas de la noche.

RESUMEN DEL CASO DE LOS PRESOS DE LOXICHAS. Los indígenas zapotecos de la Región Loxicha han vivido siempre en la marginación y la pobreza, aún así, en 1996 con la falsa acusación de pertenecer al Ejército Popular Revolucionario, la administración del entonces gobernador del Estado de Oaxaca, Diódoro Carrasco Altamirano, inició una despiadada persecución en contra de autoridades municipales y comunitarias en lo que se considera por organismos nacionales e internacionales como una Guerra de Baja Intensidad, pues se realizaron detenciones ilegales y masivas, desapariciones forzadas, tortura, ejecuciones extrajudiciales, violaciones y desplazamiento forzado en contra de hombres, mujeres, ancianos y niños de la región. En dichas circunstancias, fueron detenidos y procesados tanto a nivel del fuero común como del fuero federal, más de 150 procesados, 57 alcanzaron su libertad mediante amnistía local que benefició a más de 200 personas entre sentenciados, procesados y cancelación de ordenes de aprehensión.
Asimismo, a lo largo de este periodo, se han logrado más de 70 sentencias absolutorias, con lo cual se ha demostrado la inocencia de los indígenas loxichas, incluidos quienes fueron llevados al penal de máxima seguridad “La Palma”.

El 2 de diciembre del 2000, en la ciudad de Oaxaca, Fox se comprometió a resolver su situación, un año después, el 07 de diciembre del 2001, en el aeropuerto de esta misma Ciudad de Oaxaca, los representantes de los indígenas se entrevistaron con Fox, quien reafirmó su compromiso de buscar los mecanismos para la liberación de los indígenas de la región Loxicha.

En 2002, en el marco de las movilizaciones para buscar la aprobación de una Ley de Amnistía Federal, se dijo que se había integrado un equipo de alto nivel para la excarcelación de los indígenas zapotecos; el 19 de septiembre de ese mismo año, el maestro Ricardo Sepúlveda se comprometió en la ciudad de Oaxaca a dar los pasos necesarios para la liberación de los presos restantes; un año después, el 24 de octubre del 2003, por intervención del maestro Francisco Toledo y delante de él, de los abogados de los presos, así como de defensores de Derechos Humanos y familiares de los internos, se comprometió a que en el lapso de un mes, se tendría una reunión con el secretario de Gobernación para afinar los mecanismos que darían la libertad a los presos.

No obstante, contrariamente a lo esperado, se realizaron nuevas detenciones por parte de la AFI en contra de dos indígenas que antes habían sido desaparecidos y torturados hasta por nueve meses y posteriormente encarcelados y amnistiados.

Se argumentó después el hecho de que no estuvieran sentenciados seis procesados, pero en apelación se logró la libertad de uno de ellos y se redujeron las sentencias de 4 de ellos de 30 a 13 años de prisión y para uno de 25 a 9 años y diez meses de prisión.

Cumplidos años de encarcelamiento de estos cinco, no hay ningún impedimento legal para su preliberación, aunque hasta ahora no hemos visto el mínimo de sensibilidad y voluntad política para resolver la situación de quienes fueron criminalizados por encabezar un gobierno emanado de los usos y costumbres, pues quienes eran presidente y síndico municipales se encuentran privados de su libertad y sentenciados hasta 30 años de prisión por delitos que no cometieron, haciendo un total de 15 presos del fuero federal, incluidos los 2 últimos detenidos, únicos que están en proceso.

La Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) ha emitido un informe especial documentando las violaciones a DDHH en Loxicha y sugiriendo una atención integral para resolver la permanente situación de violación a DH en la Región. El Dr. Rodolfo Stavenhagen ha emitido la recomendación de una Ley de Amnistía para los Indígenas y no obstante haber actualmente varias iniciativas Fox no hace propia ninguna de ellas.

En las comunidades sigue operando el ejército, policías y paramilitares fomentados por el ex gobernador Diódoro Carrasco Altamirano, que ha originado desaparición y ejecuciones en el último año de más de 11 personas. Aunque contra los autores materiales e intelectuales de delitos de esa humanidad se han iniciado averiguaciones previas por la Fiscalía especial es necesario que desde el ejecutivo se giren las instrucciones necesarias para la consignación y castigo conforme a derecho, pues el pueblo no está dispuesto a perdonar ni olvidar. Es necesaria la intervención de Fox para la integridad física y psicológica de los sobrevivientes, la libertad de los últimos presos, la cancelación de las más de setenta órdenes de aprehensión del fuero federal, un plan integral para el desarrollo y la justicia para los indígenas zapotecos de la Región Loxicha.

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