Viajar, viajar y viajar

Viajar, viajar y viajar. Si compartes esta pasión, aquí hay una muestra de algunos de esos rincones que aparecen en las guías de viajes, pero también de otros que se muestran ocultos a nuestros ojos. Bienvenido...

miércoles, 8 de septiembre de 2004

Por las calles de Puebla

Poco pudimos hablar con los chavales en el desayuno porque tenían que irse a clase. Omar nos acompañó al autobús ‘Rápido de San Antonio’ para ir al centro de Puebla y nos despedimos de él, de la misma forma que minutos antes habíamos hecho de los escasos estudiantes que a esa hora estaban en la casa. Puebla se abrió ante nosotras como una ciudad muy limpia y perfectamente colonial. Pero más que por sus calles me sorprendí por la amabilidad de sus gentes, siempre atentas a cualquier necesidad. No hace falta que pidas el favor de que te abran la ventanilla del micro autobús urbano, sólo con el gesto se levantan a ayudarte. Y no fue una sola vez, ni dos, ni tres. Desdoblas el callejero para buscar una calle y al segundo alguien ya te está indicando la forma más rápida de llegar a tu destino. No esperan nada a cambio, simplemente son amables, una amabilidad que se nos iba contagiando poco a poco.

Hicimos turismo por la ciudad. Primero al barrio del artista donde nos pasamos un buen rato desayunando y aseándonos, ante la imposibilidad de haberlo hecho ni en casa de Gabriel, ni por supuesto en el albergue de estudiantes. Ambos lugares carecían de agua corriente. Mercadillo típico en un patio y a patearnos la ciudad. Nos dirigimos, cómo no, al Zócalo, donde se encuentra la monumental Catedral frente al Ayuntamiento neoclásico. Un guía turístico nos enseñó el monumento y nos dio las pautas necesarias para una visita rápida por lo más característico de una ciudad con la nada desdeñable cifra de 365 iglesias, una para cada día de la semana. Lo sorprendente es que, pese al elevado número, la gente se santigua al pasar por la fachada de la iglesia. ¡Qué cansado como lo hagan en todas y cada una!

Un camión cisterna con agua potable, parado en medio de la calle, nos indicaba que todo el país carece de agua corriente. Un cartel con todo tipo de indicaciones sobre cómo actuar en caso de sismos nos recordaba que México es un país donde los terremotos hacen de las suyas. Anduvimos por varias calles, siempre cerca del Zócalo, hasta que nos decidimos por comer en un restaurante vasco. ¿Nostalgia por la comida? Todavía no, casualidad. Echamos en Correos las postales que habíamos adquirido con la esperanza de que llegaran, al menos, antes de nuestro regreso a España. Por los pelos, porque tardaron más de tres semanas en llegar a su destino.

Y a esperar a Noelia que se había perdido. Desesperación, cabreo. Todo en uno. Como no llegaba, regresamos a la casa de estudiantes a por nuestras mochilas y también la suya. Viajamos a DF con la esperanza de que ella y Adrián Carlos se hubieran marchado antes a DF, pero no fue así. Unas horas más tarde que nosotras llegó Noelia, muy sonriente. Dormimos pocas horas porque esa misma noche, a las 4 de la madrugada, tenía que sonar el despertador para irnos a las comunidades de la Huasteca. El auténtico viaje, el mágico.

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