Viajar, viajar y viajar

Viajar, viajar y viajar. Si compartes esta pasión, aquí hay una muestra de algunos de esos rincones que aparecen en las guías de viajes, pero también de otros que se muestran ocultos a nuestros ojos. Bienvenido...

jueves, 23 de septiembre de 2004

En pleno manglar

En teoría nos íbamos de ese pequeño paraíso hacia Puerto Escondido, por eso había que aprovechar. Un madrugón, un paseo reconfortante por la arena fina de la playa y un baño nada relajante. Un chaval que se acercó a nosotras nos habló de la posibilidad de visitar las lagunas de la Ventanilla, muy cerca de allí, y su manglar. Así lo hicimos, un cambio de planes consensuado. Un colectivo nos llevó hasta la entrada a las lagunas. Tras un kilómetro por un camino muy agradable se abrió ante nosotras la playa, llamada así porque las rocas que hay dentro del agua dibujan una perfecta ventana. Pedimos información sobre la visita al manglar y esperamos en la palapa de información a que llegara el ‘barquero’. Anduvimos por la playa negruzca, porque en teoría debajo hay metal, y nos subimos a la barca. El huracán Paulina de 2000 destrozó el manglar y ahora sólo es posible navegar por el canal principal. Están a marchas forzadas repoblándolo. Poco viaje, pero suficiente para hacernos una idea de lo que es un manglar.

Muchos de los pájaros que nos acompañaban eran desconocidos para mí. En medio del manglar se abría una isla, recuperada a base de la repoblación de las palmeras. Descendimos de la barca y vimos cocodrilos de distintos tamaños, desde pequeños en cautiverio a gigantes, que llegan a vivir de 80 a 100 años. Los pobladores de esa islita antiguamente vivían de las cacerías de los cocodrilos, pero una orden gubernamental lo prohibió y ahora han reconvertido su actividad hacia el turismo. Toda una familia vive de eso. Además de los cocodrilos, tienen venados. Nos cortó un coco de agua y comprobé lo insípido que es tanto su agua como su carne.

Regresamos a la lancha y de vuelta nos acercamos mucho a un cocodrilo que en esos instantes comía. El barquero le molestó tirándole agua para que levantara la cabeza y pudiéramos verlo mejor, hasta que el chaval se asustó porque el animal se había sumergido y no salía. Pusimos pies en polvorosa, o mejor dicho remos en polvorosa. Comimos al borde de la carretera y reposamos en unas hamacas que nos sirvieron de cama para dormir la siesta. Viendo que estábamos relativamente cerca de San Agustinillo, optamos por desandar el camino a pie porque era un paseíllo muy acogedor. El Museo de la Tortuga, que teníamos previsto visitar, cerraba a la temprana hora de las cuatro, por lo que nos quedamos con las ganas. A la puerta estaba Jaime, uno de los guías del museo, junto a otro compañero. Charlamos con él un buen rato a la puerta del museo mientras actuaba de perfecto guía turístico de las maravillas que ofrece la zona sur de Oaxaca. Nos habló de la posibilidad al día siguiente de participar en un tour que consistía en bañarnos con tortugas y delfines, pescar y visitar algunos lugares desde el mar. Nos pareció genial la idea y quedamos con él más tarde en nuestro hotel porque en ese momento no teníamos dinero y porque no sabíamos si a todas nos apetecía hacerlo.

De regreso, el sol se estaba poniendo e hicimos una parada en la playa para contemplar la bella estampa. Un sándwich rápido y al hotel. Llegó Jaime que resultó ser un luchador social. Otro luchador social y esta vez en otro contexto. Una ‘linda’ noche en la playa a la luz de la luna y del mar de estrellas, con unas cervezas y un chupito intragable de mezcal, y una conversación verdaderamente interesante. Hablar con alguien que no estaba programado sobre derechos humanos, -los hermanos Cerezo, los Loxichas, los altermundistas-, fue todo un descubrimiento. Me dio la razón cuando pensaba durante todo el viaje que la gente con la que nos habíamos ‘topado’ durante todo el viaje no podían estarnos engañando y dándonos una visión parcial de la realidad. Genial.

Por Mar Peláez

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