Viajar, viajar y viajar

Viajar, viajar y viajar. Si compartes esta pasión, aquí hay una muestra de algunos de esos rincones que aparecen en las guías de viajes, pero también de otros que se muestran ocultos a nuestros ojos. Bienvenido...

miércoles, 15 de septiembre de 2004

La mayor de las fiestas

Llegó el gran día de la fiesta. María Félix nos levantó a las 7 de la mañana porque el Grito sería a las 8 horas (en un principio nos habían comentado que sería a las 6 de la mañana). Enfilamos hacia la explanada en busca del grito, un grito que no se produciría hasta las 10.20 de la mañana. Algún día aprenderemos a ir a su ritmo y a entender que su ‘ahorita mismo’ no significa igual que para nosotras. Nos dio tiempo a desayunar en la caseta central, donde nos encontramos con Pedro y con Francisco. Qué hombres más excepcionales, en especial Pedro, que desprende una ternura fuera de serie, mezclado con sentido del humor y un gran sentido del sacrificio. Francisco se desvivió porque tuviéramos de todo: café, tortillas… Volvimos a tener la ocasión de hablar con Pedro, sobre ETA y la forma que ellos tienen de equiparar los problemas de los indígenas con la de los etarras. Nosotras, durante todo el viaje, dimos nuestra visión sobre el problema del terrorismo en España y sobre las diferencias que encontramos entre uno y otro problema. También nos comentó sobre la existencia de las mafias en las cárceles mexicanas. Allí los que tienen dinero pagan al director pagan al director de la cárcel para que les dejen salir momentáneamente y vengarse de aquellos que los inculparon. Lo suelen hacer los que llevan muchos años en la cárcel y no tienen nada que perder, entre otros motivos porque en México no hay reducciones de condena por buena conducta.

Mientras esperábamos al acto, charlamos con los hombres y mujeres con los que nos íbamos encontrando por el camino. Sobre las 10 de la mañana, la gente comenzó a disponerse alrededor de la cancha de baloncesto. El grito consistía en una proclama sobre el movimiento: el Frente Democrático Oriental de México Emiliano Zapata (Fedomez). Al principio fue un acto muy militar, cinco chavales desfilando con la bandera mexicana hasta que se la entregaron a un hombre, que comenzó a izarla, al tiempo que todos, niños, mujeres y hombres, en posición de firmes y con el brazo sobre el pecho entonaban el himno de México, momento en el que estallaron los cohetes artificiales, y después la Internacional. Fue de las pocas ocasiones en las que entendí y vi sentido real a la Internacional. No en vano estaba cantada por hombres y mujeres que reivindican situaciones muy similares a las que narra el himno. Me emocioné, y no fui la única. Al acto le faltaron los característicos aplausos.

Inmediatamente después comenzaron los deportes –fútbol, baloncesto y voley-. Mientras, las mujeres no paraban de hacer tortillas al ritmo que sonaba la banda. Unas aprovechamos para lavarnos en el pozo que había detrás de la iglesia y otras decidieron ir al arroyo que estaba a varios minutos de la comunidad. Aquí el problema del agua sí es acuciante, sus ríos se secan, lo mismo que sus pozos.

Como tardaban mucho en llegar, nosotras compartimos plática con Pedro y Francisco en la puerta de la iglesia y nos dirigimos de nuevo a la fiesta, donde nos esperaba carne de res. Pedro nos contó su historia y nos dejó boquiabiertas. Al poco se sumaron a la reunión Perla, una estudiante mexicana de Sociología en la UNAM, y nos salimos a la campa a charlar de la situación de la universidad y del entramado de organizaciones que trabajan todas por la misma causa.

Vi como mataban y despellejaban a la segunda vaca. El espectáculo resultó bastante desagradable. Después de hablar con Perla lo hicimos con Dionisio, un asistente de salud de Tepetzintla.

DIONISIO. Este asistente social de Tepetzintla se empezó a formar a partir de 1989 y al año siguiente comenzó a trabajar. Capas les proporcionó guantes, gasas. Trabaja los lunes y los martes y atiende entre 80 y 90 pacientes al mes. A su milpa acude de jueves a domingo. “Manejamos pura pastilla y no recibimos dinero de nadie. En época de lluvias y frío atendemos gripe, sobre todo, infecciones de las vías respiratorias, y los heridos en la milpa, dolores musculares, hipertensión, diabetes.

“Hemos detectado en la mayor parte de las mujeres anemia por falta de hierro. No consumen verduras porque hay que comprarlas. ¿Y por qué no las cultivan? Para eso se necesita agua y aquí no hay. Es difícil y costoso acarrearla desde el río.

Nos interesamos en ese momento por las pensiones. ¿Existe el concepto de jubilación, hay pensiones? “Sólo la reciben algunas personas. En mi comunidad sólo cuatro de los diez jubilados. Ganan 2.000 pesos cada cuatro meses y los que no la reciben tienen que subsistir a base de sus hijos”. “El Gobierno ha querido que tengamos problemas y que nos enfrentemos unos a otros, por eso sólo manda a unos pocos. Los programas vienen contaditos. Pero el Gobierno no ha logrado desunirnos porque somos un pueblo que siempre ha trabajado en conjunto”.

La conversación nos resultó un tanto pesada. Quizá porque la charla se prolongó durante más de dos horas y allí el tiempo pasa muy deprisa y hay que aprovecharlo. Volvimos al río. Nada más salir de la iglesia, donde teníamos los bártulos, vimos un camión con un montón de hombres a los que no prestamos atención. Tomamos el largo camino hacia el río y un hombre nos iba siguiendo.

Pronto entendimos el por qué de esta vigilancia. A los pocos pasos nos encontramos a una pareja que nos explicó que habían llegado los ‘haboneros’, gente del ejército camuflado, cuya misión era recoger información sobre la fiesta y sobre las personas que participan en ella. Los de las comunidades, conocedores de su presencia, los ‘corrieron’. Les pedimos que, en cualquier caso, nos avisaran de quiénes eran para no entablar conversación con ellos. A nosotras nos resultaría muy complicado discernir de entre todos los indígenas quiénes eran los ‘malos’ de la película.

El río fue un descubrimiento. Una mujer nos facilitó los cubos para lavarnos y allí permanecimos bastante tiempo disfrutando de un río con aguas cristalinas y fresquitas, que nos aliviaban del calor dominante que sentíamos. Aunque era momentáneo, al dar dos pasos el sudor volvía a hacer su aparición. Regresamos por el mismo camino hacia la fiesta. Era ya casi de noche y otra vez teníamos que atravesar el cauce del río seco, a oscuras, a tientas.

Pronto nos dieron de cenar un trozo de carne de vaca muy rica. Nos fuimos de palapa en palapa a saludar a nuestras amigas de Xiliteco, 14 de Mayo, Tepetzintla, El Lindero. No era cuestión de que se sintieran celosas. Y es que si hablábamos más tiempo en una papala que en otra, nos preguntaban que si ya nos habíamos olvidado de ellas. Las mujeres, entre risas y tímidos intentos, nos enseñaron más o menos a bailar su trapiche. Los bailes no eran muy difíciles de aprender, pero sí un poco sosos. El resto de comunidades hicieron lo propio. Las risas eran constantes, pero por nosotras que no quedara. ¡Cómo me iba a perder yo eso! Aquí desde que te levantas hasta que te acuestas tienes la misma sensación de plenitud y había que aprovecharlo.

La banda sonaba de forma intermitente desde por la mañana hasta por la noche, pero nadie se atrevía a dar los primeros pasos de baile. Nosotras pletóricas, nos dirigimos a la cancha de baloncesto y comenzamos a dar los primeros giros. Las risas creo que aún perduran en el ambiente. Dionisio, el asistente social, fue el primero en lanzarse al ‘ruedo’ y nos empezó a enseñar. Giros y más giros, la música no paraba y cada baile se hacía eterno. No había alcohol en la fiesta porque su consumo estaba prohibido para evitar peleas entre la gente. “Ya no beben como antes y gracias a que no beben tanto, han dejado de golpear a las mujeres. No se prohíbe beber, pero los índices de alcoholismo han bajado desde que la organización trabaja por ello. Eso sí, el machismo perdura”, comenta uno de los jóvenes que observa desde lejos como la gente bailaba.

Hablan de la igualdad entre hombres y mujeres, pero aún no lo conciben. “No es posible que las compañeras dejen los quehaceres domésticos y se dediquen a participar. Hay que moler el maíz tres veces al día y eso lleva mucho tiempo. La mujer podrá participar más en la medida en que las comunidades se desarrollen”. Esas palabras resonaban con fuerza en nuestras cabezas y nos indignaban, pero era imposible cambiarles de un plumazo de mentalidad. Y si no que se lo pregunten todavía a algún machito español que, pese a la formación e información que tiene a su alcance, todavía se resiste a llevarlo a la práctica. En las comunidades no era cuestión de llegar arrasando, por lo que nuestra única posibilidad era explicar que en España, poco a poco, el concepto de igualdad va calando y que las mujeres, cada vez en mayor número, son independientes y van ganando derechos.

Cuando ya dimos por terminado el baile al son de la música de la banda, nos fuimos de excursión por las palapas. Entre ellas nos encontramos con tres músicos que tocaban sones huastecos (huapangos) y que dedicaron una canción ‘a nuestras amigas españolas que han venido a visitarnos’. Qué emoción. Susana, pese a estar prohibido, se buscó la vida para probar el mezcal y toda la fiesta se enteró de que se estaban incumpliendo las normas.

La fiesta era espectacular. El cansancio ya iba haciendo mella entre nosotras, pero eso no nos impedía disfrutar. A las 24 horas y esta vez sí puntualmente, el chico del sombrero blanco leyó un manifiesto. Ver a toda esa gente, niños, jóvenes, mujeres y hombres, en pie, todos unidos por el mismo fin: prosperar y hacerlo por sus propios medios, resultaba estremecedor. María Félix, desgraciadamente, nos puso el punto final a la fiesta. Dormíamos en su casa y ya había llegado la hora de despedirnos de la gente. Qué pena, hubiera aguantado toda la noche. Estábamos eufóricas y las risas se sucedían.

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