Viajar, viajar y viajar

Viajar, viajar y viajar. Si compartes esta pasión, aquí hay una muestra de algunos de esos rincones que aparecen en las guías de viajes, pero también de otros que se muestran ocultos a nuestros ojos. Bienvenido...

martes, 28 de septiembre de 2004

Taxco, la cuna de la plata


De Acapulco nos fuimos temprano. Nuestro destino era Taxco, el paraíso de la plata, y queríamos llegar cuanto antes. Un viaje en un buen autocar y por autopista. Todo un lujo de sólo cuatro horas de duración. Llegamos a la parte baja de Taxco. Un taxi nos depositaría junto al Zócalo en un bello hotel, Agua Escondida, que bien merecía un recorrido por su laberíntico interior. Tan laberinto era que buscar la salida se convirtió en una odisea. La habitación muy modesta, pero las vistas inmejorables. Mariví se dejó olvidada una bolsa en el autocar y cuando regresamos a la estación allí continuaba. Otra vez, igualito que en España.

Taxco se caracteriza por caseríos blancos agrupados en las estribaciones del cerro del Atachi, donde destaca la iglesia de Santa Prisca. La riqueza monumental de esta ciudad del estado de Guerrero, debido fundamentalmente a su carácter de destacado centro de extracción minera (en particular, de plata), favoreció su declaración como Patrimonio Artístico Nacional en 1928. En la actualidad, es un destino turístico de nacionales y extranjeros que acuden al reclamo de sus edificaciones de época colonial. Y no es de extrañar porque Taxco es verdaderamente bonito.

El pueblo, grandecillo, está suspendido en la ladera de una montaña. En las calles, tan empinadas como empedradas, millones de tiendas y tenderos vendiendo plata. Nos recorrimos varias callejuelas hasta que nos cansamos de ver tanta plata a precios relativamente baratos. Conocimos a Faustino, un artista mayor que pintaba como los ángeles y al que compramos varias láminas que nos transportan desde nuestras casas al México más lindo. Cenamos en el balconcillo de un restaurante, contemplando la bella catedral de Taxco y hasta una procesión en honor a una ermita, o algo así.

29 de septiembre (miércoles)

Nuestra estancia en México tenía los días contados y cada minuto lo vivíamos intensamente. Tras volver a recorrer las entroncadas, empinadas y peligrosas calles entre los coches que se resbalaban por la lluvia en los cruces, decidimos subir en teleférico para ver una vista general de Taxco. Un teleférico que al parecer construyeron exclusivamente para dar servicio al hotel de cinco estrellas que hay arriba y a una urbanización igualmente de lujo Pensábamos comer por esa zona, pero realmente era demasiado ostentosa y queríamos ser consecuentes con el tipo de viaje que habíamos emprendido. Por eso, simplemente disfrutamos de la impresionante vista, al menos durante los pocos minutos que la espesa niebla nos permitió.

Comimos en una pizzería del centro de la ciudad porque ya íbamos echando de menos la comida conocida. Ultimas compras y para DF. Otra vez cuatro horas por autopista en un autocar de ‘mega’ lujo y llegamos a la capital mexicana. De nuevo, un taxi a la Limeddh, después de abonar el recorrido en una garita con el cartel de taxis autorizados. Como llovía, el tiempo del recorrido se duplicó y estuvimos más de una hora sorteando atascos por una avenida sí y por otra también. Llegamos a una hora perfecta para charlar un poco con Adrián, Malena y Mar y hacerles partícipes de nuestras experiencias durante todo el recorrido por tierras mexicanas. Y a dormir.

Este era realmente nuestro último día entero en México y, además, tendríamos el privilegio de estar juntas. Las tres nos fuimos primero a la Ciudadela a realizar nuestras últimas y definitivas compras y a pasear por el Zócalo para despedirnos de la ciudad y de nosotras.


Olga era la primera en viajar a Madrid. Lo hacía a las 8 de la tarde, por lo que nos despedimos de ella a las 17 horas. Mariví y yo, tristes por su marcha, nos quedamos un poco apagadas, pero pronto volvimos a disfrutar de las calles de DF y de la vida de sus gentes. En el Zócalo hablamos con un hombre, con apariencia de indigente, con mucho que contar sobre la situación actual de su país. Nos dirigimos a la Limeddh y desde allí, con Mar, nos fuimos a un bar, relativamente cerca de la casa de Adrián, donde actuaba un hombre que decía haber ganado el festival de la OTI del año 1985 que se celebró en Sevilla. Tras su actuación, cerraron el bar y montamos la fiesta dentro, junto a los artistas y sus amigos. Una buena y divertida borrachera y botellón para despedirnos. ¡Había alguna forma mejor de despedirme de este viaje del que no tengo palabras con que resumirlo!

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