Viajar, viajar y viajar

Viajar, viajar y viajar. Si compartes esta pasión, aquí hay una muestra de algunos de esos rincones que aparecen en las guías de viajes, pero también de otros que se muestran ocultos a nuestros ojos. Bienvenido...

martes, 21 de septiembre de 2004

Secretos ocultos de Oaxaca

Ese día nos esperaba Hierve el agua, Mitla y el Tule. Nos despertamos a las ocho y antes de desayunar mantuvimos un encuentro con las mujeres de los presos mientras ellas hacían tortillas y las vecinas esperaban su turno para adquirirlas. Tuvimos también la suerte de que nos acompañaran Leonor y Dulce. Juan, que tenía que lavar la ropa e ir a buscar a Miguel al colegio, salió a despedirnos hasta el colectivo-autocar que en una hora nos dejaría en Mitla. Cualquier momento era bueno para conocer gente y en el colectivo también. Aquí te hablan constantemente, qué poco acostumbrados desgraciadamente estamos los españoles a ese tipo de comunicación espontánea.

De Mitla cogimos un nuevo colectivo, esta vez una furgoneta con la parte de atrás abierta. El viaje, de una hora de duración, se prometía muy divertido, pero la realidad es que resultó un tanto pesado, ya que el trayecto era demasiado angosto, con precipicios constantes, charcos enormes que hacía tambalearse al pequeño colectivo de un lado para otro. Las cajas de huevos que un hombre transportaba atrás eran un peligro y había que sujetarlas todo el tiempo. La espalda se resintió por los golpes contra los hierros. Sin embargo, el paisaje borraba todo tipo de incomodidades y mitigaba el ajetreo de un camino sin asfaltar con miles de baches y grandes agujeros causados por el agua. Había que ir bien agarrada para no desestabilizarse, mientras subíamos y bajábamos montañas.

La sorpresa llegó nada más ver Hierve el Agua. Es uno de los paisajes más bonitos que he visto en mi vida. Una cascada petrificada al fondo no era más que una pincelada de lo que nos íbamos a encontrar: unas piscinas naturales de agua de azufre que brotaba de la misma tierra. Bañarse en esas piscinas, contemplando las elevadas y verdes montañas que rodeaban el paraje, fue todo un regalo.

Sin pensárnoslo dos veces, nos dimos un chapuzón en esa agua fresquita. No es una zona muy turística, será por aquello de los accesos, por lo que pocos eran los que curiosos que estaban en la zona. Salimos del baño como nuevas. Nos dio mucha pena irnos y despedirnos de ese paisaje, pero el taxista aguardaba impaciente. De haber sabido como era Hierve el Agua, nos hubiéramos planteado quedarnos a dormir en una de las cabañas que se podían alquilar. Logramos engañar un poquito al taxista y comimos en un chiringuito un bocadillo delicioso.

Al colectivo de nuevo y a Mitla. Desgraciadamente yo estaba en ese momento agotada mentalmente de recibir tanta información y de anotarla en mi tercer cuaderno y opté por quedarme a visitar las ruinas de Mitla en lugar de volver a Oaxaca y conversar con Jessica, la representante de la Limeddh en Oaxaca. Fue una lástima y tardé muy poco en arrepentirme. Caminamos dos de nosotras hasta las ruinas y aprovechamos para hacer múltiples compras en los puestos y tiendas que había en el exterior del recinto,

Las pirámides estaban en peor estado que las anteriores, pero le diferenciaban los frisos que circundaban los edificios. Pudimos entrar en el interior de una pirámide y hacernos a la idea de cómo vivían los zapotecos. Nos tomamos nuestro tiempo y regresamos al colectivo en dirección al Tule, un árbol centenario que tiene una copa de 72 metros de diámetro. La tromba de agua (habitual en las tardes de la época de lluvias) nos impidió contemplar sus dimensiones reales.

Tomamos un autocar, que parecía un bus escolar, que nos llevó de nuevo a la terminal de segunda clase para adquirir el billete para Pochutla. Viaje muy divertido con un conductor medio adolescente que tenía mucha gracia y más guasa. Optamos por un autocar de segunda para ir a Pochutla, que costaba 97 pesos, ya que los horarios nos resultaban mejores y porque el trayecto sólo duraba seis horas, a diferencia de las 8 o 9 horas que tardaba el autocar de lujo –el recorrido era ilógicamente más largo-. De nuevo, otra vez los atascos que provocaban los cientos de autocares moribundos que circulan por la ciudad, con sus tubos de escape contaminantes y sus claxon sonando sin parar.

Cenamos en el albergue y nueva despedida emotiva. Esta vez de Juan y de Leonor, a la que recordaré siempre como una mujer fuerte y con ganas de salir de una situación que le es desconocida. Ojalá en poco tiempo tengamos noticias de que su pesadilla ha concluido y de que los últimos presos de Loxichas están ya donde deben estar: en la calle.

Yo fui con Juan y todas las mochilas en el escarabajo blanco destartalado hasta la terminal de segunda clase. El resto, en taxi. Qué lástima despedirnos de Juan, porque habíamos tenido muy poco tiempo para compartir sus experiencias. El autocar salía a las 23 horas y llegaba a Pochutla a las 5 de la mañana. Como nos esperábamos, el viajecito fue movidito. Las ventanas no cerraban y el aire era muy frío. La noche se hizo muy larga, los asientos iban sueltos y a cada frenazo o acelerón se volteaban y descolocaban. Pesadilla nocturna.

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