Viajar, viajar y viajar

Viajar, viajar y viajar. Si compartes esta pasión, aquí hay una muestra de algunos de esos rincones que aparecen en las guías de viajes, pero también de otros que se muestran ocultos a nuestros ojos. Bienvenido...

lunes, 27 de septiembre de 2004

¿Acapulco?

Salimos escopetadas hacia la terminal de autobuses. No teníamos ningún interés en seguir mucho más tiempo en Pinotepa. La información que nos habían dado el día anterior no correspondía con la de ahora y tuvimos que tomar un autocar hasta Acapulco en clase inferior. La gracia es que el autocar de lujo costaba 108 pesos y el barato 100. Tuvimos que coger el barato porque los horarios nos convenían más. El viaje duró una eternidad, casi siete horas o así. Llegamos a Acapulco un poco desquiciadas. Sólo queríamos una habitación en la que descansar y pasar el día.

El Hotel era el Romano Palace. Como era septiembre y temporada baja, no hubo ningún problema para elegir entre un hotel u otro. Nuestra habitación estaba en la planta 19 y se veía allí abajo una piscina, el mar, la playa y un montón de altos edificios. En realidad, no nos esperábamos nada de Acapulco, así que no nos sorprendió en absoluto. La paradoja es que durante toda nuestra estancia en México habíamos despotricado por la posibilidad de acabar en Acapulco y ahí estábamos. Si no fuera porque ‘pillaba’ de camino…

La parte alta de la ciudad, abarrotada de coches, gentes por un lado y otro y suciedad, contrastaba demasiado con la playa, llena de hoteles, de luces de neón. Ya se sabe las diferencias extraordinarias entre ricos y pobres. Comimos en un restaurante al pie de la playa con canciones ‘modernísimas’ de Julio Iglesias y de José Luis Perales. Al menos tuve ocasión de comerme un rico ceviche. La playa nos esperaba, aunque era de arena áspera y mar sucio. Había masajistas por la playa en busca de un dinerillo y por qué no de un ligoteo barato. Un baño nocturno en la piscina y una cena en una pizzería dio por terminada la noche en el mítico Acapulco. Estábamos cansadas y, la verdad, Acapulco no merecía mucho que sacrificásemos nuestro sueño.

No hay comentarios: