Viajar, viajar y viajar

Viajar, viajar y viajar. Si compartes esta pasión, aquí hay una muestra de algunos de esos rincones que aparecen en las guías de viajes, pero también de otros que se muestran ocultos a nuestros ojos. Bienvenido...

lunes, 13 de septiembre de 2004

La voz de los indígenas

Nos levantamos a las 7 horas porque a las 8.30 habíamos quedado para que nos trasladaran en tractor a otra comunidad. Recogimos a toda prisa nuestras mosquiteras, sacos, esterillas y mochilas. Sin embargo, cuando ya estábamos preparadas, las autoridades de la comunidad de 14 de Mayo aparecieron a lo lejos. La reunión, pospuesta por la noche, tendría lugar nada más despertarnos y eso nos obligó a ponernos en marcha rápidamente. Acudieron a nuestro encuentro Raquel y Onofre, elegidos en asamblea por sus vecinos siguiendo el régimen de Usos y Costumbres que aún perdura en México.

RAQUEL y ONOFRE introdujeron un poco de historia del pueblo. “Llegamos el 23 de abril de 1979 procedentes de El Lindero o de Tepetzintla. El terreno pertenecía a una rica, cuyo hijo se llamaba Salvador. Tomamos la tierra y comenzamos a trabajar en la construcción de nuestras casas. El reparto de la tierra se hizo de forma igualitaria. Ahora cada quien trabaja su tierra, aunque también hay tierra colectiva. En 1980 llegó la represión y encarcelaron a muchos de nuestros compañeros, muchos fueron perseguidos. En ese momento, por miedo, muchos hombres se fueron del movimiento”. Ya han pasado muchos años desde entonces y los problemas de represión brutal han desaparecido en la zona, no así los problemas de tenencia de tierras. No hay tierras para repartir con sus hijos. Las parcelas cada vez son más pequeñas debido a que han tenido que ir dividiendo entre los hijos varones. “La única salida de muchos de nuestros jóvenes es emigrar a las ciudades, por eso también cada vez hay menos niños”.

Hace años que no trabajan con los créditos que pedían a los bancos, en especial con el Banco Rural. Adquirían créditos, pero no les convenía, porque les resultaba muy difícil hacer frente a los pagos. Onofre dice de forma enérgica que lo que necesitan son recursos económicos y maquinaria porque con lo que tienen no les satisface. “El Gobierno sólo nos asesora para que seamos más rentables, pero sin maquinaria moderna, sin agua de riego… sólo podemos sembrar para el autoconsumo. Lo poco que nos sobra lo vendemos en el mercado, la mayor parte en Huautla”. Raquel, que es un hombre a pesar de su nombre, vaticina que el futuro del rancho es la “despoblación”. “Aquí sólo quedan puros padres de familia; los jóvenes emigran en busca de empleo porque no queda nada más para comer”. En 20 años la población se ha reducido a la mitad. De los 300 habitantes que vivían en 14 de Mayo se ha pasado a 150.

¿Otra ocupación de tierras? “Sí hay tierras, pero no se puede hacer porque interviene el Estado, que es más fuerte que entonces. Ya no se puede. Tenemos un sin fin de necesidades, pero no podemos abarcar todo porque las dependencias no nos apoyan. Los proyectos que solicitamos no salen, el Gobierno nos dice que no hay recursos”.

Pasamos al tema de la salud. Aquí hay una casa de salud, pero vacía de medicinas. “Cuando alguien se enferma tiene que ir a Ixtle, a cuatro kilómetros andando, en tractor o en caballo –todo comunitario-. El médico nos viene a visitar cada dos meses y lo único que hace es platicar con las mujeres sobre cómo atender a los niños y cómo planificar. No pasa consulta. El tema número uno del Gobierno es la planificación y concienciarnos de que tener muchos hijos tal y como estamos es difícil. El Gobierno nos impone que tengamos como máximo dos o tres hijos, pero aquí alcanzábamos a tener 6 hijos. Ahora como no hay jóvenes para tenerlos… quedamos puros abuelitos”.
“Como estamos con el movimiento, no nos hemos dejado engañar”, dice Onofre, en referencia a que en época electoral los políticos acuden a las comunidades en busca de votos. ¡Me suena! Hoy todos los niños van a la escuela, aunque estos tienen que compaginarla con la milpa. Raquel se queja de “los engaños” que suponen los programas del Gobierno. “Pueden alcanzar los 320 pesos para una familia al mes, pero se paga cada dos meses. Luego te enteras que sólo llegan 160 pesos. A los alumnos de Primaria, Secundaria y Preparatoria también les dan ayudas, pero no alcanza porque los niños necesitan material y transporte. Son unas ayudas insuficientes”. Y lo que es más, acusa al Gobierno de intentar, mediante esos programas, tener el control de las comunidades.

Han descubierto la fraternidad del trabajo en colectivo y así siguen. Cuando hay excedentes, el dinero se ocupa en el bien de todos. La comunidad ya tiene preparado un nuevo molino a la espera de que el actual se estropee. “La presidencia nos dio una parte del dinero para comprarlo y el 30% salió de todos los vecinos”. Otro de los trabajos colectivos consiste en chapolear el potrero, formado por 45 vacas que no dan leche, porque, según Onofre, no se han puesto. “Sólo son para carne”. En esta comunidad llevan tiempo reclamando el alumbrado de las calles y un depósito de agua para que llegue a las casas. “Quisiéramos más apoyos porque con luz y con agua el rancho y la vida mejorarían”. “Lo estamos reclamando, pero aún no se ha resuelto”, lamenta. Esta comunidad tiene instalación de sistema de riego, todo un lujo en la zona, “pero no hay con que hacerlo funcionar”. Por eso insiste una y otra vez en que necesitan apoyo de las autoridades.

Al concluir la reunión al pie de la galera, el tractor que nos trasladaría a Tepetzintla, ya nos estaba esperando. Nos dio mucho apuro que nos llevaran en el tractor porque el combustible (además de toda la comida que nos iban facilitando y que no entraba ni siquiera en su dieta habitual) les resulta muy caro y no nos aceptaban nuestro dinero. La Limeddh no nos dejó claro cómo iba el tema de los pagos, dónde iba a parar el dinero que estábamos aportando, y eso nos dejó desconcertadas y con un sin fin de dudas durante varios días. Sería muy recomendable, para posteriores brigadas, que la Limeddh aclarara todos estos puntos para evitar suspicacias innecesarias. Al final, hablando con Pedro, llegó la explicación. El dinero que estábamos portando por cada día de estancia –unos 100 pesos- iba a parar a una bolsa común que serviría posteriormente para hacer frente a imprevistos, tales como que a un vecino o toda la comunidad se le arruinase la cosecha, se estropease el tractor o cualquier otra eventualidad. Nos dimos cuenta de que la solidaridad que practican entre ellos, incluso con otras comunidades vecinas, es un concepto que ni siquiera concebimos con una mentalidad europea tendente a acaparar bienes aunque sea a costa del de al lado.

Francisco tuvo que regresar a Huejutla y nosotras nos quedamos en las manos de Fabián y David, los dos monitores de derechos humanos de Tepetzintla. El viaje en tractor –íbamos ocho personas más nuestros mochilones– resultó tan gracioso como pesado porque el terreno estaba muy embarrado y nos dábamos constantes golpes por todos lados. Pero bueno fue mi primer viaje en ese ‘medio de locomoción’ y resultó una aventura muy divertida. Media hora después, más o menos, llegábamos a nuestra siguiente parada: Tepetzintla, que resultaría ser, al final, la más gratificante personalmente porque al fin entendí el sentido de nuestro viaje y el qué podía yo reportarles con mi presencia. Nada más desembarcar en la comunidad y dejar nuestras cosas en la iglesia, que sería en principio nuestro lugar de alojamiento, hablamos con Cecilia Vite Nicolás, la maestra del Kinder.
CECILIA tiene 15 alumnos de preescolar, aunque ha llegado a tener 35, lo que da una idea de que a estas comunidades “si les ha afectado la esterilización forzosa”. “Aquí las mamás tienen cuatro hijos nada más, cuando antes ‘aliviaban’ seis u ocho. La planificación no es forzosa, pero…” Su labor en la comunidad es doble. Al tiempo que enseña y cuida a los más pequeños, tiene que concienciar a los mayores para que limpien las calles, usen agua embotellada y utilicen las letrinas –ya ha conseguido que el 85% de la población lo haga-.

Esta maestra, que obtuvo plaza de Secundaria pero trabaja con los más pequeños, lleva 23 años dando clase en comunidades de la zona y desde entonces, asegura, que muchas cosas han cambiado. Lo primero: los accesos. Antes caminaba tres horas hasta el trabajo por una vereda. Ahora lo hace por una ‘carretera’ cubierta de grava sin prensar. Le restan siete años para jubilarse, ya que el Gobierno jubila al cuerpo de maestros cuando ha cumplido los 30 años de servicio.

Cecilia señala que sus alumnos son muy participativos, pero destaca que “la desnutrición afecta mucho a la hora de obtener un buen rendimiento”. “Aunque el Gobierno dice que da Oportunidades, la realidad es que no abastece. Falta leche, huevos, carne, verduras, lentejas. Sólo se produce maíz y muy forzadamente frijoles. Sólo es una mini explotación”.

La maestra fue tomando de la mano a sus alumnos y nos despedimos de ella. En Tepetzintla, una comunidad de 246 habitantes, con una población muy repartida, no hay arroyo. El río más cercano está en 14 de Mayo -del rancho del que veníamos-, cerca de allí también se encuentran sus milpas. Un pozo ‘especial’ les permite sacar agua para beber y lavar. En la calle no hay luz, tampoco agua entubada en las casas.

Me pasé todo el viaje tomando notas. No quería que se me pasara por alto ningún detalle y quería retenerlo todo, aunque de momento fuera en un cuaderno, el segundo desde que comenzó el viaje allá por el 3 de septiembre. Tuve en todo momento sensación de estar trabajando, pero resultaba mucho más gratificante que cualquiera de los temas que trato a diario. Tenía que retener sus testimonios, sus vivencias y, por qué no, también las mías.

Al poco tiempo de llegar nos enfrentamos a nuestra primera asamblea en solitario de todo el viaje. Cinco sillas en medio de la galera aguardaban a que tomáramos asiento. Alrededor, cientos de hombres, de mujeres y de niños, que correteaban a su antojo ajenos a nuestra presencia. Todos esperaban a que comenzara la reunión. Los hombres incluso no habían ido a la milpa y para nosotras resultaba toda una responsabilidad. Los nervios iniciales se fueron aplacando a medida que se sucedían las ideas. Las cinco aportamos nuestro granito de arena y nuestras experiencias para irles enumerando los derechos que ellos, como personas, como indígenas, tienen, pese a que el Gobierno opresor de Vicente Fox (el mismo al que nuestros presidentes del Gobierno y nuestros monarcas saludan con admiración en innumerables actos) ejerce contra unos pueblos tan organizados y pobres que les resulta molestos.
El desconocimiento que tienen de sus derechos es brutal. Demasiados años de aislamiento, demasiados lustros de pobreza y demasiadas décadas de represión. Cuando tu máxima preocupación es qué comes hoy y cómo sacas a tus hijos adelante, lo demás se deja de lado. Más, cuando la educación –sólo hay que echar una ojeada a los libros de texto- es muy deficiente y cuando la sanidad es un privilegio patrimonio de los ricos.
Les hablamos de España, de los derechos humanos que su país tiene reconocidos, al menos en rúbricas, y de como la única manera de que las autoridades pongan fin a tanta injusticia es a través de la denuncia. Para ello existen en esa comunidad dos monitores de Derechos Humanos, bastante desinformados aún, a los que pueden hacer llegar sus quejas para que se las transmitan bien a la Coddhso o bien a la Limeddh. La capacitación de los monitores es todavía una tarea pendiente, quizá con más tiempo y más dedicación se logre que esta red sea verdaderamente eficaz. Por lo menos éste es un primer avance aunque quizá sea más provechoso que todos los vecinos tengan un conocimiento claro de cuáles son sus derechos y se conciencien de que hay que denunciar.

La reunión duró algo más de dos horas, pero se me hizo muy corta. Fueron pocos los hombres que participaron en la charla, así que a su término nos pusimos a hablar con Joaquín y con Doroteo, presidente de Lindero.

JOAQUIN se quejó, y lo hizo de forma amarga, sobre la atención sanitaria. “La clínica atiende bien, pero está vacía de medicinas” Eso les obliga a adquirir los medicamentos a un precio de 300 pesos, una cantidad inalcanzable para un indígena y “por eso la gente se muere”. Joaquín nos puso el ejemplo de que hace poco tuvo un accidente en la milpa y debió esperar al día siguiente porque “en la tarde no pasan consulta en emergencias”. “Te dicen que vayas temprano”. Tampoco hay luz en las calles, aunque lo han solicitado de forma insistente. En las últimas elecciones se lo prometieron, pero no ha llegado. “Estamos muy lejos del agua y se hace cansado acarrearla. No nos hacen caso”. Cuando se va la luz puede que tarde en reestablecerse el suministro una semana. No es extraño si se tiene en cuenta que muchos de los cables de la luz están materialmente colgados sobre las copas de los árboles.

Nos comentó que en Hidalgo siempre gana el PRI, aunque duda de la legalidad de las elecciones. Plantea la necesidad de que existan observadores internacionales, pero, como él mismo dijo, “cómo van a venir a controlar las elecciones si se supone que vivimos en una democracia”.

DOROTEO nos dijo que las tierras del pueblo pertenecían a sus antepasados, pero llegó “una señora” y les ‘robó’ sus posesiones. A partir de 1977 los indígenas comenzaron a tomar las tierras, las más fértiles y las menos fértiles. El pueblo vive hoy en un ejido. A cada familia le correspondió 8 hectáreas. Esas mismas hectáreas que ahora están repartidas entre los hijos. El hijo que quiere trabajar debe hacerlo con sus padres porque “ya no alcanza para repartir”.

Se van a México, a Pachuca, a Monterrey. Muchos ingresan en el ejército, en fábricas, en la policía… porque estudiar en la universidad cuesta 800 pesos por cada hijo, todo un mundo para un indígena. “El Gobierno no ayuda a los universitarios, tan sólo en Primaria, Secundaria y Preparatoria aporta un dinero cada dos meses, aunque ni siquiera eso es cierto. “Nos dicen que nos van a pagar, pero no lo hacen” De hecho, asegura que “ya hay niños que salieron hace un año de estudiar y aún no lo han recibido”. “El Gobierno no cumple con sus ayudas”, denuncia.

Hacen frente al coste del tractor y del combustible mediante créditos, y venden “a poquitos” en la plaza para comprar otras cosas de necesidad.

REUNION CON MUJERES Como las mujeres no habían hablado durante la reunión, bien por estar cohibidas por nuestra presencia o por la de sus propios hombres, decidimos reunirnos con ellas en la escuela. Y fue ahí donde comprendí, en cierta forma, mi utilidad para ellas. Nosotras éramos cinco mujeres y nos empezaron a ver como iguales. La plática fue muy amena y se puso más interesante cuando logramos que una de las mujeres, Yadira, de 25 años y cuatro hijos a su espalda, nos comentara su caso de contraconcepción forzosa. A partir de ella fueron surgiendo más casos. Les comentamos que Fabián y David, los dos monitores, podían poner su tema en conocimiento de organizaciones de derechos humanos, no sólo para que se solucione su tema, sino para que el Gobierno deje de utilizar esta práctica como forma de aniquilar a las comunidades indígenas del país. Pero el miedo las atenaza. Es tanta su desprotección ante los abusos del Gobierno que no saben ni cómo empezar a denunciar.
Realmente me sentí muy emocionada con sus vivencias y, sobre todo, sentí mucha impotencia al ver como esas mujeres, de ojos limpios y sonrisa sinceras, se ven sometidas a las mentiras, engaños y amenazas de los poderosos. Al Gobierno le interesa tener sometida a esa población para no tener que responder a sus necesidades.

Conocen el dispositivo, las pastillas, las inyecciones y la ligadura de trompas. Las pastillas son gratis, no así las medicinas. Es forzoso. Les han obligado a utilizar el dispositivo.

A YADIRA hace dos meses que le obligaron a colocarse un DIU. O te lo pones o te opero. Como no se resistía a tener más hijos en un futuro, no tuvo más opción de acceder a la colocación de un dispositivo. Quiere tener más hijos en el plazo de tres o cuatro años. Sus hijos tienen ahora seis años, cuatro, dos y el bebé de dos meses. ¿Qué hubiera ocurrido si se hubiera negado a la operación o al dispositivo? “Me habrían retirado las ayudas”, asegura con pesar. Su historia es muy parecida a la de sus vecinas. Ella tuvo complicaciones en su último embarazo y eso le obligó a acudir muchas veces al médico. En cada una de sus visitas, recibía “insultos” y “presiones” del médico por no entender que la planificación familiar es la única vía para salir del subdesarrollo. “Nos dice que para qué tantos hijos, que no vamos a poderlos atender, que somos malos padres si no planificas”.

“Te van convenciendo poco a poco”, narra Yadira, quien comenta que el primero en ser convencido fue su marido, que accedió después “de muchas protestas y de muchas discusiones con el médico” a firmar los papeles de autorización. “Me obligaron”.

“Cada seis meses me lo cambian, pero se niegan a retirármelo”. Yadira, que no se siente igual desde que tiene el DIU, tiene en mente acudir a un médico particular para que se lo quiten cuando deje de dar el pecho a su bebé. Pero lo tendrá que “hacer a escondidas para que la clínica no se enoje y me quiten las ayudas”. Es el único recurso, pero cuesta 1.000 pesos, una barbaridad para unos indígenas orillados al cultivo de subsistencia. “Nos dicen que nos lo quitan a los 4 años de habértelo puesto, pero no es verdad, no te lo quitan y no te lo quitan”.

Los problemas de salud en las mujeres que tienen el DIU se suceden. Y nadie les explica el por qué, al retirárselo, tienen dificultades para tener más hijos. También surgen problemas con la pareja, ya que en ocasiones los hombres al ver que su mujer no puede tener más hijos “las abandonan”.

El testimonio de Yadira dio pie a que otras vecinas tomaran la palabra. En todas ellas, la misma sensación de impotencia. “En las clínicas nos regañan”. Condones sí, medicinas no, es la forma de acabar con los indígenas. Viven atemorizados por las amenazas del Gobierno, que las hostiga de muy diversas formas. El Gobierno les impone que tengan sólo dos hijos como máximo y esa imposición lleva siendo la tónica general desde hace dos décadas. Pero Yadira lo tiene claro: “No me gusta que nadie me obligue a nada”.
Al salir de la escuela, María del Amor nos contó su caso, también escalofriante, y la mujer de la tienda… Todas narraban la misma historia, pero el que una de ellas fuera capaz de contarlo en público y a cinco totales desconocidas fue un avance importante, más si se tiene en cuenta que la religión católica pesa como una losa y el sexo por supuesto es un tabú que ni se nombra. A eso contribuye, y mucho, el machismo que se respira en cada conversación.

MARIA DEL AMOR. “Me hicieron un legrado porque dijeron que se me quedó corta la placenta y eso me provocaba mucha calentura”, empieza a decir María del Amor, con una timidez mezcla de vergüenza. Tiene “sólo” tres hijas y le hubiera gustado tener, al menos, un varón. No le dieron opción. Aunque su estado de salud mejoró tras la operación, esta mujer sigue sufriendo “mucho ardor, diarreas y calentura”. Ahora tiene 33 años. “Me pusieron el dispositivo a los ocho meses de tener a mi última hija y ahora no me lo quieren quitar. Se lo estoy pidiendo a la enfermera, pero se niega”, concluye.

Las mujeres tenían, cómo no, que ir a hacer sus tareas domésticas y las vimos desfilar hacia sus viviendas. Nosotras regresamos a ‘nuestra’ iglesia, y Angelina, la madre de Edit, una niña preciosa de cinco años, y la esposa de Fabián, nos surtieron de una comida excelente: una pequeñas lata de atún para acompañar a las incontables tortillas que nos supieron a gloria. A la puerta de la iglesia y sentadas en unos pupitres, que hacían las veces de mesas de comedor, conversamos con todos ellos.

DAVID. El monitor de Derechos Humanos señala que en la comunidad si tienen casa de salud pero no es del Gobierno. Esa casa es atendida por un asistente de salud capacitado por el programa CAPAS. Allí les suministran algunos medicamentos. Si no los hay tienen que hacer una receta y eso obliga a la gente a ir a Ixtle. En la clínica más próxima sólo atienen a un miembro de la familia por día. Así, en el caso de que tengan tres enfermos en la familia no les queda más remedio que desplazarse tres días consecutivos. Sólo se puede ir a ‘aliviar’ (dar a luz) de lunes a viernes a la clínica de Ixtle. Los sábados y domingos deben acudir a un hospital más lejano. David sí está más concienciado que otros hombres de que la planificación, siempre que la decisión de no tener más hijos se tome en el seno familiar, es buena. “Los niños cuestan mucho dinero”, comenta David, quien nos explica que la mayoría de las mujeres “se va operando cuando tiene 3 o 4 hijos”. “Cada cita médica nos insisten, nos dicen que planificar es lo necesario, que tener sólo 3 o 4 hijos nos permitirá alimentarles mejor, darles estudios…

La hora de la comida resultó ser muy interesante y provechosa. La compañía de Angelina, David, la mujer de Fabián, Edit y su hermanita pequeña, nos brindó la oportunidad de conocer un poco más cómo es la vida cotidiana en estas comunidades. Tomamos rumbo al Lindero, una comunidad muy próxima (a un cuarto de hora caminando) separada por un lindo camino empedrado, de nuevo con grava sin prensar, y con un paisaje muy frondoso. Tocaba el turno de reunirnos con hombres y mujeres del Lindero. La misma película, pero esta vez con caras nuevas e igualmente expectantes.

Nos habían colocado unos pupitres para que tomáramos asiento. Desplazamos las mesas para acercarnos a la gente, para sentirnos más próximos a ellos y para que ellos nos sintieran también más próximas. En esta comunidad la gente fue más participativa, quizá también porque nosotras ya estábamos más relajadas y nos resultaba más fácil llegar a ellos. Qué pena que ésta fuera la última, porque si hubiera habido más las habríamos ¡bordado! La conversación giró sobre los mismos temas que en Tepetzintla: los derechos del niño, de la mujer, a recibir atención sanitaria y educativa…

Al término de la reunión, que se prolongó por espacio de una hora y media, nos acercamos a ellos, los hombres, que centraron su conversación en la tierra y en sus modos de trabajarla.

Un hombre, del que no apunté su nombre, nos contó que en El Lindero, al igual que en las anteriores comunidades, se tomaron las tierras del cacique y se las repartieron entre las familias, a razón de ocho hectáreas cada una. Sus hijos hoy trabajan sus tierras, pero cuando “crezcan ya no habrá tierras que repartir”. Ahora son 500 habitantes, y siguen viviendo en un ejido. Hace unos años el Gobierno intentó introducir en El Lindero el programa Procede, pero la comunidad no lo autorizó y votó en contra. El Procede “no es bueno”. ¿Por qué? “En el caso de que hubiéramos aprobado este programa, podríamos vender nuestras tierras si no quisiéramos trabajarlas y eso supondría que cada vez unos serían más ricos y otros más pobres”. Sólo se consiguió “medir el terreno, pero nada más”. En Veracruz sí entró el Procede y escrituró las tierras. En Hidalgo no.

La charla con las mujeres se realizó de forma improvisada tras la reunión y en un apartado de la galera. Las historias que compartieron con nosotras fueron muy similares a las de Tepetzintla, por lo que es imposible que no sea tal y como lo narran. Demasiadas personas comentan lo mismo en esta zona. No mostraron ante nosotros ninguna posición huidiza, ni recelosa, ni cerrada. Nos recibían alegres, sonrientes, mirándonos a los ojos, hablando en voz alta, expresándose con desusada franqueza. Nos habíamos ganado su confianza en poco tiempo.

Aquí, por fin, conocimos de primera mano en qué consistía el proyecto belga de capacitación de Atención Primaria. Habíamos oído hablar tanto de él, pero que nadie había sido capaz de explicárnoslo claramente. Nos lo comentó Daniel, el asistente de salud del Lindero, que nos explicó en qué consistía su trabajo y el de CAPAS. Qué irresponsabilidad la del Gobierno que delega en manos de gente no cualificada la salud de sus ciudadanos. De camino a Tepetzintla nos paramos a visitar la casa de salud que ha construido el Gobierno, pero a la que deja inutilizada por falta de medicamentos. Daniel nos estuvo enseñando el control que sigue de todos sus pacientes en una sala donde el calor era sofocante.

DANIEL nos comentó que los belgas impulsaron hace seis años en la zona un proyecto de capacitación de algunos vecinos para que se dedicaran a ser asistentes de salud. Los ‘elegidos’ por la propia comunidad asistieron a tres cursos de formación de 10 días de duración. Hoy son capaces de tratar nueve de cada diez enfermedades, extraer muelas, suturar heridas, medir la tensión, reanimar.... “Atendemos las patologías más normales, si el problema es de mayor envergadura, les remitimos a los hospitales, explica Daniel, quien hace seis años que comenzó la formación y tres la práctica. “Me siento bien por poder ayudar a los demás y porque personalmente es muy gratificante”.

Mientras duró el programa, las medicinas estaban garantizadas, pero como las ayudas no son eternas son ahora los vecinos quienes tienen que hacer frente a la compra de las medicinas. La imposibilidad de los indígenas para acceder a su adquisición obligó a CAPAS a agudizar el ingenio. Cada familia aporta 50 pesos anuales para cubrir las medicinas y tener garantizado el servicio. “Es insuficiente, pero es lo que hay”, apunta Daniel, quien explica que han intentado impulsar proyectos complementarios, como uno de quesos, otro de jarabes u otro de pastillas con plantas medicinales, pero desgraciadamente fracasó porque requerían mucho tiempo y dedicación. “Era más el coste del transporte que lo que se sacaba con la venta de estos productos”. En la zona hay mucha planta medicinal, pero va cayendo en beneficio de los medicamentos convencionales. Además, muchas de esas recetas tradicionales se han ido perdiendo con el paso de las generaciones.

Daniel dedica muchas horas a este trabajo, lo que hace que su milpa esté un poco desastre. Pero cuenta con la inestimable colaboración de sus compañeros que, como contraprestación a su servicio, se ocupan de su cultivo. Atiende a 56 familias en Lindero, 38 en Tepetzintla y 25 en 14 de mayo. Apunta los expedientes de sus pacientes, el tratamiento que les da, el nombre de quiénes han acudido a su consulta, el de quienes no han ido. Lleva un registro, muy ordenado, de la salida de los medicamentos, de las entradas, y al finalizar el mes hace un recuento y realiza los pedidos a DF. Por la casa de salud pasaron durante la primera quincena de septiembre un total de 49 personas. Su horario es de 9.30 a 16 horas de lunes a sábado, aunque si se trata de una urgencia está disponible las 24 horas al día. Es consciente de que la atención sanitaria es “obligación del Estado”, pero como no lo hace… “Prácticamente la gente del Gobierno no sabe de nuestra actividad, porque si lo supieran quizá nos quitarían las casas”.

Ahora hay unos 20 trabajadores de salud repartidos por las Huastecas. Esta casa atiende a tres comunidades. Otras a cinco e incluso a 6, depende del tamaño de la población. Daniel nos anuncia que el día 17 habrá una reunión de asociaciones de salud que hay en México.

Daniel también tiene mucho que hablar sobre la contraconcepción forzosa. El Gobierno le ha intentado “manipular” para que él convenciese a la población de que no tengan más hijos. “Me preguntan: ¿a cuántas mujeres convenciste?”. “Yo lo que hago es ir midiendo las prácticas y veo cuáles son positivas y cuáles no. Cada año les citan para ver si tienen infección cervicouterino. Yo les reprendo si van solas. Deben ir con sus esposos porque si no es más fácil que las engañan y les colocan el DIU”. “Les colocan el DIU sin su consentimiento y los médicos les avisan de que van a tener molestias, les engañan contándoles que tendrán infecciones. Les dan hojas para firmar el consentimiento informado es decir, para acreditar que recibieron toda la información y no es cierto.

“Es una guerra de baja intensidad”. En las casas de salud faltan medicamentos, sobre todo antibióticos y antinflamatorios. Nos pone el ejemplo de que una caja de paracetamol en un pedido grande cuesta 5 pesos por cada tableta de genéricos. Si no son genéricos cuesta 20 pesos. Cada mes mantienen una reunión central con sus compañeros y de vez en cuando con todos los asistentes de salud del país. Daniel lamenta que aún no hay casas de salud en todas las comunidades. Hay asociaciones más avanzadas y otras menos. Michocán, Guerrero, Chiapas o México. Pretenden hacer un frente nacional de salud y tienen pensado que en 2005 haya una reunión en Ecuador con otros países. Ya hubo una en Bangladesh.

Con muchas historias en la cabeza y con la satisfacción de haber resultado, de cierta forma, útil, regresamos por el mismo camino a Tepetzintla. Un buen baño en la pileta y a lavar la ropa, que ya hacía falta. Las mujeres nos prestan sus cubos, nos ayudan a sacar el agua del pozo al ver nuestra torpeza. Se ríen de nosotras constantemente. Entienden rápidamente el por qué nosotras, treintañeras, no hemos logrado casarnos. Su argumento es demoledor: “Si no sabéis lavar en el río y no sabéis hacer tortillas, ¿qué hombre os va a querer?” Los baños en la pileta, a pesar de las incomodidades, nos resultaron todo un lujo, la única manera de paliar y aliviar el calor sofocante, húmedo y pegajoso con que nos ha recibido la Huasteca, y eso que es septiembre y la temperatura ha debido descender.

La pileta es el lugar de máximo contacto con las mujeres. Les sorprende que utilicemos un bikini para lavarnos porque ellas se despojan sin pudor de la parte de arriba, pero en cambio se bañan con falda. Las mujeres a un lado, los hombres a otro, que no es cuestión de juntarse. Desde muy pequeñas lavan su ropa en la pileta y la verdad lo dejan impoluto, pese a sus pocas comodidades. Los fabricantes de plástico se tienen que hacer de oro porque hay cubos de todos los tamaños y para todos los usos. Como no hay agua entubada, ellas acarrean pesados cubos de agua en la cabeza desde la pileta hasta sus casas. Y así una y otra vez. Los hombres, por el contrario, utilizan los caballos como medio de transporte del agua, siempre ha habido clases.

Y así pasó la tarde. De nuevo, la noche cayó con la triste sensación de que un día más estaba a punto de finalizar. Realmente no había mucho que hacer en las comunidades, pero el tiempo pasaba excesivamente deprisa. Una nueva visita a la tienda-cooperativa para abastecernos de galletas que completaran nuestra alimentación o, mejor dicho, para tener la sensación de saciedad, y a cenar. En la tienda éramos toda una expectación porque adquiríamos artículos para ellos innecesarios.

La cena fue muy gratificante. Angelina, la madre de Edit y presidenta del comité de mujeres, nos habló de las prácticas habituales de los militares por la zona, y su marido sobre el albergue de estudiantes que hay a pocos kilómetros. El porche de la iglesia fue nuestro lugar de reunión.

ANGELINA. “Por los caminos y las milpas pasan muchos militares. Vienen de vez en cuando. Andan hasta la pileta, miran a las mujeres y las molestan. O las andan enamorando, incluso aunque estén casadas, o las violan, las embarazan y luego las abandonan”. “Cuando pasan, cerramos las tiendas porque para ellos no hay agua. Vienen todos armados, andan por donde quieren. Nos espantan a los niños, a las mujeres. Llegan a venir entre 20 y 30 militares hasta en cinco carros. Aprovechan que los hombres están trabajando en la milpa.

Aunque ya saben que están en su derecho de interponer una denuncia, todavía no se han atrevido. ¿Y qué quieren? “Saber cómo nos organizamos y quiénes son los representantes. Pero nosotros no les facilitamos esa información. ¿Nombres? No damos ninguno. Aquí no hay líderes”. Son cada uno de los que veo, las mujeres, los jóvenes, los viejos. La policía y el ejército los buscan porque creen que son los cabecillas.

Angelina se remonta a 1976 para enumerar las desapariciones y muertes que se produjeron por ocupar las tierras de los caciques. “Desde 1976 a 1989 fueron años duros. Aún hay compañeros en la cárcel desde los años 80. En esa fechas había retenes, por ejemplo, dos días consecutivos, observaban el interior de los carros, nos hacían preguntas…”.

El acoso sigue a día de hoy. “La Comunidad de la Mesa, cerca de Ixtle, donó una hectárea al ejército para que les vigilara y proporcionara seguridad. Les piden a las comunidades que firmen sellos para que puedan circular por la Huasteca. Me imagino que reciben algo a cambio de este terreno, les darán cemento, varillas, pero sólo para las autoridades, no para los vecinos”. “Son comunidades muy grandes, de más de 2.000 habitantes. Allí van los diputados, aquí no, pero mucho mejor porque prometen, prometen y no hacen nada”.

Fue una noche mágica. La conversación fue indescriptible, tanto como la sensación que tenía de ser la mujer más afortunada del mundo por haber tenido la oportunidad de conocer a gentes verdaderamente impresionantes y de salir de nuestro círculo de problemas cotidianos que resultan, de verdad, un tanto frívolos cuando lo que ves frente a ti son problemas relevantes: defender la vida, tus mínimas posesiones, la educación de tus hijos y la salud de todos los miembros de una familia.

Su generosidad es incuestionable. Nos ofrecen todo lo que tienen y más. Siempre están dispuestos a complacernos, incluso en cosas que ni siquiera solicitamos. Por ejemplo, como en la iglesia donde íbamos a pernoctar no había luz, unos hombres nos tiraron un cable desde la galera –único punto de luz de la comunidad además del de las casas- hasta la iglesia atravesando todo el camino que nos separaba. ¡Cómo agradecerles todas estas muestras de generosidad!
Imposible.

Nos abren la tienda en el mismo momento en que se dan cuenta de que precisamos algo. Cada año le toca a una mujer encargarse de la cooperativa, por eso no es extraño encontrarnos con una mujer que no sabe hacer sumas, ni siquiera leer o escribir. Su hospitalidad está al margen de dudas. Nos ofrecen los mejores lugares para dormir, temen que nos ocurra algo con los alacranes o con cualquier otro bicho. Somos sus invitadas y nos agasajan con todo tipo de detalles y eso que su sueldo no supera los 50 pesos al día.

Hemos logrado sacarles muchas sonrisas. Son muy amables, con una amabilidad sincera, sin esperar nada a cambio. Les honramos con nuestra presencia, pero si ellos supieran realmente lo que nos aportan ellos a nosotras… Me siento, al igual que mis compañeras, muy agradecida por poder compartir con ellos su forma de vida y por haberme podido imbuir durante unos días de unos valores que comenzamos a perder al otro lado del charco. Cómo me gustaría saber expresar mi agradecimiento.

Cometimos el segundo error del viaje (aviso a navegantes). Una señora muy mayor llegó al porche de la iglesia con dolores musculares. En ese momento nuestro botiquín era suyo, pero fue una equivocación porque, a partir de ese instante, comenzaron a llegar otras personas pidiéndonos medicinas para paliar sus dolores, creyendo que éramos doctoras. Tomamos la determinación de poner en común todo el botiquín que habíamos confeccionado para nuestras posibles molestias y dárselo a Daniel, el asistente de salud del Lindero con el que habíamos conversado. Pero eso sería al día siguiente.

Decidimos que la iglesia no nos resultaba demasiado acogedora. El alacrán que acababan de matar nuestros amigos, los panales de abejas, la araña peluda que rodeaba al Cristo y el calor sofocante, nos llevó a cambiar nuestro lugar de dormir por la cancha de baloncesto. Además, el cielo era un mar de estrellas. Un espectáculo, el de un cielo tomado por las estrellas, tan difícil de contemplar en la ‘civilización’ que bien merecía la decisión de dormir al aire libre. Parecía que estaba viendo una película en el cine. El cielo, las estrellas, ‘mis’ indígenas paseando en la penumbra de la noche. Me parecía aún mentira estar ahí.

Una conversación muy divertida entre nosotras en la cancha de baloncesto puso fin a uno de los mejores días. A todo esto tengo que sumar mi particular cura con el tema de los perros, que paseaban a sus anchas a mí alrededor sin que yo les prestara atención. En ese momento también dijimos adiós a las incómodas mosquiteras. A las 2 de la mañana –todo un exceso en nuestra vida monacal- dimos por terminada la charla y a dormir entre los ruidos de los pavos.

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