Viajar, viajar y viajar

Viajar, viajar y viajar. Si compartes esta pasión, aquí hay una muestra de algunos de esos rincones que aparecen en las guías de viajes, pero también de otros que se muestran ocultos a nuestros ojos. Bienvenido...

miércoles, 29 de noviembre de 2006

Ventana a la Península Valdés


Numerosas son las excursiones que ofertan los operadores turísticos en Península Valdés, pero realmente son puro relleno en noviembre. Como el avistaje ‘telescópico’ de lobos marinos de un pelo que habitan todo el año en Punta Loma; la playa Doradillo, el mejor lugar para el avistaje costero de las ballenas si hubiese sido de junio a octubre; o Punta Norte, un punto de reunión para esperar pacientemente los varamientos voluntarios de las orcas continentales entre febrero y abril a la caza de los pequeños lobos marinos, coincidiendo con las primeras incursiones al agua de los cachorros.

Como el mes era finales de noviembre, la opción fue caminar por toda la larga playa hasta encontrar el Ecocentro. Todo está a la vista en este museo coqueto y didáctico. Hay un mirador en el piso superior, comparable a un faro, desde el cual puede compartirse el placer de la lectura con la observación del mar por sus colosales ventanales. Un poema de Jorge Luis Borges, plasmado sobre una gran lámina de chapa, invita a entrar. Y que dice así:

El Mar // Antes que el sueño (o el terror) tejiera / mitologias y cosmogonías, / antes que el tiempo se acuñara en días, / el mar, el siempre mar, ya estaba y era. / ¿Quien es el mar? ¿Quien es aquel violento / y antiguo ser que roe los pilares / de la tierra y es uno y muchos mares / y abismo y resplandor y azar y viento? / Quien lo mira lo ve por vez primera. / Siempre con el asombro que las cosas / elementales dejan, las hermosas tardes, la luna, el fuego de una hoguera. / ¿Quién es el mar, quién soy? lo sabré el día / ulterior que sucede a la agonía.

Parece que el Ecocentro ha intentado dar respuestas a todos esos interrogantes de Borges. Se abre como un lugar de acercamiento al mar e intenta que el viajero se instruya en el mundo marino, su fauna, sus costas, sus mareas, sus recursos y se conciencie sobre su delicado ecosistema. Este acercamiento está propuesto desde varios ángulos, teniendo en cuenta las distintas sensibilidades humanas: a algunos nos llegan las imágenes: ballenas, lobos de mar, pingüinos, aves; a otros las palabras escritas en cientos de reflexiones y poesías, y a otros los sonidos o los silencios.

Un lapso de tiempo nos quedaba para despedirnos de la Península Valdés y emprender la expedición a otro de los tesoros de la Patagonia: Bariloche. Nos esperaba un viaje de 15 horas en autocar por ese poco fotogénico paisaje patagónico. Rawson, Trelew, Gaimán, Dolavon… y, en medio de la nada, nuevo ‘tropezón’ con el ripio. Arregladas las gomas del autocar, sumamente cómodo, proseguimos viaje. Las Plumas, Paso de los Indios, Tecka, Esquel… Todo parece llegar hasta el infinito, hasta que, sorpresa, el territorio se eleva en dirección a la cordillera de los Andes. El paisaje se torna más verde; atrás queda el parduzco terreno. Las montañas blancas, los lagos de aguas cristalinas y la vegetación espesa se abre delante del ómnibus. Aparecen los bosques que se conjugan con lagos, montañas y glaciares en un espectáculo de belleza incomparable. Entre los abundantes bosques de lenga, ñire y coihue. Hemos traspasado la planicie y acabamos de toparnos con los Andes más nevados. La puerta a la naturaleza. El Hoyo, Lago Puelo, El Bolsón y, por fin, Bariloche.

Por Mar Peláez

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