Viajar, viajar y viajar

Viajar, viajar y viajar. Si compartes esta pasión, aquí hay una muestra de algunos de esos rincones que aparecen en las guías de viajes, pero también de otros que se muestran ocultos a nuestros ojos. Bienvenido...

sábado, 2 de diciembre de 2006

Por los siete lagos


El día nos iba a ofrecer en Bariloche uno de los paseos más bellos del país: El camino de los Siete Lagos, de majestuosos lagos de dimensiones considerables pero escasa profundidad. Y deslumbra. Y lo hace por los sucesivos paisajes que se abren a izquierda y derecha de la carretera. Es primavera y la naturaleza revive y florece como un milagro que ha estado oculto bajo la nieve. El bosque despierta lleno de colores, toda la belleza del paisaje de bosques y lagos está allí, esperando, enmarcada en el camino que enlaza Villa La Angostura con San Martín de los Andes. 400 kilómetros, la gran mayoría de ripio, de ida y vuelta, a caballo entre el Parque Nacional Nahuel Huapi y el de Lanín.

Guiados por la locución inagotable de Juan Carlos, emprendimos viaje atravesando el espectacular Nahuel Huapi. Sin perder de vista la estampa que deja este gran lago, aparece Villa La Angostura, una aldea típica de montaña tan agradable como turística. Pero lo que realmente ofrece el recorrido es naturaleza. Siguiendo la ruta, rasgan el horizonte los dos primeros lagos. Son el Correntoso, ideal para la pesca de truchas -y qué truchas-, y el Espejo, que hace honor a su nombre por la transparencia de sus aguas. Desde el perfectamente ubicado mirador panorámico se tiene la posibilidad de deleitarse con el azul de unas aguas que contrasta con la tupida vegetación que le abriga, montañas imponentes, el naranja de algunas flores y toda una paleta de colores que brinda esta naturaleza salvaje. No hay duda. La contaminación en esta latitud es inexistente. Así lo indican los termómetros del bosque, ‘las barbas del diablo’, una especie de musgo verde claro que se adosa a los árboles. Y está todo lleno.

Pero existe otro componente que dota a la región de una riqueza sin igual: la presencia de sus pobladores primitivos, forjadores indiscutibles de gran parte de su historia, su cultura e identidad. Son los mapuches que llegaron del Sur de Chile huyendo del miedo a que los españoles les utilizaran como esclavos. Se asentaron en ese lugar antes también de que las tierras se convirtieran en Parque Nacional. La familia Quintupuray, desde su Hostería de los Siete Lagos, ofrece a todo aquel que se detiene unas tortas fritas. No hay constancia de su historia real, ya que la lengua mapuche no tiene lengua, se basa única y exclusivamente en la fonética, lo que dificulta reconstruir sus pasos. Hoy es un pueblo que para muchos argentinos resulta conflictivo. Lástima que en un viaje de estas características, netamente turístico, sea imposible conocer el trasfondo de esta realidad.

La ruta avanza en su tramo más solitario y más auténtico hasta Traful. Las laderas que rodean el camino están pobladas por un espeso y mágico bosque milenario de coihues (árbol de lugar de agua) que compiten en altura. Las obras emprendidas para arreglar el ‘carretero’ en ese tramo harán más cómodo el viaje, pero perderá en encanto y hará retroceder por el impacto sonoro, aún más, a todas esas 60 especies de aves que habitan este territorio. Como el Tero-tero, que rompe el silencio con su singular canto.

Siguiendo el itinerario, después de cruzar el puente sobre el río, el camino asciende por el bosque en una cuesta pronunciada. Unos cinco kilómetros más adelante se pasa a la derecha del pequeño Lago Escondido, que también hace honor a su calificativo. A esta altura el camino ingresa en los valles de los Lagos Villarino y Falkner, separados por un angosto istmo, convirtiéndolos en los más hermosos de este trayecto. El camino permite ver el Lago Villarino desde la altura, luego desciende por el istmo y cruza el río hasta depositar a unos expectantes viajeros a los pies del lago Falkner. Es el paraíso de los pescadores; también de cualquier persona que disfrute de la naturaleza. ¡Cómo no hacerlo en ese lugar, en ese lago, en ese bosquecito!

El camino transita ahora por un amplio valle repleto de chacras, o lo que es lo mismo, de huertas. Desde allí es fácil percatarse de que el cordón patagónico está recubierto de bosque hasta una línea imaginaria. Las lengas viven hasta los 1.800 metros; después, sólo montaña pelada. Al poco, se encuentra el ingreso al Parque Nacional Lanín, por un amplio portal de troncos que divide ambos Parques Nacionales. Y… se abre ante los ojos del viajero el amplio valle del Lago Hermoso, el coto de caza más grande de ciervos colorados. Para culminar el paseo por los lagos quedaba el Machónico (agua de brujas) y, por supuesto, el transparente Lago Lácar, que envuelve San Martín de los Andes y cobija el suave aleteo de los patos. La playa de San Martín es un buen lugar para dejar correr el tiempo, para saborear los recuerdos aún frescos en la retina, para disfrutar de un entorno agradable, de paz y con la música del bosque aún resonando.

A estas alturas, conozco el significado de leyenda de la palabra Patagonia: “Territorio de los pies grandes”. Los antiguos aborígenes, al ser nómadas, tenían que abrigarse los pies con cueros de animales, asemejando a las ‘botas’ de los potros. Al desembarcar los españoles en ese territorio, tan sólo encontraban huellas de gran tamaño. Creían que eran corpulentos, cuando la realidad era bien distinta: “retacones” y bajos, según comenta el incansable y el didáctico guía. Los españoles también introdujeron en la zona las ovejas y los caballos para que compartieran terreno con los autóctonos guanacos.

Llegaba el momento de despedirse de San Martín de los Andes y de retornar a Bariloche por una ruta más corta (unos 160 kilómetros). El regreso no tiene desperdicio. En medio del camino se alza el magnífico Paso Córdoba, entre quebradas y cañadones de extraordinaria belleza, modelados por la lluvia y los vientos. Por un zigzagueante ascenso se culmina en un punto panorámico de privilegio en el que contemplar las formas caprichosas que puedan adquirir unas montañas, como si de plastilina se tratara. Una ciudad encantada al estilo de Cuenca.

Y, concluyó el viaje. Observando que ningún ‘sombrero’ en forma de nubes cubría el Tronador lo que indicaba que al día siguiente tendríamos un día magnífico en nuestro recorrido hacia Puerto Blest. Y así fue.

Por Mar Peláez

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