Viajar, viajar y viajar

Viajar, viajar y viajar. Si compartes esta pasión, aquí hay una muestra de algunos de esos rincones que aparecen en las guías de viajes, pero también de otros que se muestran ocultos a nuestros ojos. Bienvenido...

viernes, 1 de diciembre de 2006

Vuelo rasante de los cóndores


En el kilómetro 17 de la ya consabida ruta de Bariloche hacia el Llao Llao se encuentra la entrada de acceso a la aerosilla que traslada al visitante hasta el Cerro Campanario, a 1.050 metros de altitud. Las imágenes son inmejorables. La vista se cruza a cada instante con una postal exclusiva. Es el mejor resumen de una de las más bellas escenas que esconde Bariloche. Ver desde lo alto los lagos Nahuel Huapi y el Perito Moreno, o los otros 15 lagos…, la laguna El Trébol, las penínsulas San Pedro y Llao Llao, la isla Victoria, los cerros Otto, López, Goye, Catedral, Capilla y el maravilloso entorno cordillerano de la ciudad de San Carlos de Bariloche… fascina a todo aquel que tiene la oportunidad de estar en este paraíso. No hay rincón que no sorprenda. Agua y más agua, montañas y más montañas. Y en medio, todo vegetación tupida. Cómo explicar la sensación de ver esa ingente cantidad de montañas nevadas recostadas sobre infinidad de lagos azules, verdes esmeraldas... El viento huracanado que, en ocasiones, hacía imposible mantener la verticalidad, no lograba deslucir la panorámica indescriptible de este rincón patagónico. Paradisíaco lugar. De esos para quedarse una larga temporada para deleite de la vista y de los pulmones. Tan verde, tan limpio, tan natural... Y para entrar en calor nada mejor que degustar una de las tartas que tanto caracterizan a esta pequeña localidad desde la repostería que preside el cerro. De regreso a la carretera, una vez más, a esperar al ómnibus 20 para llegar al centro de Bariloche y a aguardar pacientemente el comienzo de la excursión más especial: una típica estancia patagónica.

La elegida fue la estancia El Desafío del Cerro la Buitrera y no nos equivocamos. En el ómnibus de Gustavo, nuestro admirable guía, partimos de Bariloche y en pocos kilómetros el paisaje había cambiado. La zona de bosques ha desaparecido y la estepa más dura vuelve a instalarse en nuestras retinas. Pero a la hora y media de camino, y tras recorrer unos escasos 25 kilómetros, la vista se topa con un imponente paredón de piedra toba a semejanza de un auténtico castillo a 1.477 metros de altitud. Es el perfecto hábitat natural de más de 200 cóndores andinos censados. Esta especie majestuosa ha establecido sus dormitorios en las cuevas formadas por la erosión, y el mirador se convierte en lugar privilegiado para observar de cerca esta magnífica ave en su ambiente natural y compartir un momento de sus vidas.

Al llegar al casco de la estancia de 5.000 hectáreas y repoblada recientemente con pinos, Andrés recibe al visitante con una amabilidad inusual y muestra con detalle sus rústicas e interesantes instalaciones. El grupo se divide. Los diez amigos israelitas prosiguen el camino a lomos de experimentados caballos por el camino pedregoso que conduce al mirador. Nosotras, junto a una pareja navarra y su hijo Julen de 11 años, seguimos sus pasos, pero en el minibús. Bordeando el cañadón surge un balcón desde el que contemplar los paredones donde se encuentran los escarpados apostaderos (las llamadas condoreras) a un lado y, hacia el otro, la inmensidad de la estepa que desciende escalonadamente hacia el Este. La vista: realmente inusual e impactante. Sobre todo porque es uno de los pocos lugares de Argentina que ofrece la posibilidad de apreciar a esos magníficos animales desde muy cerca.

La parada coincidía con el atardecer, el horario en el que regresan los cóndores, lo que permitió contemplar el extraordinario espectáculo de verlos llegar volando con sus alas extendidas. Regresaban, después de haber permanecido desde muy temprano fuera de sus hogares en busca de zonas de alimentación en las planicies de la estepa. Tras hora y media de contemplación, y de continuas explicaciones, proseguimos, esta vez a caballo, por un extenso bosque de lengas milenarias, en compañía de Raúl, un hombre autóctono de una belleza difícil de mirar. Las últimas luces del sol dibujaban una arboleda muy seductora. Un lugar donde dejarse perder.

Después de dos horas de cabalgata, a lomos de ‘Chupete’, un exquisito asado nos estaba esperando para la cena. Alrededor de la mesa tuvimos tiempo de compartir un grato momento con la pareja española y con nuestros amables anfitriones. La cristalera de la estancia se abría al mismísimo paredón y permitía admirar el vuelo rasante de los últimos cóndores del día. Se ponía fin así a una experiencia distinta y de aventura en un paisaje increíble y natural. Compaginar en un solo día cabalgata, asado y avistaje de cóndores, con una plática de lo más didáctica con Gustavo, Andrés, Raúl y la familia navarra, hizo de la excursión un inolvidable e imponente momento.

Aún tuvimos tiempo, al regreso a Bariloche, de acercarnos a las maras que huían con miedo de los focos del minibús, y de detenernos sobre el puente de madera que cruza el río Limay y escuchar, en pleno silencio, el rugir del agua.

Por Mar Peláez

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