Viajar, viajar y viajar

Viajar, viajar y viajar. Si compartes esta pasión, aquí hay una muestra de algunos de esos rincones que aparecen en las guías de viajes, pero también de otros que se muestran ocultos a nuestros ojos. Bienvenido...

jueves, 22 de septiembre de 2005

La perla del Tal Majal


Las 9.30 era la hora pactada para salir hacia el Taj Mahal y los cinco estábamos impacientes por atravesar los muros que circundan esa perla blanca. Había que comprobar con nuestros propios ojos por qué es el edificio más famoso de la India y, sobre todo, por qué ese mausoleo inmortaliza para el mundo entero la imagen del amor eterno. Un cuidado y ajardinado camino precede a la puerta del recinto. Tras abonar la entrada (tan sólo 14 euros), las mujeres acceden por una puerta; los hombres por la otra. ¿La razón? Es requisito imprescindible pasar un estricto control de seguridad y dejar allí cualquier objeto, encendedores y bolígrafos incluidos, que pueda poner en peligro la seguridad del emblema de la India.

Como nosotros, muchos eran los turistas indios que se agolpaban para acceder por la puerta principal del recinto, mientras fotógrafos profesionales ofrecían sus servicios. Al acercarse a esa puerta, uno teme que le decepcione la vista, pero no ocurre así. Cuando se traspasa el umbral de los jardines, y se descubre el equilibrio perfecto entre su grandiosidad y su elegancia, las dudas se disipan. Todo se traduce en simetría y eso impresiona, a pesar de que sus dimensiones no son espectaculares.

El jardín que precede a la tumba mide unos 300 metros de anchura y está dominado por un gran estanque central, donde recrearse en el entretenido ejercicio de fotografiar lo que ya miles de turistas han hecho a lo largo de la historia de un edificio construido entre 1632 y 1642. Dudo de que Sha Jahan, cuando lo mandó construir para su esposa favorita Mumtaz Mahal, pensara que su obra iba a ser inmortalizada en tantas ocasiones en papel fotográfico. Y más aún cuando su traicionero hijo le confinó a una cárcel cercana, obligándole a que viera los trabajos de construcción desde una ventana.

Toda esta mezquita funeraria está construida en mármol blanco, por ser el material noble por excelencia, y sobre él resbala la luz. Por eso contemplar este edificio en distintas horas del día es como volver a descubrirlo. Ver sus distintos reflejos, sus distintos matices. Cada hora proporciona una luz. Después de descalzarnos accedimos al interior, donde se encuentran los cenotafios bajo una bóveda de 24 metros de altura. La tumba propiamente dicha está decorada profusamente con inscripciones coránicas, arabescos florales y motivos geométricos conseguidos a base de piedras semipreciosas que un hombre nos iluminó con una pequeña linterna. Lo mismo ocurre con las paredes que abrazan las dos tumbas. Amor, soledad. Cualquier sentimiento te puede inspirar este monumento.

El Tal Mahal se alza sobre un podio cuadrado con un minarete en cada esquina, de espaldas al río Yamura. En uno de sus laterales se alza una mezquita. En el otro lado, el jawab, un edificio sin otra función que la de equilibrar la composición. No las conté, pero creo que estuvimos más de tres horas contemplando esta joya arquitectónica y compartiendo un día con los turistas indios.

Pero la realidad de la India volvió a hacerse patente. A la salida, un grupo de niños nos persiguió con la esperanza de una limosna. En especial lo hizo un niño, de escasos diez años, con la cara totalmente desfigurada y cuya mirada provocaba un cierto rechazo a la vista. Más niños, más vendedores, más conductores de rickshaws, más guías turísticos… más India.

De allí al Fuerte de Agra, el ejemplo mejor preservado entre todas las murallas construidas por los emperadores mongoles. Una dinastía tan odiada por su carácter guerrillero como admirada por sus talentos arquitectónicos. En la misma puerta nos encontramos con la pareja de Valladolid que habíamos conocido en Jaipur y con ellos visitamos el Fuerte, o lo que queda de él. Vimos de cerca esos característicos andamios de palos y cuerdas que ayudan a reformar un edificio en ese país, mientras dejaban ver al fondo la majestuosa imagen del Tal Mahal. Me perdí del grupo y aproveché para contemplar de cerca las ‘monerías’ de los monos subiendo y bajando con gran agilidad por las almenas del fuerte, pero también las miradas penetrantes y las sonrisas amplias y limpias de los indios. Y por qué no a los vendedores de postales que extienden todo el cartulario sin que les preguntes, o te ofrecen cualquier tipo de objeto de decoración.

Reunidos los cinco, nos dirigimos hacia el centro de la ciudad y descubrimos ya de día su estado. Calles sin asfaltar, callejones inmundos, vacas esqueléticas, búfalos, perros pulgosos, charcos… Pese a ser el lugar más visitado de la India, lo cierto es que Agra sólo tiene eso, el Tal Mahal. Para nuestro recuerdo nos llevamos la imagen de aquella niña de la calle a la que Pedro compró un helado y no sabía qué hacer con él. Sólo su madre fue capaz de enseñarle cómo comerlo. Antes de arrancar el todoterreno vimos como recogía del suelo el helado derramado y volvía a colocarlo en el cucurucho.

Por Mar Peláez

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