Viajar, viajar y viajar

Viajar, viajar y viajar. Si compartes esta pasión, aquí hay una muestra de algunos de esos rincones que aparecen en las guías de viajes, pero también de otros que se muestran ocultos a nuestros ojos. Bienvenido...

miércoles, 21 de septiembre de 2005

Por esos caminos indios


Y, como no hay nada mejor para despertarse que un baño, me levante a las siete de la mañana para disfrutar del que creía sería mi último chapuzón en una piscina, y del desayuno. Nos esperaba un nuevo viaje por carretera de unas seis horas. Esta vez en dirección a Agra. Los ‘maleteros’ depositaron, sin que nos dejaran ayudarles, nuestras mochilas en el techo del todoterreno, y emprendimos el viaje sobre las nueve de la mañana después de despedirnos de los recepcionistas.

Por delante, una carretera repleta de vehículos de cualquier tracción. Sería la última vez que adelantásemos a camellos y eso merecía una fotografía. Camiones decorados con coloridos motivos; vacas, búfalos y cabras por todos lados; coches lujosos junto a coches destartalados… Nuevamente el mismo panorama de caos, con vehículos que sin ningún reparo adelantan ajenos al peligro. Una moto sortea a una vaca, un camión hace lo propio con los anteriores, y nosotros, en nuestro todoterreno, hacemos lo mismo con la vaca, la moto y el camión. Verlo para creerlo. Pero esta vez lo hacían sobre una carretera que perdía el asfalto con demasiada frecuencia. Y eso que se trata de una vía muy transitada. Los constantes baches impedían caer en un reparador sueño, pero nos posibilitaban contemplar todas esas imágenes que han quedado grabadas en mi retina y, por qué no, en mi cámara de fotos. Como la de un camión cargado en su parte posterior de niños en dirección a la escuela, o la de una familia descansando al pie de la carretera en pleno campo.

Queríamos comer comida india y el conductor se detuvo en un restaurante de carretera. Era cutre, pero el menú era muy sabroso. A las pocas horas llegamos a Agra, el tercer vértice del triángulo turístico formado también por Delhi y Jaipur. Nos dejó en el Hotel Amar. El estado de la recepción no nos permitía hacernos una idea de lo confortable que resultaban las habitaciones. Estaban de obras, pero el quinto piso, el nuestro, estaba perfectamente remozado. Alicia, Mariví y yo bajamos a ver la piscina y convencimos al resto para darnos un baño en aquel agua climatizada, con tobogán incluido.

Ya de noche nos dirigimos en dos tu-tus al bazar de Agra a siete kilómetros, ante la insistencia de que la ciudad resultaba un tanto peligrosa. La primera imagen era la de mayor modernidad y limpieza, con tiendas más cuidadas. Sin embargo, era un espejismo. La pobreza sólo estaba a la vuelta de la esquina. Era cuestión exclusivamente de abandonar la calle principal. Un niño, sin extremidades inferiores, se valía de un monopatín para desplazarse en su intento por vender globos. Y que triste estaba. Igual actividad que tenían otros muchos niños que paseaban por las calles con escasa iluminación.

No nos atrevíamos aún a comer en ningún puesto callejero ante las dudas que nos provocaban la suciedad del lugar y, sobre todo, por el picante de su comida. Así que decidimos entrar en una cafetería al estilo occidental, donde al final cenamos. Y de vuelta al hotel, a hacer somero recuento de nuestras sensaciones y emociones. Alicia y yo compartimos charla nocturna.

Por Mar Peláez

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