Viajar, viajar y viajar

Viajar, viajar y viajar. Si compartes esta pasión, aquí hay una muestra de algunos de esos rincones que aparecen en las guías de viajes, pero también de otros que se muestran ocultos a nuestros ojos. Bienvenido...

jueves, 13 de octubre de 2005

Ultimo vistazo a Calcuta


Amaneció nuestro último día en la India. Los centros estaban cerrados por tratarse de jueves, por lo que Mariví y yo nos lanzamos a conocer los últimos rincones de Calcuta que aún no habíamos visitado. Nuestro destino sería un templo del Sur de la ciudad o eso intentamos. Tomamos el metro hasta la última parada, un taxi y llegamos a destino, donde nos encontramos con mis compañeras japonesas. No se podía acceder con zapatos a su interior (como en la mayoría de los templos), tampoco se podía hacer fotografías. Se trataba de un amplio recinto con un gran edificio en el que cientos de indios hacían cola. Lo rodeaban pequeños templitos donde unos hombres depositaban en tus manos agua sagrada del Ganga, polvo de azafrán y en ocasiones dulces, después de hacer sonar una campana. Rechazar estos detalles son símbolo de descortesía. La personalidad de la ciudad ha sido labrada en el entorno físico del delta del Ganga, Hooghly en inglés. Nos asomamos por unas barandillas y allí estaba el río y a los indios sumergidos en él haciendo sus rituales.

No tenía tanta magia como en Varanasi, pero nos pasamos un buen rato contemplándolo. Nuestro deseo era tomar una barca para llegar hasta el otro lado del río. Después de hablar en ‘spaninglis’ con una pareja que hablaba en ‘indiinglis’, comprar una flauta a uno de los niños que vendían cualquier tipo de objetos, ver cómo muchos comían pepinos pelados y otros recogían agua del río en grandes garrafas, hicimos cola para subirnos a una de esas barcas repletas de indios de clase media, que costaba siete rupias por persona. Calcuta no es una ciudad turística, por lo que muchos se sorprendían con la presencia de occidentales. Hice varias fotos a petición de algunas parejas vestidas ‘de domingo’.

Después de un cuarto de hora, o así, llegamos a la otra orilla. No había nada interesante al otro lado, pero tuvimos ocasión de ver de nuevo otra ‘procesión’ de la Durga Pooja, mientras chicos y chicas bailaban a ritmo de tambores. Comenzó a llover de forma torrencial, así que tomamos un taxi. La idea era ir al Mercado de las Flores pero el monzón nos lo impidió. No nos quedó más remedio que dirigirnos a Sudder Street. El agua estancada en las calles dificultaba la circulación.

Atravesamos el Puente Howrath, considerado una maravilla de la ingeniería, por el que pasan más de dos millones de personas por día. Su construcción duró seis años –se inauguró en 1943- y es el tercero más grande del mundo. Es un puente colgante, de 500 metros sin pilares, que une el ferrocarril principal y la ciudad industrial de Howrah con Calcuta, y que se divisa desde varios puntos de la ciudad. Tuvimos algún que otro problemilla con el taxista porque nos quería estafar, pero no le dejamos.

En ningún momento me atreví a comer en los puestos callejeros. Era tal su suciedad que no invitaba a degustar sus platos picantes. Y eso que mi estómago, a través de los viajes que ya he ido realizando, parece que se está acostumbrado a comida no excesivamente salubre. Aún así, volvimos a comer en el Jo Jo’s, que nos daba algo más de seguridad. Además de enviar, como otros muchos días, varios e-mails y llamar por teléfono a España, nos encaminamos hacia el mercado que descubrí el día anterior, pero en esta ocasión estaba cerrado. Una lástima. No quedaba ya más remedio que hacer nuestras mochilas y dejar todo preparado para iniciar nuestro viaje de retorno a España. El avión saldría a las 7 de la mañana, pero debíamos irnos sobre las cuatro de la madrugada.

Mariví y yo compartimos nuestra última cena en el Jo Jo’s con Olga, que se quedaría en Calcuta hasta el 21 de diciembre. Tuvimos tiempo de poner en común algunas de nuestras experiencias, aunque era demasiado pronto para haberlas asimilado. Nada más cenar, Olga tuvo que irse al Monica’s House, porque le cerraban la puerta a las 10 de la noche. A nosotras nos esperaba una fiesta de despedida en la terraza del Hotel María. Allí estaban Juan, Jesús, Bea, Vivi, Norma, Edell, Kike y su novia italiana enfermera del Papa.

Una guitarra, cervezas y ron… y a cantar. La fiesta se prolongó hasta las 12 de la noche. El despertador sonó a las cuatro de la madrugada. Edell, que se había trasladado a nuestro hotel, se despertó y vino a despedirse. Le dimos ropa, artículos de limpieza, sábanas y las almohadas. Nosotras ya no las necesitábamos y es costumbre entre los voluntarios dejar cosas cuando te vas. A fin de cuentas, es como tu familia en la India. En un taxi junto a esa madrileña que trabaja en la cadena Ser recorrimos por última vez las calles de Calcuta.

Los faros de los coches, una vez más, iluminaban los cuerpos tendidos en cada lado de las aceras. Personas que caminaban en silencio de un lado para otro. Pero, de noche, la ciudad parece latente. Sin apenas tráfico, calles con escasa iluminación artificial, el silencio se puede oír. El aeropuerto distaba bastantes kilómetros. Allí estaban Kike y su novia italiana, que viajaría con nosotras hasta Londres.

Mar Peláez

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