Viajar, viajar y viajar

Viajar, viajar y viajar. Si compartes esta pasión, aquí hay una muestra de algunos de esos rincones que aparecen en las guías de viajes, pero también de otros que se muestran ocultos a nuestros ojos. Bienvenido...

miércoles, 5 de octubre de 2005

Del hinduismo al budismo



Otro día en esa maravilla de la naturaleza. No tardamos en ponernos en pie y dirigirnos a concertar otra excursión con un taxista cualquiera. Nos ahorramos bastante dinero con esa decisión. El primer destino sería Bhutia Samtem Choling, un monasterio tibetano a los pies de la carretera principal que une Ghoom con Darjeeling. El pequeño monje Thupten fue el encargado de mostrarnos ese gompa pequeño pero vistoso que se veía desde la carretera. Nos explicó que es costumbre que uno de los niños más jóvenes de una familia budista entre en un monasterio, a partir de los diez años, para unirse al sacerdocio budista. Eso es lo que hicieron los aproximadamente cuarenta niños o adolescentes que vivían y rezaban en el recinto. Tuvimos ocasión de charlar con varios de esos pequeños monjes mientras barrían, limpiaban el ‘altar’ donde reposaba un buda de dimensiones considerables o simplemente jugaban como cualquier niño de su edad.

El guía nos llevó al War Memorial Batasia Loop. La niebla en aquel momento era densa, tan densa que nos privó de contemplar una vista memorable, pero nos permitió gozar de una difuminada silueta de un obelisco y una estatua de un soldado, en homenaje a todos los habitantes de Darjeeling que fallecieron en las innumerables guerras por el dominio que ha sufrido este territorio a lo largo de su historia. Una vez más en el todoterreno nos dirigimos hacia el Ganga Maya, un enorme jardín artificial bordeando un río cristalino que, pese a todo, no pierde ni un ápice de hermosura y encanto. La variedad de flores extrañas, formas inverosímiles, colores imposibles, nos extrañaba a cada paso. Es un lugar de recreo para los indios ‘ricos’ que pasan allí el fin de semana en familia.

Mereció la pena soportar el riesgo de una carretera sin asfaltar, con precipicios de vértigo y pendientes de infarto. Dos horas de viaje movidito tan pronto por encima de las nubes, tan pronto en el fondo del valle, y siempre con ese manto verde como terciopelo que forman las incontables plantaciones de té.

Nuestra excursión matutina estaba a punto de concluir. Lo hizo en la estación de trenes. Mejor dicho en la estación del tren, de ese tren de juguete que antes era la única vía de escape hacia el sur y que hoy es simplemente un medio de locomoción para el turismo. Dos máquinas de vapor presidían la entrada al recinto.
Sólo nos quedaba disfrutar de la gente, de sus peculiaridades y de su vida cotidiana. Hombres y mujeres que transportan todo el peso de su carga pendida en una cuerda anudada a la cabeza, tipo nepalís, ya sean bombonas de fueloil, paquetes enormes, troncos de madera o piezas de uralita. Comerciantes de todo tipo de frutas, carnes y pescados; gente que recogía la basura; taxistas que transportaban a otros turistas y niños que iban o volvían de la escuela.

The Mall daba mucho juego y decidimos ultimar nuestras compras, los regalos para nuestros amigos: té, azafrán, camisas, ganesas -hija de Siva y Parvati con cabeza de elefante-, incienso, postales… Un último envío de e-mail y una nueva charla con Olga y Alicia en su habitación.

Por Mar Peláez

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