Viajar, viajar y viajar

Viajar, viajar y viajar. Si compartes esta pasión, aquí hay una muestra de algunos de esos rincones que aparecen en las guías de viajes, pero también de otros que se muestran ocultos a nuestros ojos. Bienvenido...

sábado, 8 de octubre de 2005

Reencuentro con Calcuta


El tren aminoró la marcha cuando se aproximaba a Calcuta, donde morían los raíles. Desgraciadamente los documentales en los que se ven a cientos de personas junto a las vías son ciertos. Usan las vías del tren como fosa séptica y eso tiene sus consecuencias. El olor es tan ofensivo que incluso mi maltratada nariz suplicaba por un pañuelo perfumado. Es obvio que para los usuarios de las vías el paso del tren entra en su rutina diaria, porque todos miran cómo pasa. Si no fuera porque estaba en la India pensaría que éste era el sueño más surrealista que jamás haya tenido, porque ver a cientos de hombres con los pantalones bajados mirando hacia mí con una sonrisa puesta en la boca era realmente dantesco.

Después de muchos kilómetros de chabolas ininterrumpidas llegamos a la estación sobre las 7 de la madrugada (diez horas después). Los maleteros se agolpaban en los vagones de primera y segunda clase para portar los bultos de los pasajeros. Seguía allí la muchedumbre, quizá en mayor número de la que nos había despedido. La fiesta de la Durga Puja estaba en pleno apogeo y una tamborada ‘salió’ a recibirnos. Como si fuera poco el ruido de la India ya de por sí.

Me encontraba otra vez en Calcuta, ahora con algo más de experiencia. Ha cambiado... las calles ya no me huelen tan mal ni están tan sucias y me pregunto si habré perdido el sentido del olfato y de la vista. No hace tanto calor y humedad ¿Me habré hecho insensible? La gente que se acerca ya no me agobia ¿Habré perdido el sentido de la privacidad? Y caminar por entre la circulación ya no me produce sensación de vértigo ¿Habré perdido el sentido del riesgo? Calcuta ha dejado de ser la ciudad de los horrores y maravillas que me asombró los primeros días o, lo que es lo mismo, yo he dejado de ser una novata en la India. Eso me desilusiona y al tiempo me hace sentir más segura de mí misma... Ya no miro las cosas con pasión pero ahora paseo más tranquila por sus calles. Ella es la misma. Yo he cambiado. Estoy dispuesta a ser feliz en Calcuta.

Calcuta seguía siendo un infierno, ese lugar donde la gente tiene menos posibilidades de salir adelante, pero estaba preparada para que el caos y la miseria no ensombrecieran el carácter abierto, curioso y hospitalario de los indios. No quería perderme un detalle. Sólo me quedaban siete días en la ciudad y había que buscar la felicidad. No iba a ser fácil, pero… había que intentarlo. Yo, en mi caso, tras ese periodo de adaptación conseguí serlo, y eso es algo que días antes no hubiera imaginado.

Las calles por las que pasábamos en dirección al hotel Modern Logde me parecían distintas, aunque ya me eran viejas conocidas. Nuestra habitación estaba intacta, igual de sucia o más, igual de calurosa o más. Sin embargo, parecía más habitable. Distintos ojos para ver la misma realidad.

Descansamos algo en la habitación antes de irnos a comer para variar en el Blue Sky, donde compartimos experiencias con otros voluntarios. Alicia viajaba esa misma noche para Madrid y tuvo que preparar el equipaje. Mariví y yo, después de lavar la ropa y tenderla en la azotea, nos fuimos a buscar una tienda de ‘comercio justo’ que nos habían recomendado, el Sacsa, pero no lo hallamos. Los indios tienen una particular forma de mover la cabeza que no sabes nunca si te están respondiendo de forma afirmativa o negativa. Ladean la cabeza de derecha a izquierda, de izquierda a derecha y te quedas sin respuesta. Lo gracioso es que en nuestra búsqueda nos encontramos con el chico al que habíamos conocido durante el percance cerca de Siliguri. Pero, al margen de anécdotas, también volvimos a ver a esa mujer demacrada, escuálida, vestida con un plástico enrollado en forma de saco y que tanta impresión nos causaba.

Nos adentramos en las calles atestadas de personas. Era como un mercadillo en hora punta, pero se trataba tan sólo de una vía céntrica. Personas que iban y venían, mercaderes gritando las gangas, gente con la que chocabas al andar. Un video casero da claras muestras de estas palabras. Un lugar perfecto para perder los nervios, sin embargo, nos lo tomábamos con mucha calma, con gran resignación. Nos acercamos a las tiendas del hotel Overoi para buscar esas ganesas que se le resistían a Mariví. Y a la misma entrada de ese edificio blanco descomunal y de lujo estaba la realidad: mujeres que mendigaban una limosna con su hijo en el regazo, niños desnudos o semidesnudos buscando hacerte partícipe de su pobreza.

Tuvimos tiempo de charlar con otros voluntarios alojados en nuestro mismo hotel y de despedirnos de Alicia, que iniciaría su viaje a las cinco de la madrugada.

Por Mar Peláez

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