Viajar, viajar y viajar

Viajar, viajar y viajar. Si compartes esta pasión, aquí hay una muestra de algunos de esos rincones que aparecen en las guías de viajes, pero también de otros que se muestran ocultos a nuestros ojos. Bienvenido...

jueves, 6 de octubre de 2005

Amanecer bajo el Kanchenjunga


El día comenzó muy temprano. A las cuatro de la mañana ya estábamos a los pies de The Mall, esta vez las cuatro juntas, esperando a nuestro taxista para dirigirnos al Tiger Hill, con la esperanza de ver un amanecer espectacular. Todoterrenos y taxis repletos de turistas partían a esa misma hora de Darjeeling, en formación, para recorrer los 12 kilómetros a través de Ghoom y de los bosques que separaban el mirador. Este increíble mirador a 2.585 metros, que proporciona un panorama sin igual del Himalaya, con las húmedas planicies que limitan con Bangladesh, situadas al Sur; el Everest al Oeste, el Kanchenjunga y Sikkim al Norte, y el Himalaya de Bután al Noroeste.

Eso con suerte y si las nubes lo permitían. Elegimos verlo desde el atalaya, un lugar más cálido tras los cristales de una edificación construida para el espectáculo. Por sólo 40 rupias, algo menos de un euro, se conseguía un refugio del frío invernal del día. Eran muchos los indios que optaron por un precio algo más económico y tuvieron que soportar las gélidas temperaturas. Arriba se perdía en encanto, pero se ganaba en salud.

Las voces de sorpresa se sucedieron con la salida del primer rayo de sol. El día parecía claro, el cielo se había despejado, y eso nos posibilitaría distinguir las escenas que ya habíamos contemplado con anterioridad en postales. Fue un espejismo. La imagen del Everest, del Kanchenjunga y de otras montañas de elevadas dimensiones se quedaría sólo en eso, en las postales. Fue una pena. Aún así disfrutamos de la sensación de estar por primera vez tan cerca del Himalaya. Y eso había que celebrarlo y agudizar la vista para captar algunos detalles de esas elevaciones nevadas.
Con similar frío y aires huracanados, descendimos hacia Darjeeling. Nos detuvimos en el Yiga Choling, un monasterio budista, construido en 1850, más vistoso que el moderno, con formas más marcadas y más colorido. Pedimos a nuestro chófer que parara en el Bhutia Samtem Choling para que Olga y Alicia vieran ese pequeño monasterio que nosotras habíamos descubierto el día anterior. También nos detuvimos en el War Memorial Batasia Loop. Y esta vez, sin una nube en el cielo, descubrimos el Kanchenjunga y otras montañas nevadas. No era mucho lo que podía verse de cada elevación, pero era más de lo que hubiéramos pensado los días anteriores caracterizados por la lluvia y la niebla.

Mariví y yo hicimos un intento por adquirir dos billetes para el día siguiente con dirección a Calcuta –Alicia y Olga ya lo habían comprado el día anterior-. Después de esperar una larga y desestructurada cola en la estación de trenes, el oficinista nos dijo de muy malas formas que no quedaban billetes para ese destino hasta cuatro días después. Ni en primera, ni en segunda, ni en tercera, ni siquiera en cuarta clase. No hubo forma de encontrar plaza, así que tomamos la determinación de montarnos en el tren sin billete. Sería una aventura. Confiábamos en que, por algo de dinero bajo manga, todo se solucionaría y lograríamos llegar a Calcuta, aunque fuera en esa cuarta clase que tanto nos había impactado en nuestros viajes anteriores. Durante la espera nos sorprendió que el templo Dhirdham, al que el día anterior habíamos dado por ‘desaparecido’, estuviera allí, a dos pasos de la estación. La niebla del miércoles se había desvanecido y había hecho resurgir por sorpresa ese templo de múltiples techos, construido como una copia de un gran templo de Shiva a las afueras de Katmandú.

Nos volvimos a juntar las cuatro y el mismo chófer nos llevó por un camino igual de peligroso que el día anterior hacia el Mirik. A 45 kilómetros al Suroeste de Darjeeling, cerca de la frontera con Nepal, es el centro turístico más nuevo de la región, sobre todo para el turismo nacional. Es ni más ni menos que un lago perfectamente artificial donde los indios se reúnen para pasar un día de campo y disfrutar de sus aguas sobre una barca. No sabíamos realmente en qué consistía, de haberlo sabido, hubiéramos desechado la idea, aunque por otra parte nos habríamos perdido un camino cubierto de la característica capa de ese té negro o verde.

Ellas cenaron en su hotel y nosotras nos despedimos de Darjeeling de una forma muy divertida: asistiendo a un concierto en la confitería-restaurante-pub-ciber al que ya habíamos convertido en nuestra segunda casa. Eramos las únicas chicas del lugar y, además, las dos únicas occidentales, por lo que fuimos la sensación. Nos reímos mucho, tanto como me imagino lo hicieron ellos de nosotras, pero como el idioma nos separaba, la vergüenza era inexistente. Ya me había ‘soltado’ bastante con el inglés, pero en Darjeeling el idioma volvía a ser un obstáculo, ya que eran pocos los que hablaban esa lengua. Jugamos al billar, hablamos con varios indios e incluso con uno al que apodamos el ‘butanero’, simplemente porque era de Bután y no conocemos el gentilicio. Nos enteramos de que la lengua oficial es el dzongkha, un dialecto tibetano, y que su religión mayoritaria es una forma lamaística de budismo Mahayana.

El día fue largo e intenso. Llevábamos casi 24 horas en pie y el sueño y el hecho de que cerraran el pub nos ‘invitó’ a irnos a la cama.

Por Mar Peláez

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