Viajar, viajar y viajar

Viajar, viajar y viajar. Si compartes esta pasión, aquí hay una muestra de algunos de esos rincones que aparecen en las guías de viajes, pero también de otros que se muestran ocultos a nuestros ojos. Bienvenido...

martes, 4 de octubre de 2005

El te en Darjeeling



Unos cubetazos de agua hirviendo -la primera vez desde hace días que teníamos y disfrutábamos de agua caliente- nos permitió entrar en calor después de una noche muy húmeda. A las nueve de la mañana coincidimos con Olga y Alicia desayunando en un restaurante muy occidental. Pastelitos deliciosos y mejores vistas. Como parecía que estábamos predestinadas a no ponernos de acuerdo, Mariví y yo nos fuimos a la oficina de turismo para hacer nuestra primera excursión. Demasiados días malos en Calcuta como para desaprovecharlos.

Un chófer-guía nos llevó en primer lugar al templo japonés donde tuvimos ocasión de acompañar a dos mujeres mientras celebraban su culto recitando textos sagrados y salmos acompañados de instrumentos. Su canto era monótono. Repetían con frecuencia el mantra: om mani padme h'um, que significa, "oh joya de loto, amén". Nosotras las acompañábamos haciendo sonar un instrumento que no recuerdo su nombre. Fuera, una pagoda blanca impoluta, coronada con estatuas de budas dorados. De allí nos dirigimos al Passenger Ropeway, un funicular que permitía acceder a los jardines de té, pero que un accidente reciente, en el que fallecieron cinco turistas indios, lo ha inutilizado.

Camino del funicular se encuentra el zoo, que incluye una selección de la fauna del Himalaya. Nuestro recorrido por ese recinto fue muy rápido, porque lo que nos interesaba verdaderamente era el Instituto de Montañismo del Himalaya, uno de los centros de entrenamiento para escaladores más importantes de La India. Su primer director fue el serpa Tenzing Norgay, el conquistador del Everest, que vivió y murió en Darjeeling. Está dedicado a la historia del montañismo y exhibe equipos antiguos y nuevos, un mapa en relieve del Himalaya y una colección de trajes de los diversos pueblos de montaña. También se detiene en recordar el resto de montañas que figuran en cualquier atlas. Otra de las salas está dedicada exclusivamente al Everest, donde se relata la fascinante historia de la coronación de la mayor montaña del mundo, con imágenes de las primeras expediciones, los primeros equipos, los primeros hombres.

Abandonamos el museo por el paseo repleto de puestos callejeros, donde adquirí el famoso azafrán, y nos dirigimos a ver de cerca las plantaciones de té negro o verde, en el Happy Valley Tea Estate. Darjeeling es un auténtico parque de cultivo. La llegada de esas plantaciones ocasionó la lamentable desaparición de los bosques que cubrían las laderas de las montañas. La planta tiene un aspecto áspero, como si se tratara de matorrales bajos, pero si se observa desde lejos dibuja una alfombra verde de gran belleza allá donde mires. A los pies de la carretera y junto a las plantaciones adquirimos ese té, calificado como uno de los mejores del mundo y también uno de los más caros, y allí recibimos las explicaciones de una de sus vendedoras. No pudimos descender entre las plantas por lo embarrado y empinado del terreno.

Antes de que concluyera la mañana llegamos al Tibetan Refugee Self-Help Center, o lo que es lo mismo, a un centro tibetano de autoayuda para Refugiados. Fundado en 1959, alberga a unos 700 refugiados, que en su mayoría fabrican alfombras o artesanías tibetanas. Pudimos curiosear, observar la actividad de los
talleres, comprar gorros, ropa, sombreros, artículos de cuero, así como botas tibetanas, hechas de tela bordada con suelas de cuero. La comunicación en este centro se tornó complicada. Ellos no hablaban inglés, así que lo único que nos quedaba era utilizar los gestos. A pesar de esa falta de comunicación, nos hicieron sentir muy cómodas, mientras contemplábamos cómo hilaban la lana, la daban forma, la teñían o estampaban motivos decorativos. Accedimos a uno de sus talleres y comprobamos que las condiciones de trabajo son inhumanas. Hicimos rodar esos cilindros que tan buena suerte les da, o eso creen ellos. Un cartel resultaba revelador: ‘China, get out of Tibet’. Les acusan de más de un millar de muertos, más de 6.000 monasterios destruidos, miles de prisioneros, cientos de desaparecidos. Aún así, transmiten paz, vida. No queríamos abandonar el lugar.

La última parada era el museo de la Historia, pero al acercarnos a la entrada y ver que se trataba de un centro dedicado al arte de la taxidermia desechamos la idea y nos fuimos a comer al mismo lugar en el que habíamos desayunado. Viajas tan lejos, a culturas tan ajenas, para darte cuenta de que al final sucumbes a los lugares que más se asemejan a lo ya conocido. Lamentable, pero cierto. Tuvimos tiempo aún de conocer a un niño travieso, deleitarnos con la música de dos muchachos que amenizaban el paseo por The Mall, y comprobar que la norma general en Darjeeling son niños escolarizados y perfectamente uniformados. De verde, de granate, de gris, de azul… Nada que ver con la escasa escolarización que deducimos al ver a tantos niños en las calles de Calcuta en horario escolar.

Por Mar Peláez

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