Viajar, viajar y viajar

Viajar, viajar y viajar. Si compartes esta pasión, aquí hay una muestra de algunos de esos rincones que aparecen en las guías de viajes, pero también de otros que se muestran ocultos a nuestros ojos. Bienvenido...

miércoles, 16 de agosto de 2000

Aventura en el Titicaca

Al final cogimos un hotel que estaba justo enfrente de la estación del tren. 8.000 pesetas habitación triple. Puno no tiene nada más que ver si no fuera porque es una de las entradas al lago Titicaca. El lago está a nada más y nada menos que 3.810 m de altitud y tiene la friolera extensión de 8.300 km2, lo que le convierte en el lago más grande del subcontinente y el lago navegable de más altura del mundo para barcos de cualquier calado. De hecho, en la parte más profunda puede llegar a medir 350 metros. Se encuentra rodeado por las altas cumbres. Tiene forma rectangular y posee unas costas en general recortadas, si bien en algunos sectores se escalonan en terrazas.

Las aguas del Titicaca se encuentran dividas entre Perú y Bolivia. Cuenta con 36 islas (la mayoría de ellas habitadas), varias penínsulas, bahías, cabos y estrechos. Las principales islas en la parte peruana son Esteves, Taquile y Amantan, mientras que en la boliviana destacan por su tamaño la isla del Sol y la de Luna.

De la flora del lago sobresale, sin lugar a dudas, la abundante presencia en sus márgenes de la totora, un tipo de junco que los habitantes del lago utilizan prácticamente para todo: construcción de canoas (denominadas caballitos de totora) y viviendas, elaboración de utensilios o alimentación del ganado. Así, por ejemplo, los uros son un pueblo que vive en islas flotantes, hechas de totora trenzada. Incluso, nos comentaron, que un barco de totora llegó a surcar el Atlántico. Será verdad, pero viendo lo inestable de esas embarcaciones resulta difícil de creer.

Pese a las adversas condiciones climatológicas del Altiplano, la presencia humana en las islas y riberas del lago se ha visto favorecida por el benigno microclima que en él se da, fruto de la humedad que genera la elevada evaporación de la masa de agua del Titicaca. En la zona del Altiplano existen restos arqueológicos de la época preincaica, pertenecientes a la civilización de Tiahuanaco. La leyenda sobre el origen de los incas narra que el mítico soberano Manco Cápac I emergió de las profundidades del lago Titicaca para fundar Cuzco, la capital del imperio.

Tomamos sobre las 7 de la mañana una barquita para ver la Isla flotantes de los Uros y Taquile. El ritmo de la pequeña barca era lento, muy lento. Creo que tardamos unas tres horas en llegar a Taquile, pero era tan divertido, que daba igual. Muchos éramos los turistas de distintos países que nos agolpábamos bien en el interior de la barca, en la parte exterior e incluso en el techo.

La primera parada fue la isla de Uros. Todos abajo y a pisar la totora trenzada. Aunque el guía se empeña en aclararte que viven allí todo el año, lo cierto es que van allí todas las mañanas para vender su artesanía a los turistas. Tan sólo son un reclamo. En cualquier caso, te muestran como vivían y te permite hacer una idea de su dura vida. La isla es minúscula, por lo que la estancia es muy corta. De nuevo, a la barquita.

En función de la embarcación elegida, comes en uno u otro ‘restaurante’ en Taquile. El guía ya se encarga de preguntarte por si quieres comer allí arriba, algo lógico a no ser que te lleves la comida, y te apunta en una lista.

Al bajar de la barquita se abren los escalones de ascenso al pueblecito. 500 escalones, pero qué 500 escalones. El corazón bombea sin parar. Yo -insisto la que peor parada salí del soroche- pensé que se me salía del cuerpo. Los pasos se hacía lentos, dolorosos. Todos los turistas llevábamos un ritmo muy lento, que contrastaba con los ágiles movimientos de los oriundos de Taquile, con un corazón más grande (y no sólo por los sentimientos que tienen, ja ja). Los niños que cada mañana bajan a la espera del maestro se reían, como es su costumbre, de los turistas. Unos catalanes acostumbrados al senderismo, a los que conocimos en el barco, tan sólo iban unos pasos por delante de nosotros.

Cada paso requiere un 40% más de esfuerzo que al nivel del mar, pero el paisaje también es un 40% más impresionante que en cualquier lugar. Hacía frío, pero los escalones mitigaron los rigores invernales. La recompensa a tanto esfuerzo estaba en la puerta de entrada al pueblo. Viven y trabajan en cooperativa, sus casas son de palos, algunas, y de adobe, otras. Se nutren de la energía extraída de paneles solares, y tienen una economía de subsistencia. Los habitantes llevan gorros con los que se distinguen entre casados y solteros (los solteros llevan el gorrito con la punta blanca). Los hombres visten con trajes muy similares a los catalanes en fiesta, las mujeres faldas superpuestas.

Fueron ellos, los solteros, los que me dieron, a petición mía, unas hojas de coca, que mastiqué y mastiqué sin notar ningún efecto. Creo que no tuve paciencia. El sabor me desagradaba, ya que dejaba un sabor de boca indescriptible. Nos sentamos en el restaurante asignado y como no venían a atendernos yo decidí no comer y darme una vuelta por el pueblo. No había hecho el esfuerzo de los escalones para sentarme en una mesa y no comer.

Llegaba la hora de regresar. Es muy recomendable pasar la noche en Taquile, pero hace frío y te recomiendan saco o similar. Los habitantes te alojan en sus casas y te ofrecen lo que tienen, que es más bien poco. Volvimos a bajar las escaleras irregulares, ante las miradas y risas nuevamente de los niños y niñas. Pese al sol intenso, el frío se dejaba notar.

El cielo se estaba cerrando y amenazaba lluvia. El azul del lago se había vuelto de un gris que asustaba. Ya en el barco y cuando habíamos recorrido muy pocas millas comenzó la inevitable lluvia. Los truenos y relámpagos iluminaban todo el lago. La vista era impresionante si no hubiera sido porque las goteras del barco comenzaron a asustarnos. Una única bombilla nos servía de iluminación. Todos nos tuvimos que agolpar en el interior de la barca –los mismos que en el viaje de ida nos habíamos repartido en el interior, exterior y en el techo-. Ibamos como sardinas en lata, rezando porque el barco no ‘naufragara’ en medio del helado lago.

El granizo hizo su presencia y contrastaba con la luz de fuegos que se contemplaba a lo lejos. Al fin, después de una parada en medio de la nada para dejar a unos pasajeros que iba a perder de otra forma su correspondencia con Juliaca, llegamos a Puno. Un pequeño incidente con una alcantarilla molesta fue el final de un día que no puedo definirlo como el mejor de mi estancia en Perú.

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