Viajar, viajar y viajar

Viajar, viajar y viajar. Si compartes esta pasión, aquí hay una muestra de algunos de esos rincones que aparecen en las guías de viajes, pero también de otros que se muestran ocultos a nuestros ojos. Bienvenido...

jueves, 17 de agosto de 2000

En el 'maltrato' inca

Se instala un ambiente de letargo en la estación de Puno. Nadie va a ninguna parte. Pero la quietud se quiebra con el sonido de los vagones. Vamos camino de Cuzco y la emoción crece a la espera de que el tren eche a andar. Los guardias armados nos recuerdan que Sendero Luminoso actuaba por la zona. Tomamos un tren turístico que tardaba unas 12 horas, pero se me hicieron muy cortas porque el paisaje merecía mucho la pena. Recomendable sentarse, si se va de Puno a Cuzco, en el lado derecho según la marcha del tren porque se contemplan mejor los Andes. El tren, con sus características rayas rojas que abrazan a la amarilla, caminaba dando tumbos. Fue, como lo llamamos, el ‘Maltrato Inca’. La explicación del revisor fue contundente: El suelo en las inmediaciones del lago Titicaca no es excesivamente firme, por lo que las vías se tuercen y flexionan con el peso del tren. Superados los primeros kilómetros, la marcha se endereza.

A escasos minutos nos adentramos en Juliaca, el paraíso de la falsificación. Coches falsificados, etiquetas de bebidas falsificadas… todo es una falsificación. Y como en cualquier lugar que hay mercado, hay fiesta, con el característico sonido de sus instrumentos musicales. Los puestos callejeros se colocaban casi justo encima de las vías. Los pasos a nivel estaban llenos de gente esperando para atravesar las vías, mientras los carricoches y las bicicletas-taxis corrían por las inmediaciones.
El tren era cómodo. El revisor fue el encargado de darnos de comer a un precio relativamente asequible. Ibamos en clase turista y se notaba. Los vagones estaban separados unos de otros, por lo que resultaba un tanto peligroso darse una vuelta por todo el tren. Los enganches de un vagón a otro parecían desmoronarse a cada paso, pero resistían.

Poco a poco se va ascendiendo a la cima del desfiladero. Los pastos pueden parecer grises y poco atrayentes, pero tienen su belleza. El Urubamba, el río que a muchos kilómetros desemboca en el Amazonas, nos da la bienvenida a mitad de camino. Ya no lo perderíamos de vista, y qué vista. Estamos ya en territorio inca. Por el camino, además de miles de llamas que corrían ajenas a nuestro paso, se podían ver a hombres haciendo ‘adobitos’, adobe para construir casas, gente bebiendo casi alcohol de quemar, pese a que el Gobierno está intentado acabar con esa forma de emborracharse tan mortal. Los vendedores callejeros que esperaban la llegada del tren subían en los vagones para vender su mercancía. Si no, lo hacían desde las ventanillas del tren. Pese a las 12 horas me dio pena llegar a Cuzco. Allí nos estaban esperando, con un cartelito muy típico, Claudia, la guía, y su padre, Coco (otra vez el nombre Coco con el que designan a los Jorge). Ellos nos llevaron a casa de Jaime donde nos alojaríamos los siguientes días. La vivienda estaba a las afueras de la ciudad y era obligado coger un medio de transporte, principalmente taxis por el precio y la rapidez. Conocimos a toda su familia que contemplaba en la televisión un partido de fútbol entre Perú y Paraguay clasificatorio para el Mundial. Hablamos con ellos, nos sorprendimos con ellos. Jaime estaba casado y tenía dos hijos, niña y niño. Dormimos en dos habitaciones de la parte superior. Ellos lo harían en la parte de abajo. Ni siquiera teníamos que compartir baño, excepto para ducharnos. Recordatorio: no se puede beber agua del grifo bajo ningún concepto, ni siquiera para lavarse los dientes. Me gustó mucho más dormir ahí que en un hotel. No sólo porque resultó mucho más barato sino porque tuvimos así más contacto con los peruanos-

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