Viajar, viajar y viajar

Viajar, viajar y viajar. Si compartes esta pasión, aquí hay una muestra de algunos de esos rincones que aparecen en las guías de viajes, pero también de otros que se muestran ocultos a nuestros ojos. Bienvenido...

viernes, 18 de agosto de 2000

Misterios en el Valle Sagrado

Fuimos al Valle Sagrado a ver las ruinas de Piscac y Ollataytambo. Es la cuna de un imperio que duró, sorprendentemente, poco más de un siglo. Por fin allí se comienza a ver y percibe el sentido de los incas. Una civilización sorprendente, pese a que resulta mucho más atrasada que otras, teniendo en cuenta que cuando vivieron era el siglo XV. El hecho de ir en verano por el Valle Sagrado del Inca hace que los colores, vistos con anterioridad en libros o en postales, no sean los más llamativos, pero con un poco de imaginación el ocre de las montañas y cultivos se vuelven de una intensidad verdosa impresionante. En cada giro de la carretera, un paisaje más bonito, y el Urubamba (río Sagrado) allí presente.

Es una zona fértil situado entre las montañas y la selva. Regada por el río Urubamba se extraen 360 variedades de patata y mucho maíz y cebada. La agricultura no usa muchos avances tecnológicos, sigue haciendo uso de los caballos y mulas para segar. Crían llamas, el animal inca por excelencia. Al fondo del valle, los incas construyeron graneros en lo alto de las montañas para mantener el grano seco..

La falta de oxígeno se nota incluso en la marcha del coche. El combustible quema peor y se ahoga con más facilidad, lo mismo le pasa a las pelotas de tenis, botan más. Pero la marcha lenta era bienvenida. Así teníamos más facilidad para mirar de derecha a izquierda el paisaje, y volver a mirar y recrearnos la vista en las altas y redondeadas montañas. Los habitantes de la zona no sufren el mal de altura, no claro que no, pero sí sufren el mal de bajura, como lo llaman, cuando llegan a la costa. Es la vida.

Ya llegamos a PISAC. Lo primero una visita al mercado. Hasta el momento el más auténtico que he visto y el que guardo en mi memoria. Frutas de todos los colores, incluso piezas a las que ni siquiera podía poner nombre. Artesanía en cada rincón, jerseys peruanos, instrumentos musicales, plata… Todo estaba allí esperando al turista, o no turista, para dejar sus soles. Los objetos eran muy baratos, al menos con ojos españoles, y el regateo casi de obligado cumplimiento. No tuvimos mucho tiempo para pasear por los puestos callejeros, que se extendían por el suelo en muchos de los casos. Nos esperaba aún un día muy largo y muchas actividades que realizar.

Subimos a las ruinas, al contrario que el resto de turistas, campo a través y fue todo un acierto. Más pesado, sí, pero más bonito. Y allí, arriba, se abrió Pisac, las ruinas, el primer acercamiento real a la cultura inca de todo el viaje.

Pisac, yacimiento arqueológico inca, situado en una colina cercana al actual pueblo del mismo nombre en el este de la cordillera Vilcabamba. Las ruinas ocupan una extensión superior a los 4 km2 y en ellas se distinguen unos terrenos de cultivo, un palacio, una fortaleza y un cementerio.

Los incas construyeron unos taludes de piedra en forma de terrazas artificiales en la ladera del cerro, que evitaban la erosión y permitían el cultivo. En la cima de la colina se hallaba la residencia del inca, un palacio, con una zona residencial, otra dedicada al culto religioso y una ciudadela defensiva o pucara. Según nos iba contando Coco, nuestro guía, se ha encontrado una importante necrópolis en la que fueron depositadas en oquedades naturales alrededor de cincuenta momias, al parecer de importantes funcionarios incas o de personajes de la realeza. La parte residencial alrededor del palacio está compuesta por una serie de edificaciones, peor conservadas, organizadas en dos conjuntos, conocidos como Hurin Pisac y Hanan Pisac. El yacimiento arqueológico de Pisac formó parte, junto a Machu Picchu y Ollantaytambo, de un conjunto de majestuosas ciudades-fortaleza enclavadas en el que se llama el Valle Sagrado de los Incas.

Concluida nuestra visita y tras cruzarnos con todos los turistas que subían por el sitio que nosotros bajábamos, nos montamos en el coche en dirección a Calca, donde una enorme escultura de un puma da la bienvenida a la pequeña localidad. Por el camino nos habíamos encontrado numerosas muestras de que por la zona se vende ‘chicha’, una bebida alcohólica de color medio granate, medio morado, que hoy se bebe.
Por fin llegamos a Ollantaytambo, antigua ciudad-fortaleza inca, situada en la ladera de un cerro sobre el valle del Urubamba, a unos 70 km al sur de Cuzco. Enclavada a medio camino entre Machu Picchu y la capital, constituye un interesante ejemplo urbanístico del mundo inca. Estaba dividida en cuatro barrios, cada uno de los cuales se volvía a dividir en tres, que a su vez tenían otras particiones menores, conforme a un complejo plano cosmológico. No pudimos verlo, porque sólo se puede hacer desde las montañas enormes de enfrente, pero, según Coco, la ciudad tiene forma de una espiga de trigo.

Fue levantada durante el reinado de Pachacutec Inca Yupanqui (1438-1471). Las grandes urbes incas (Cuzco, Cajamarca, Machu Picchu) eran capitales temporales habitadas solamente por la corte itinerante del soberano inca, quedando abandonadas el resto del tiempo. Esta curiosa costumbre venía impuesta por la necesidad de controlar el enorme territorio del Imperio, que durante el siglo XV se amplió asombrosamente.

Ollantaytambo destaca no sólo por su monumental templo, cerrado por seis impresionantes monolitos de granito, sino también por presentar rastros de ocupación continúa incluso después de que en 1534 tuviera lugar la conquista española de la zona. Y sí que está poblado.
Viven en casas con muros de piedra y tejados de paja. Visten igual que hace cientos de años y hablan el idioma de los incas. Las mujeres de allí usan tintes modernos para avivar los colores pero el método de hilado y tejido no ha cambiado en siglos. Han construido la carretera, ha llegado la electricidad. El mundo exterior los ha encontrado. Y nosotros pudimos comprobar cómo viven. Una niña con la que hablamos en la calle nos invitó a su casa. Tras pasar por un pequeño patio donde su abuelo tejía en un telar, junto al cerdo y al gallo, entramos en una casa con una única bombilla como iluminación. La existencia de un televisor nos sorprendió, más cuando vimos que la ropa estaba apilada en las dos únicas camas que tenía el habitáculo, formado por la cocina y la estancia para dormir. Los cuis, animalitos muy nutritivos, campaban a su anchas por el suelo de arena de la casa. Al fin y al cabo son ellos quienes se encargan de tener perfectamente limpio el suelo. Y cuando llegan las fiestas alguno de ellos va al horno. Exquisito y especiado bocado.

Como ya se estaba haciendo de noche, algo que ocurre sobre las cinco de la tarde, no pudimos acercarnos a otras ruinas. Vaya nos las perdimos, pero de nada hubiera servido ir si no las podíamos ver. Regresamos a Cuzco, nos despedimos de nuestros guías y a cenar. Esta noche por fin probé el cui, y puedo decir que, superadas las reticencias iniciales, es un manjar.

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