Viajar, viajar y viajar

Viajar, viajar y viajar. Si compartes esta pasión, aquí hay una muestra de algunos de esos rincones que aparecen en las guías de viajes, pero también de otros que se muestran ocultos a nuestros ojos. Bienvenido...

lunes, 21 de agosto de 2000

Amor por el Machu Picchu

La aventura de ese día parte en un tren cremallera que nos alejaría de Cuzco y nos llevaría a un recorrido por el valle Urubamba de unas tres horas de duración justo al lado del río sagrado Urubamba. La línea parte de Cuzco describiendo unos cuantos zig-zag debido a que las laderas de la ciudad (el ombligo del mundo como se la conoció) son muy pendientes. La ciudad se encuentra a 3.300 metros y hay que ascender otros 300 metros para salir de ella. Vamos a tan poca velocidad que los niños tienen tiempo de subir y bajar y recorrer los vagones.

La ciudad desaparece y comienza a verse el ambiente rural. La vegetación cambia de repente y te ves envuelta en plena selva. Y siempre el Urubamba presente. El trayecto discurre por la margen del río, siguiendo su curso serpenteante a través de desfiladeros, cuya pendiente es cada vez más pronunciada. En el kilómetro 88, a la altura de Ollataytambo, muchos viajeros descienden del tren. Ellos harían el resto del viaje andando por el Camino del Inca. Hay varias formas de llegar: la convencional, el tren, y un trayecto a pie de dos días o de cuatro (esta opción incluye a porteadores con bombonas de oxígeno). Para los más adinerados también es posible sobrevolar en helicóptero Machu Pichu y alrededores. Nosotros continuamos, como otros muchos, viaje en el tren.

La última parada es Aguascalientes, un pequeño pueblo que vive del turismo, y se nota. Justo al lado de las vías, te asaltan los vendedores, pero no hay que perder el tiempo. Allí unas furgonetas (perfectamente organizado) te esperan para ascender a la Ciudad Perdida de los Incas, y a flipar. Pero no sólo por lo que espera arriba, sino simplemente por el paisaje que se dibuja mientras se asciende por esos caminos de tierra y polvo zigzageantes. El recorrido dura creo que una media hora. Y arriba, y tras ver por fuera el magnífico hotel que se erige en las inmediaciones de la puerta de entrada, está la impresionante imagen. La que tantas veces hemos visto y que en esos momentos íbamos a pisar.
A 112 kilómetros de Cuzco está una de las grandes ciudades del mundo, una ciudad donde no vive nadie. Es el fuerte inca de Machu Pichu, oculto bajo la vegetación durante cientos de años hasta que un estadounidense dio con él en 1911. Es un lugar increíble. Lo construyeron allí porque el río Sagrado discurre en este punto una curva casi completa alrededor de la montaña. Así, está enclavado en un lugar paradisiaco por sus vistas y su vegetación, monte tropical. Las enormes terrazas que se observan en cualquier dirección no está claro que se crearan para cultivar alimentos para comer o alimentos para cultos sagrados, para las ceremonias. Todos son secretos sin descubrir aún.
Alguno de los muros que se conservan en Machu Pichu son una obra maestra en piedra. Los muros son más anchos en la zona inferior, que actúan como mecanismo antisísmicos. Todas sus construcciones reflejan que están asentados en zona sísmica; lo mismo sucede en el resto del país. Tiene un ambiente de misterio que impregna los edificios y hace que se te erice el vello mientras se camina por las dependencias que parece que han sido abandonadas recientemente.

Nadie sabe a ciencia cierta por qué abandonaron la ciudad tan pronto o por qué la construyeron. La verdad es que gran parte de lo que se ve está restaurado. Cuando se descubrió estaba tapado, muchos de los muros estaban caídos, y luego se reconstruyeron. Los españoles no lo llegaron a descubrir nunca. La prueba es que en Machu Pichu se conserva una piedra ceremonial que marcaba la posición del sol. Es la única construcción circular del complejo, un punto de observación astronómico. Todos los demás que se encontraron en Perú los destruyeron los españoles. Las montañas que rodean Machu Pichu son buenas guardianas de secretos, sólo la niebla de sus cumbres delata la selva tropical que hay tras ellas.

Después de atender las explicaciones del guía, dar vueltas entre las edificaciones, sortear a las llamas que pastaban a sus anchas, nos dirigimos con todo nuestro pesar hacia las furgonetas de regreso a Aguascalientes. Era mi cumpleaños y quería invitarlos a comer. Lo hicimos en una pizzería a orillas del Urubamba. Pasé hasta esa fecha el mejor cumpleaños de mi vida, al menos lo hice en el lugar más paradisiaco del mundo.

No nos quedó más remedio que volver a tomar el tren hacia Cuzco. Aunque se puede dormir arriba o en Aguscalientes, nosotros ya no teníamos días y tuvimos que regresar a Cuzco. Una gran lástima.

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