Viajar, viajar y viajar

Viajar, viajar y viajar. Si compartes esta pasión, aquí hay una muestra de algunos de esos rincones que aparecen en las guías de viajes, pero también de otros que se muestran ocultos a nuestros ojos. Bienvenido...

martes, 8 de agosto de 2000

Bienvenida a Peru

Llegamos de madrugada al aeropuerto de Lima después de un viaje de cinco horas desde Miami. Menos mal que llevábamos reservada una habitación en la ciudad -lo único planificado desde España-. Los limeños nos 'asaltaron' ya en la terminal 'vendiéndonos' todo tipo de opciones de alojamiento, excursiones... Rápidamente nos despertamos del sueño y tuvimos que poner a funcionar nuestros reflejos. Tomamos una combi que nos llevó al barrio de Miraflores, una gran extensión donde se ubican los mejores hoteles y la zona más rica de Lima. Pero para llegar allí pasamos antes por una zona de casas destrozadas, de chabolas, es decir por la realidad de una ciudad que respira pobreza. El día estaba muy nublado, como la mayoría en Lima, donde la contaminación hace casi imposible ver y disfrutar de los rayos de sol. En Miraflores nos empezamos a dar cuenta, y de qué manera, de las grandes diferencias que separan a los ricos de los pobres. Los coches que se ven en el centro nada tienen que ver con los ostentosos vehículos que transitan por las zonas ricas.

Dejamos las mochilas en el Palace Hotel y, tras la bienvenida con un pisco sauer (bebida alcohólica de color blanco), nos dirigimos al centro de esa caótica ciudad. Ya habría tiempo para dormir. Mi primera impresión que recuerdo es el color de piel de la gente. Puede sonar racista e ilógico, pero me sorprendió. De nuevo, la contaminación, el laberíntico tráfico y los 'pirañitas' desvalijando a un ejecutivo. Todo ello nos impidió sentirnos excesivamente cómodos en esa ciudad. Una pena, porque seguramente había más cosas que ver de lo que vimos.

Coger un taxi, por cierto totalmente destartalado y más cercano al desguace que a la circulación, resulta todo una odisea. La única distinción es una pegatina de color rosa en el salpicadero del coche, algo que te hace dudar de la legalidad de cualquiera de ellos. En los hoteles, en el propio aeropuerto y en las oficinas de turismo te previenen de los dobles fondos que algunos taxis tienen en sus maleteros.
Paseamos por la Plaza de Armas (o sea la plaza mayor), entramos en la catedral, donde está enterrado Francisco Pizarro. Nos acercamos al cauce del río Rimac, y cual fue nuestra sorpresa que el agua era totalmente marrón. Repugnante. Queríamos subir hasta el cerro donde se encuentra un santo que no recuerdo su nombre y la responsable de la oficina de turismo nos convidó a desechar la idea. La seguridad, y más si se es turista, no está garantizada. Obviamente no contravinimos las sugerencias.

Muchas mujeres policías ocupan los pedestales diseminados por las calles para dirigir el tráfico. Se supone que ellas son más inflexibles con las infracciones. Unas infracciones que, por otra parte, son incontables o deberían serlo. Ningún coche respeta ninguna señal. Incluso por la noche resulta más seguro saltarse un semáforo que pararse en él. Si un carril es para que circule un solo coche, lo pueden ocupar tranquilamente dos. Los intermitentes se sustituyen por las bocinas. No hay casi semáforos y sí muchas glorietas. Realmente no nos movimos mucho de los alrededores de la Plaza de Armas. Comimos en sus inmediaciones y allí nos adentramos en una oficina de turismo para comprar el billete de regreso de Cuzco a Lima. Era lo único que no podíamos dejar a la improvisación. Más vueltas por la ciudad y al hotel, donde cenamos el menú del viajero.

No hay comentarios: